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50 años del viaje del Apolo 11 (IX): Antenas en la Sierra para la gran hazaña.

La competición política y tecnológica entre las dos grandes superpotencias del siglo XX llevó a que en la década de 1960 el sector aeroespacial hiciera unos progresos inimaginables en las anteriores. Las montañas que rodean Madrid tuvieron una participación más grande de lo que los madrileños nos creemos en el advenimiento de la era espacial.

La recién creada NASA y otros organismos contribuyeron a que los Estados Unidos recuperaran la confianza en su industria y se repusieran de la humillación del Sputnik 1. En 1959 se lanzó el primer satélite Discoverer, que en realidad escondía un programa militar de reconocimiento fotográfico para sobrevolar los países comunistas con menores riesgos que con los aviones U-2. El programa Corona camuflado bajo la tapadera del Discoverer no fue desclasificado hasta después de la Guerra Fría.

A los satélites de reconocimiento se fueron sumando las sondas científicas, como las Ranger y las Pioneer, con expediciones de sobrevuelo e impacto de la Luna similares a las de los rusos. Vienen también los satélites de ayuda a la navegación marítima, como los Transit de la Armada. En 1960 llega un peculiar satélite de comunicaciones, el Echo, que no era otra cosa que un enorme globo de material reflectante que se hinchaba en el espacio. De noche era tremendamente localizable desde la Tierra a simple vista, y se usaba como reflector pasivo de señales de radio entre estaciones terrestres, de manera similar a cono se hizo con la propia Luna natural en el proyecto Diana de 1946. La miniaturización de los componentes electrónicos llevó a que el 10 de julio de 1962 ya apareciera en el firmamento el primer satélite de telecomunicaciones tal como los entendemos en nuestros días, el Telstar 1. En 1961 los soviéticos se apuntaron una nueva victoria con una nave orbital tripulada, la Vostok 1, a bordo de la cual viajó Yuri Gagarin. Varios de los últimos satélites lanzados con el nombre de Sputnik no fueron sino ensayos sin piloto para las Vostok. El nuevo presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, lanzó una amplia contraofensiva política y presupuestaria para dar a la NASA plenos poderes en el desarrollo de un ambicioso conjunto de iniciativas que sobrepasara cualquier idea que pudieran imaginar los rusos. La estrategia espacial americana definida entre 1961 y 1962 dio origen a tres generaciones de cápsulas tripuladas, con nombres sacados de la mitología clásica:

-Mercury. Cápsula con la que volaron los primeros astronautas americanos. Con capacidad para un solo tripulante, iba impulsada por un cohete Redstone para los primeros vuelos suborbitales y por un cohete Atlas para los vuelos orbitales definitivos.

-Gemini. Cápsula con capacidad para dos tripulantes, y con capacidad para ensayar mecanismos de acoplamiento en órbita con otros vehículos. Impulsada por cohetes Titán, que como los Atlas eran en origen misiles balísticos de largo alcance de la Fuerza Aérea. Aparte de las Gemini construidas para la NASA se planeó suministrar otras directamente a dicha Fuerza Aérea para misiones militares, que finalmente no pasaron de meros proyectos.

-Apolo. Cápsula con capacidad para tres tripulantes y túnel de intercomunicación para que una persona pudiera acceder a otra cápsula, a una estación espacial o a un módulo lunar sin necesidad de salir al exterior.

Era la gran apuesta de Kennedy para lograr poner humanos en la Luna antes de que acabara la década de 1960 y era lanzada por medio de los enormes cohetes Saturno de Wernher von Braun, los Saturno 1B para vuelos en la órbita terrestre, y los Saturno V -tan altos como los rascacielos de la Plaza de España- para las expediciones lunares.

En el momento de mayor apogeo de estos proyectos llegará a haber hasta 400.000 personas trabajando simultáneamente para el sector espacial de los Estados Unidos.

Mientras tanto, la red de telecomunicaciones de la NASA iba extendiéndose por el mundo. La estación de radio de las islas Canarias, imprescindible para el seguimiento de las cápsulas en el momento en el que se separaban de su cohete impulsor, se ubicó primeramente en Maspalomas, si bien con los años se tuvo que trasladar a Agüimes por la contaminación electromagnética traída por el turismo. El mundo cambiaba muy rápido en los años 60, y España también, las Canarias habían sido hasta entonces un lugar bastante inhóspito y despoblado, y ahora caían casi de golpe en el otro extremo.

Y llegó un momento en que aparte de la Canary Station de la NASA, se hizo necesario montar otras en la España continental. Se había estudiado la opción de construirlas en Francia (pero el precio de los terrenos en ese país era muy elevado, y el gaullismo, aun siendo prooccidental, no era muy proclive a instalar bases de otras naciones en suelo galo) o en Italia (país con una inestabilidad política similar a la que atraviesa España en la década de 2010) y en la decisión de poner una estación de radio en Fresnedillas de la Oliva, otra en Robledo de Chavela y una de reserva en Cebreros pesó bastante la cercanía a Madrid, ciudad con universidad donde encontrar técnicos cualificados, nudo de carreteras, el aeropuerto civil de Barajas y el militar de la USAF en Torrejón. Robledo empieza su andadura en 1964 y Fresnedillas en 1967, y a ellas hay que sumar la estación de Buitrago de Lozoya, que no dependía de la NASA sino de la entonces Compañia Telefónica Nacional de
España (CTNE). Uno de los edificios de Buitrago fue obra del prestigioso proyectista Julio Cano Lasso.

Los cohetes se lanzaban desde Cabo Cañaveral, pero el Centro de Control de Misiones, desde donde se efectuaban las comunicaciones por radio, se ubicó a las afueras de la ciudad de Houston, estado de Texas, como empeño personal del vicepresidente Johnson, que era tejano. En Houston es también donde residen los astronautas y donde realizan parte de su entrenamiento. Con el tiempo, el recinto de la NASA en Florida se acabaría bautizando como Centro Espacial Kennedy, y el de Texas, Centro Espacial Johnson, en honor de los dos políticos que dieron al programa espacial sus enormes dimensiones de aquellos años. Los enlaces de radio entre Houston y las diversas estaciones de Australia, California y España implicaban multitud de eslabones como satélites de telecomunicaciones, cables submarinos y antenas de microondas. En tiempos del proyecto Apolo, las voces que llegaban del espacio a Fresnedillas se retransmitían por cable a Robledo, de ahí por enlace de microondas a Buitrago, y de ahí por satélite de la red Intelsat (aparecida en 1965) a Norteamérica. Como curiosidad, a la hora de buscar personal español para manejar las estaciones, aparecieron bastantes candidatos en Madrid que hablaban inglés, pero de la variante británica, por lo que se buscó entre radiotelegrafistas navales o españoles que trabajaban en Canadá, Sudáfrica o Australia, cuya lengua era mucho más inteligible por los técnicos estadounidenses.

Entre 1966 y 1968 se lanzaron siete pequeñas naves no tripuladas bautizadas como Surveyor. Fueron la avanzadilla previa a los alunizajes definitivos de los módulos, y sirvieron, entre otras cosas, para comprobar la idoneidad del terreno de la Luna para soportar las patas mecánicas de los módulos lunares Apolo y las botas de los astronautas. Otras sondas, las Lunar Orbiter, sobrevolaron nuestro satélite para seleccionar y confirmar los mejores puntos de alunizaje de cara al gran momento.

El gran momento llegó el 20 de julio de 1969 según la hora del otro lado del Atlántico. En España ya era día 21. Esa noche se produjo el que fue probablemente el primer acto común de todos los habitantes del planeta: ponerse ante un receptor de radio o de televisión para seguir el acontecimiento. Una audiencia de unos 500 millones de espectadores. De ello se estiman 3 millones de televidentes en España, desde hogares de las grandes ciudades dotados de amplias comodidades a pueblos donde sólo había un televisor para todo el municipio, instalado en un bar o en unas peculiares instalaciones, enseguida extinguidas, que se llamaban tele-clubes. En América, el rey de las retransmisiones televisivas de los viajes al espacio fue Walter Cronkite, y en nuestro país el papel de héroes del micrófono de aquella noche les tocó a Cirilo Rodríguez (RNE) y Jesús Hermida (TVE) personajes que inauguraron la larga tradición de corresponsales de medios audiovisuales españoles en los Estados Unidos que luego han continuado, por ejemplo, Fran Sevilla o Almudena Ariza.

Un gran impacto para la Ciencia. Un verdadero cambio de era. Un perfecto día 1 de un año 1 de un posible calendario aceptable por todos los credos y todas las culturas, en una época donde todo el planeta estaba experimentando verdaderos cataclismos a nivel cultural. El movimiento ecologista y conservacionista tal como lo conocemos empieza a pintar algo en la sociedad cuando empezamos a ser conscientes de la pequeñez de nuestro planeta en el Cosmos y de la pequeñez de la atmósfera habitable en el conjunto del propio planeta.

Juan Pedro Esteve García
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