Skylab NASA

50 años del viaje del Apolo 11 ( y X): De 1969 al futuro, aunque toda ésta crónica ha sido de futuro.

Y, después de clavar la bandera de 1969 ¿qué? se preguntaron muchos. La última misión tripulada a la Luna fue la Apolo 17. Volaron algunas cápsulas Apolo más, pero a órbitas bajas de la Tierra, caso de las destinadas a la estación espacial Skylab o de la que en 1975 se acopló con una nave Soyuz en un intento de rebajar la tensión con la URSS.

La administración Nixon heredó los programas espaciales de la de Johnson, ascendido a presidente tras el atentado que acabó con la vida de Kennedy. Lejos de abortar éstos proyectos de golpe como habría hecho un político cortoplacista, Richard Nixon envió siete misiones tripuladas a nuestro satélite, una de ellas la Apolo 13 que se averió en mitad del viaje, pero quedó como ejemplo de cómo sacar victorias de las derrotas. Nixon fue un dirigente con bastantes sombras en su gobierno, pero probablemente dentro de doscientos años casi nadie se acuerde del escándalo Watergate -que, como es sabido, fue mucho más allá de un simple espionaje con micrófonos, pues implicaba oscuras maniobras para desestabilizar el Partido Demócrata desde dentro- Sí habrá muchos que le recordarán como el que completó la tarea de sus predecesores y bajo cuyo mandato un pequeño grupo de seres humanos abandonó por primera vez su cascarón natal.

Se estimaba por entonces que el viaje a Marte sería factible en veinte años más, bien con lanzamientos múltiples de cohetes Saturno, bien con cohetes convencionales todavía más grandes -los Nova, que no pasaron de la mesa de dibujo- o con los motores NERVA de propulsión nuclear. Pero la presión política para recortar presupuesto va aumentando. Se exploraría ampliamente Marte antes de terminar la década de 1970, pero con las naves no tripuladas Mariner y Viking. Un piloto humano come -alimentos que hay que almacenar-. Un piloto humano respira -aire que también hay que almacenar, y que también pesa-. Una misión tripulada necesita un viaje de ida y otro de vuelta, mientras que un robot se puede quedar en Marte cuando termine su vida util. Los ingenios no tripulados dominan la exploración en la década de 1970, y emprenden viajes tan largos, a los planetas exteriores, que han seguido proporcionando descubrimientos a la ciencia hasta tiempos muy recientes.

También bajo la presidencia de Nixon se empezaron a imaginar las naves espaciales de la siguiente generación. Serían aviones-cohete reutilizables que mejoraran la imagen pública de la NASA y facilitaran la explotación comercial de la órbita terrestre, pues ya desde el momento en que Armstrong, Aldrin y Collins volvieron a la Tierra surgieron agoreros que acusaban al proyecto Apolo de ser un despilfarro inútil de millones. Sin embargo, de las misiones Apolo comprendidas entre la 12 y la 17 se sacaron enormes beneficios a nivel científico aunque no tuvieran la resonancia mediática ni política de la 11. La principal víctima colateral del Apolo fue el programa soviético de naves lunares tripuladas, que existía, aunque mantenido bajo enorme secreto. Se llegaron a construir por parte de los rusos unos monstruosos cohetes, tan grandes como los Saturno V occidentales, que deberían haber llevado a los cosmonautas a la Luna a bordo de versiones evolucionadas de las naves Soyuz. Tras el éxito de la misión americana, y habiendo muerto Koroliev en 1966, el programa fue borrado de la Historia y, como tantos otros secretos de la URSS, no desclasificado hasta la era de la Perestroika. Los esfuerzos rusos se redirigieron a los automóviles lunares no tripulados Lunajod y a las estaciones orbitales Salyut, programas ambos de gran éxito. Las Salyut eran en parte la tapadera civil del programa militar Almaz, y al menos una de ellas estuvo dotada de un cañón con el que disparar a hipotéticos satélites interceptores occidentales – o chinos, pues el riesgo de una guerra entre los gigantes rojos fue bastante real entre 1960 y 1980-.

Los aviones-cohete americanos irían tomando forma en el mandato presidencial de Jimmy Carter (un demócrata) y se les sacaría todo su potencial técnico -y propagandístico de las virtudes del made in USA- en tiempos de Ronald Reagan (un republicano). A pesar de que la NASA no volvió a gozar de la lluvia de dólares que conoció en los años 60, en general puede decirse que los presidentes americanos de aquellos tiempos eran bastante respetuosos con los programas espaciales heredados de sus antecesores, pues se imponía el prestigio de la tecnología del país sobre las rivalidades de los partidos políticos, algo de lo que tendrían mucho que aprender los dirigentes de la década actual -y no solamente en América-. Para la época de Carter la carrera espacial había dejado ya de ser un duopolio de rusos y de americanos:

-Europa tuvo programas espaciales lanzados individualmente por cada país, de los que el más avanzado fue obra de Francia. Los primeros cohetes franceses volaron desde Argelia, y el equivalente a la perra Laika de los rusos fue una gata llamada Felicette. Al independizarse de Francia éste país africano hubo que buscar un nuevo cosmódromo en Kourou, en la Guayana, que se abrió en 1964 y que tras grandes ampliaciones es la base del actual programa espacial de la Unión Europea. Por su parte, Italia construyó dos plataformas en el océano Índico (una para los cohetes, otra para equipos de radio) frente a la costa de Kenya, desde donde se lanzaban satélites científicos a lomos de cohetes Scout suministrados por EE.UU. Una empresa alemana llamada OTRAG hizo experimentos en 1977 con unos ingeniosos cohetes modulares de combustible sólido, que se lanzaban desde el entonces Zaire y que se abandonaron por problemas políticos derivados de la guerra de Angola. El deseo de buscar cosmódromos tan alejados de Europa no era una casualidad, pues cuanto más cerca del Ecuador se haga el lanzamiento de un cohete, más se puede aprovechar el giro natural de la Tierra y más peso se ahorra en combustible.

-España, aparte de su participación en la red de telecomunicaciones de la NASA, disponía de la base de El Arenosillo, en Huelva, para el lanzamiento de cohetes científicos suborbitales del INTA (Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial). Es paradójico que a día de hoy muchos españoles crean que el primer satélite de su país fue el programa Hispasat de los años 90, cuando en realidad fue el Intasat del INTA de 1974, impulsado por un cohete norteamericano. Al ser un satélite científico -y no de telecomunicaciones como el Hispasat- el impacto que tuvo en la opinión pública fue muy reducido, a lo que hay que sumar los enormes cambios políticos que experimentó España a raíz de la Transición. La reorganización de innumerables instituciones del país restó prioridad a proyectos de investigación de esta clase, y hasta el primer Hispasat no volvió a haber lanzamientos de satélites españoles.

-Los Hispasat, como casi todos los satélites europeos desde 1979, fueron lanzados desde Kourou por cohetes de la familia Ariane de la Agencia Europea del Espacio (ESA). Como en tantos esfuerzos comunes emprendidos por las entonces Comunidades Europeas, dejó de tener sentido mantener un equipo de ingenieros alemanes, otro de británicos, otro de franceses… cada uno haciendo la guerra por su cuenta para construir un cohete lanzador propio. Los aviones civiles Airbus, los Eurofighter de guerra y los cohetes Ariane consiguieron recuperar el prestigio tecnológico del Viejo Mundo, y deberían ser objeto de reflexión -y de orgullo- en un momento como el de la crispada década del 2010 en que tanto empeño se ha puesto en hacer labor de zapa contra las instituciones comunes europeas, ya sea desde extremismos de corte paleto-nazi o de corte paleto-chavista.

Hispasat 30W-6.
Hispasat 30W-6.
Fuente: www.hispasat.com

-No debemos olvidarnos de otro proyecto español, el Capricornio de los años 90, por el que España tuvo ciertas opciones de acceder a cohetes lanzadores propios. El proyecto, apto para poner en órbita satélites ligeros, fue publicitado ampliamente en exposiciones y revistas, pero no pasó de ahí, por las mismas razones por las que se abandonó el proyecto Hermes de lanzadera reutilizable al estilo de las americanas: el final de la Guerra Fría llevó a principios de los años 90 a la desaparición de cierta cultura de la competición en favor de otra cultura de la cooperación. Europa ya no necesitaba tanta autoafirmación tecnológica y podía lanzar sus astronautas a bordo de naves americanas o de la recién aparecida Federación Rusa. Eran años de un optimismo algo ingenuo, cuando parecía que Rusia se iba a convertir en una democracia plena en cuestión de días. La lanzadera europea Hermes habría sido lanzada desde Kourou y se consideró seriamente Almería como su base de aterrizaje.

Antes de retomar la historia del programa espacial americano donde la habíamos dejado, citaremos otras potencias que se fueron sumando al club espacial. La República Popular China desarrolló un programa de cohetes lanzadores derivado de misiles balísticos soviéticos, para luego ir creando sus propios diseños. En 1967 se puso en servicio el cosmódromo Viento del Este y el 24 de abril de 1970 voló el primer satélite chino a bordo de un cohete Larga Marcha 1. Las primeras cápsulas tripuladas también tenían evidentes similitudes con las Soyuz, pero con el tiempo los chinos han desarrollado un importante programa de cápsulas, estaciones y sondas que a día de hoy es el principal competidor de las dos superpotencias espaciales de toda la vida. La India tuvo su Von Braun particular en la figura del físico Vikram Ambalal Sarabhai, y desde 1963 efectuó lanzamientos de pequeños cohetes-sonda. En 1975 fue lanzado el satélite Aryabhata, por medio de un cohete ruso, y el 18 de julio de 1980 la India puso en órbita otro satélite, ya con medios totalmente de producción nacional. Los progresos de éste país tienen dos botones de muestra en la capacidad que ha demostrado para poner en órbita un centenar de satélites ligeros de una tacada, con un solo cohete, y en la sonda Chandraayan-1, lanzada en 2008 desde la isla de Sriharikota, que sobrevoló la Luna y colocó sobre ella un pequeño vehículo de impacto. Es otro de los países que darán que hablar en el siglo XXI. Japón construyó su centro de lanzamiento de Kagoshima, dependiente de la Universidad de Tokio, en 1963, y el de Tanegashima en 1970. Inicialmente se lanzaron versiones japonesas del cohete americano Thor, y con posterioridad la agencia NASDA ha desarrollado un importante surtido de cohetes y satélites propios. Hay dos países que han adquirido capacidad para lanzar satélites gracias a la gran importancia de sus Fuerzas Armadas y sus programas de misiles: uno es Israel y otro es Corea del Norte. Una futurible Corea reunificada podría ser una de las grandes potencias del Espacio por derecho propio, combinando la tecnología de electrónica de precisión del Sur con los potentes cohetes lanzadores del Norte.

El primer satélite hindú: el Aryabhata.
El primer satélite hindú: el Aryabhata. Fuente: www.newsbharati.com

Todo ésto es referido a satélites lanzados exclusivamente con cohetes, pero cada vez va teniendo más importancia el lanzamiento de satélites ligeros con intervención de aviones en los primeros kilómetros de su recorrido. En la época de Reagan existió un misil antisatélite que se podía lanzar desde un caza F-15 y que podía derribar satélites que no orbitaran demasiado alto. Poco después se diseñó el Pegasus, pequeño cohete que se lanza desde un avión Lockheed L-1011, y en el que hubo participación de España tanto a nivel de uno de sus ingenieros creadores (Antonio Elías) como de uno de los puntos de despegue del avión (Base aérea de Gando, en las Canarias). Estos vehículos han quedado empequeñecidos en 2017 con la aparición del gran avión Stratolaunch 351 de dos fuselajes.

Volvamos ahora al avión-cohete, o Lanzadera Espacial, cual fue su nombre definitivo. Se construyó un prototipo en 1979 (la Enterprise, nombre puesto en homenaje a la popular serie televisiva Star Trek) y cinco ejemplares de serie a partir de 1981, que fueron un salto cualitativo enorme, pues podrían transportar hasta un máximo de siete personas (3 en las cápsulas Apolo, 2 en las Géminis, 1 en las Mercury), con mucho más espacio que en las claustrofóbicas naves anteriores, con lo que se abría el paso a que no solamente viajaran, como hasta entonces, pilotos procedentes de las Fuerzas Aéreas o de la Armada, sino civiles, fundamentalmente doctores de varias carreras de las Universidades, que contarían con un laboratorio en órbita para poder hacer todo tipo de experimentos.

Lanzadera espacial

La Lanzadera supuso una verdadera democratización del Espacio, no solo en lo cuantitativo (número de personas que empezaron a viajar con respecto a las décadas anteriores) como en lo cualitativo (apertura a colectivos hasta entonces marginados). La legislación norteamericana a nivel de derechos civiles había avanzado mucho en los años 60 y 70. Es conocida la lucha del «Black Power» pero también hay que citar las leyes que permitieron la progresiva integración de las mujeres en las Administraciones Públicas y en las Fuerzas Armadas. La NASA era, como hemos visto, una institución civil, pero con tradiciones segregacionistas que no se diferenciaban mucho de las de los ejércitos. En los años 60 un grupo de científicos independientes demostró que las mujeres eran perfectamente aptas para pilotar una cápsula Mercury, e hizo su propia preselección de 13 pilotos («las 13 del Mercury») que fueron boicoteadas incluso por la administración Johnson, gran impulsora del programa espacial. Nunca llegaron a volar. Los hombres de Carter repararon ese error anunciando urbi et orbi que en el nuevo programa de las Lanzaderas se admitirían mujeres y científicos de las minorías étnicas.

Se hizo una campaña de relaciones públicas para modernizar la imagen de la NASA ante la opinión pública, en la que colaboró, por ejemplo, la actriz Nichelle Nicholls, la teniente Uhura de Star Trek (uno de los pocos programas de los años 60 donde había salido una mujer negra interpretando un papel que no fuera de criada) y se hicieron llamamientos en 1977 a las Universidades para que publicaran esta nueva «oferta de empleo público» en sus medios.

En 1978 se hizo la selección de los «especialistas de misión» y «especialistas de carga», nuevas categorías de astronautas para la Lanzadera Espacial. Se presentaron más de 8000 personas. Fueron elegidos 35 candidatos. De ellos, 6 eran mujeres. Estas personas fueron conocidas como los «35 novatos», o «Thirty-Five New Guys» de la NASA. En su mayoría eran doctorados de carreras de ciencias, aunque también había, como en los viejos tiempos, alguno procedente de las Fuerzas Armadas.

Todos ellos, aunque no fueran a realizar funciones de piloto en la Lanzadera, fueron adiestrados para manejar el avión T-38, versión de entrenamiento del caza F-5. Con ello se acostumbrarían a experimentar fuertes aceleraciones, y a tomar decisiones rápidas en un mundo donde un segundo más o menos puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Eran una representación de lo mejor y de lo más variado de la sociedad estadounidense del siglo XX. Había desde anglosajones de pura cepa hasta afroamericanos, descendientes de judíos de Ucrania, de irlandeses o de japoneses. Entre ellos formaron un grupo tan unido que incluso surgieron dos matrimonios, el de Margaret Seddon con Hoot Gibson y el de Steve Hawley con la nunca suficientemente bien ponderada Sally K. Ride, astrofísica y proselitista de la ciencia entre los más jóvenes (ver La Gatera de la Villa número 25).

En 1981 se hace el primer vuelo de la lanzadera definitiva, la «Columbia», con pilotos de los «veteranos». Poco a poco se van haciendo más vuelos donde van participando los 35 novatos. En España el transbordador espacial apareció en el último NO-DO, que ya era en color, y no era de proyección obligatoria, sino voluntaria, en los cines. También se hablaba de la instalación de energía solar en unas nuevas viviendas de la provincia de Murcia, aquí en España también estaban cambiando algunas cosas muy rápido, frente a lo «grises» que eran los NO-DOs originales. La Lanzadera estuvo en funcionamiento tres décadas, hasta 2011, y en ella volaron multitud de personas, muchas más de 35, tanto hacia la desaparecida estación rusa Mir como a la actual Estación Espacial Internacional (ISS). Y los primeros astronautas españoles, Miguel López-Alegría (en 1995) y Pedro Duque (en 1998). Éste último viajó junto a John Glenn, pionero de las cápsulas Mercury -que tuvo una importante carrera política como senador- y ha desarrollado él mismo hasta hace pocos días una breve pero destacable labor como ministro de Ciencia y Universidades de España. Probablemente pase a la Historia como uno de los pocos dirigentes de nuestro país que hicieron oposición activa a las oleadas de pseudociencias y supercherías que proliferaron a través de Internet en las primeras décadas del siglo XXI, algo destacable en una época como la actual en la que el nivel cultural de nuestros líderes no ha sido precisamente el óptimo.

Según la revista National Geographic, a fecha de marzo de 2018 habían volado al Espacio un total de 556 personas desde 1961. 553 de ellas en vuelos orbitales y 3 en pequeños vuelos suborbitales. Doce son los que llegaron a pisar la Luna. La cifra, para los vuelos de órbita terrestre, sigue aumentando. El presidente Trump ha anunciado que Occidente volverá a tener naves tripuladas propias, tras años de seguir dependiendo de los veteranos diseños de Koroliev. Tras el paso por la Casa Blanca de varios mandatarios que prometieron mucho, pero que han seguido metiendo tijeretazos a los presupuestos de la NASA año tras año, habrá que ver por dónde avanzan las cosas y si ésto no es sino otra más de las bravuconadas de Trump. ¿Volveremos a la Luna? ¿Conquistaremos Marte?. Siempre que aparecen noticias sobre estos temas salen a la palestra las jaurías de tertulianos pidiendo más tijeretazos, con el consabido eslogan de “hay que solucionar primero las cosas de la Tierra”, como si los avances técnicos salidos del programa espacial no hubiesen solucionado ya bastantes problemas aquí. Lo que hay en juego, por otra parte, no es sino la supervivencia a largo plazo de la especie humana. Ya nos estamos acostumbrado -como a algo cotidiano- a la carnicería que se produce todas las semanas en el Mediterráneo: oleadas de personas tratan de cruzar un muro que ya se ha cobrado muchas más vidas que el de Berlín. Huyen de los países sin recursos hacia los países con recursos. Y eso pasa en el Río Grande, en las islas griegas, en Melilla y en otros mil sitios. Los políticos cortoplacistas se echan las culpas unos a otros. Otros más sensatos podrán imaginar soluciones que den algo de tregua a la Humanidad por dos, quizá tres siglos más, pero el número de habitantes de la Tierra sigue creciendo. ¿Será sostenible una Tierra de 10.000 millones de habitantes? ¿Y una de 20.000? Ahora mismo no hay un planeta B como reemplazo para la Tierra, pero igual conviene que lo haya. La tarea a acometer es gigantesca, pero también lo era en 1962 cuando Kennedy anunció un viaje sin precedentes para antes de 1970. Y se hizo.

Bibliografía

-ASIMOV, Isaac. «Momentos estelares de la ciencia». Alianza Editorial, Madrid, 1981. Publicado originalmente en inglés en 1959 como «Breakthroughs in Science por Scholastic Magazines Inc.»

-BÜDELER, Werner. «Proyecto Apolo». Editorial Sagitario, Barcelona, circa 1970.

-DRAKE, Nadia. «Beyond the blue marble». Artículo publicado en la revista «National Geographic», número de marzo de 2018, pág. 68 y ss.

-EVANS, Arthur B. y MILLER, Ron. «Julio Verne, un visionario mal comprendido». Artículo publicado en la revista «Investigación y Ciencia» (Edición española de la «Scientific American») número 251 (agosto de 1997), pág. 4 y ss.

-GATLAND, Kenneth, et al. «Exploración del Espacio». Publicado originalmente en inglés como «The Illustrated Encyclopaedia of Space Technology» y recopilado en España en cuatro volúmenes en 1985, por Ediciones Orbis, dentro de la Biblioteca de Divulgación Científica de la revista «Muy Interesante».

-RIGUTTI, Adriana. «Observar el Cielo. Un viaje entre estrellas y planetas para conocer el Universo». Ed. Tikal/Susaeta, Madrid, 2003. Publicado originalmente en italiano como «Atlante del cielo» por Giunti Editore.

-WADE, Mark. «Encyclopaedia Astronautica», monumental archivo digital contenido en la página web www.astronautix.com

Juan Pedro Esteve García
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