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50 años del viaje del Apolo 11 (VIII): La competición espacial previa a la creación de la NASA.

Tanto el gobierno de la URSS como el de los Estados Unidos aceleraron sus programas espaciales con el fin de tener un satélite artificial listo para el Año Geofísico Internacional. Para los rusos, además, el año 1957 era de gran valor simbólico, pues se celebraban cuatro décadas desde la revolución que había llevado a los comunistas al poder.

Para entonces, el nuevo líder soviético Nikita Kruschev había dado ya plenos poderes y libertades al ingeniero Koroliev, que pasó de represaliado por el estalinismo a creador de un cohete, el R-7, en el que se siguen basando hoy, sesenta años más tarde, los que lanzan las cápsulas tripuladas Soyuz, si bien la identidad exacta del «ingeniero jefe» era un secreto de Estado celosamente guardado. Los estadounidenses también conseguían grandes avances, aunque basándose en filosofías algo diferentes: el diseño ruso era un cohete muy grande pensado para lanzar satélites de centenares de kilogramos de peso (como decimos, hay evoluciones suyas que se utilizan para llevar personas al espacio) mientras que los americanos se basaban en miniaturizar componentes electrónicos todo lo posible para conseguir satélites muy ligeros. Los rusos tenían un sólo diseño, mientras que en los Estados Unidos se puede decir que durante la mayor parte de los años 50 coexistieron varios programas espaciales independientes.

Familia de cohetes basados en el R-7. Fuente: Nasa / Peter Gorin / Emmanuel Dissais. Wikipedia

La pluralidad de programas espaciales en América era consecuencia directa de la rivalidad entre los distintos ejércitos. La Armada tenía su Bureau of Aeronautics y su Naval Research Laboratory, de donde salieron los cohetes Vanguard, los inicialmente favorecidos por el gobierno de Eisenhower. El Ejército de Tierra tenía a Von Braun trabajando para su Army Ballistic Missile Agency. Sus cohetes fueron los Redstone y luego los Júpiter, que podrían haberse adelantado a los soviéticos si no hubiesen sido postergados en favor de los Vanguard. La Fuerza Aérea, independizada del Ejército a los pocos años de acabar la Segunda Guerra Mundial, preparaba cohetes mucho más grandes que luego tendrían numerosas aplicaciones tanto militares como civiles.

Éstas rivalidades político-castrenses de los americanos condujeron a que finalmente fueran los rusos los que se llevaran el gato al agua el 4 de octubre de 1957, aunque trabajando a marchas forzadas. El Sputnik 1, primer satélite artificial, era una esfera metálica de 58 centímetros de diámetro y tan sólo 83 kilos de peso, dimensiones que lo acercaban más a los diseños americanos que a las capacidades reales de lanzamiento del R-7, si bien podemos decir que en realidad era una sola parte, la del transmisor de radio, de las que componían un Sputnik completo, lanzada a toda prisa para conmemorar los 40 años de la revolución bolchevique y evitar que los americanos pudieran adelantarse lanzando otro satélite en el último momento.

El transmisor de radio del Sputnik 1 enviaba señales en dos frecuencias, la de 20.005 kilohercios y la de 40.002 kilohercios. La primera de ellas está dentro de las bandas de Onda Corta de muchos receptores domésticos, para que los terrícolas pudieran escuchar asombrados los «bip-bip» (en 1957 la contaminación electromagnética que había era mucho menor que la de 2019, en la actualidad las comunicaciones con vehículos espaciales se suelen hacer en frecuencias mucho más elevadas). El impacto psicológico de este satélite fue enorme, un verdadero subidón de autoestima para la URSS y un motivo de preocupación para Occidente. A pesar de que los proyectos americanos estaban muy avanzados, cundió el miedo a que un R-7 cargado con una cabeza nuclear en vez de con un transmisor de radio pudiera ser lanzado contra territorio estadounidense.

El Sputnik 2, lanzado en noviembre de 1957, ya fue un Sputnik completo de 508 kilogramos de peso y varios módulos. Uno de ellos llevaba a bordo a la famosa perra Laika. En los primeros globos aerostáticos del siglo XVIII del mundo real, o en la novela de Verne del siglo XIX, donde el cañón de prueba lanza un gato y una ardilla, los animales son la avanzadilla para cuando les toque volar a los humanos. El viaje de Laika fue sólo de ida, pues ésta primitiva nave no tenía escudo térmico para reentrar en la atmósfera. Los progresos que hace la Humanidad nunca son gratuitos. La perra Laika es sacrificada para hacer más seguros los viajes de los futuros astronautas. El ingeniero francés Esnault-Pelterie había perdido tres dedos en la explosión de uno de sus prototipos de motores. Un cohete ruso explotaría en la torre de lanzamiento causando una verdadera masacre con su bola de fuego. Es el «incidente Nedelin» del que durante mucho tiempo sólo se conocieron rumores y cuyo secreto no fue levantado hasta la época de Gorbachov. El camino al espacio no es un camino de rosas, sino muy arduo.

El Sputnik 3 ya pesa 1327 kilogramos y porta abundante instrumental científico. A partir de ahí, el progreso es imparable, y a los satélites que orbitan nuestro mundo siguen las sondas que salen al encuentro de otros. En un par de años, la sonda Luna 2, de 390 kilos, impacta contra la superficie lunar y la Luna 3 fotografía la cara oculta hasta entonces vedada a la visión humana. No son alunizajes suaves (lo lograría la Luna 9 en febrero de 1966) pero sí los primeros contactos de unas máquinas construidas por el hombre con nuestro satélite natural.

En el lado americano, la percepción que tiene el público en general en estos primeros meses de la carrera espacial es de pesimismo. El 6 de diciembre de 1957 explota un Vanguard en la torre de lanzamiento. Los fracasos americanos parecen mayores porque la televisión retransmite todos los lanzamientos a millones de testigos, tanto los que salen bien como los que salen mal. Los éxitos rusos, aun incuestionables, son magnificados por la censura, que no da noticia alguna de los accidentes.

El 31 de enero de 1958 vuela el primer satélite artificial de Occidente, el Explorer 1, impulsado por un cohete Júpiter. El aparato propiamente dicho pesa tan solo 4 kilos con 800 gramos, y emite en la frecuencia de 108 megahercios con una potencia de 60 milivatios. Un físico de la universidad de Iowa, James Van Allen, lo usó para descubrir los cinturones de radiación que circundan la Tierra y que desde entonces llevan su nombre.

El 1 de octubre de 1958 se crea la Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio (NASA) con la que el presidente Eisenhower accede a poner fin a las rivalidades militares y políticas que habían hecho a los rusos apuntarse el primer tanto. La NASA tratará de poner a todo el mundo a remar en la misma dirección. Los militares seguirán teniendo voz y voto en el programa especial, pero la NASA será una agencia de titularidad civil.

La cuestión espacial pasa a ser un asunto de primerísima relevancia política en los Estados Unidos. El Partido Demócrata en la oposición acusa al republicano Eisenhower de no poner toda la carne en el asador. El imperio romano, argumentan, dominaba Europa porque tenía carreteras pavimentadas. El imperio español, y luego el británico, dominaban el mundo porque tenían barcos, primero de vela y luego de vapor. Ahora los soviéticos tenían la llave de acceso a un nuevo imperio y América se estaba quedando rezagada.

En la creación de la NASA y en estas batallas parlamentarias tiene un gran papel Lyndon Baines Johnson, opositor a Eisenhower desde el senado, e impulsor definitivo de la agencia espacial cuando se convierta en vicepresidente del nuevo gobierno que va a llegar, el del demócrata John Fitzgerald Kennedy.

Mientras tanto, en los últimos dos años de la presidencia de Eisenhower, aparte de cohetes y de satélites, se va diseñando toda una gran infraestructura de telecomunicaciones para permitir el seguimiento desde la Tierra de los satélites no tripulados -y las comunicaciones con las futuras naves pilotadas-. Se van a necesitar antenas parabólicas capaces de apuntar a los satélites cualquiera que sea su posición sobre el planeta Tierra, y para lograr ésta cobertura se eligen emplazamientos de estaciones de telecomunicaciones en tres lugares del planeta: en los propios Estados Unidos, en Australia y en las Islas Canarias. La participación de España en la carrera espacial comienza en 1959.

Juan Pedro Esteve García
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