Los madrileños mantenemos de antiguo una relación de amor y odio con la Sierra. El segundo país más montañoso de Europa después de Suiza, repetimos desde la escuela primaria, unas veces con orgullo, otras con desdén. La capital no puede escapar de la visión de los colosos de granito. En cuanto se hace amago de abandonar la urbe por la calle de la Princesa, asoman los Siete Picos que nos han tenido en vilo los últimos tres días.
Madrid ha perdido a una hija de las montañas que ha vuelto a las montañas. Madrid vive y bebe de las cumbres. Y a veces va a morir en ellas. Cuando el frigorífico no era siquiera ciencia-ficción, los arrieros traían la nieve para almacenarla en pozos de lo que ahora es la glorieta de Bilbao. El valle del Lozoya permitió a Madrid ser Madrid tal y como lo conocemos. El aire fresco del Guadarrama nos libera a menudo de los estragos de la contaminación. A la montaña subían a meditar los monjes de El Paular, o los menos conocidos de La Cabrera. Tampoco se pudieron resistir a su magnetismo los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza, o el cineasta-humorista-cazatalentos-ilustrador Enrique Herreros. Los profesores de la ILE fueron los predicadores del guadarramismo y Herreros el gran evangelista de Gredos.
La montaña es campo de batalla en tiempo de tribulación. Los polacos de Napoleón en Somosierra. El Batallón Alpino del Guadarrama. Los Leones de Castilla. También remanso turístico en años de paz. El Ferrocarril Eléctrico de Cotos. Las excursiones en autobús de generaciones de colegiales. Fuegos de campamento, unas veces de adoctrinamiento político, otras para inculcar amor a la Naturaleza. Miles de hogares de las dos Castillas conocieron la radio de FM y la televisión desde las grandes antenas de la Bola del Mundo.
No siempre los madrileños hemos sabido agradecer a la montaña los inmensos servicios que nos ha prestado: también subieron los vándalos a prender sus fuegos, y la sobreexplotación del turismo estuvo a punto de degradar algunos parajes, hasta que se alzaron voces sensatas para convertir buena parte del tramo madrileño de la Cordillera Central en parque nacional. Mucho antes de que se hablara de “edades de oro del deporte español” Blanca Fernández Ochoa ya dio a España una medalla olímpica. Cuando unos iban, ella ya estaba de vuelta. Cuando la brecha social entre el fútbol y los demás deportes era mucho más profunda, Blanca consiguió meter en la televisión, a finales de los 80 y primeros 90, no sólo el esquí, sino otros deportes de invierno hasta entonces muy minoritarios. Muchos supieron por primera vez dónde estaba Calgary y dónde estaba Albertville. La cultura de la montaña dejó de ser una cosa de cuatro pirados o de las películas de Heidi.
Mucho antes de las grandes movilizaciones feministas de 2018 o de que la mayor parte de la prensa se enterara de la existencia de una liga de fútbol de mujeres, Blanca Fernández Ochoa, y otras como Vreni Schneider, ya se abrían camino por mundos tradicionalmente dominados por varones. Cuando otras fueron, ella ya hacia mucho que estaba de vuelta. Sin el camino que abrió, probablemente la trayectoria de Maria José Rienda dentro y fuera de la nieve habría sido mucho más complicada.
Quizá Blanca llegó a éste mundo demasiado pronto, pero también se ha ido demasiado pronto. Aun así había sabido reinventarse a si misma varias veces, como con la tienda de productos deportivos Foss (Fernández Ochoa Sport Shop) que estuvo mucho tiempo junto al cruce de la avenida de Pablo Iglesias con la calle Almansa. Van a venir días duros, en los que se van a decir muchas tonterías desde las televisiones sensacionalistas o desde los Fake-books de turno. La soberbia de estos agitadores les lleva a creerse un agente de la Policía Científica, un psicólogo y un soldado de la Unidad de Emergencias, todo en uno. No importa, Nos queda el recuerdo de alguien que triunfó en un mundo como el del deporte -muy dado a egocentrismos y a excentricidades-sin que se le subiera la fama a la cabeza.
La fotografía ha sido tomada de «Biografías y vidas. La eenciclopedia biográfica en línea«
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