La presencia de un pre-Madrid o proto-Madrid romano parece circunscrita al ámbito de la orilla occidental del Manzanares, en algún lugar del cauce del Meaques, Batán, Carabancheles o similar, pero sin relación conocida con el lugar de la orilla oriental del Manzanares donde surgió el Madrid propiamente dicho. El eminente madrileñista Manuel Montero Vallejo insiste en que la verdadera ciudad de la zona era Complutum, y que Miacum o Titulcia no pasaban del rango de meras posadas al servicio de los caminos.
Pero cuando Madrid pasó de ser un pueblo castellano para convertirse en la capital del imperio transatlántico de los Habsburgo, hubo pseudohistoriadores que fabricaron toda una serie de mitos para hacer venir la fundación de Madrid de los romanos e incluso de los griegos, con el fin de dar a la ciudad un pedigree con el que poder competir en antigüedad con las capitales de otras monarquías de Europa, como Londres, que sí tenía un pasado romano. Estas falsificaciones de la historia no son nada nuevo, pues ya cuando Roma se consolidó como gran potencia, un poeta a sueldo del Estado, Virgilio, se sacó de la sesera su Eneida para hacer descender a los romanos de Eneas, héroe de la guerra de Troya. En Madrid no quisimos ser menos, y fabricamos a Ocno Bianor, otro griego que habría fundado la ciudad con el nombre de Metragirta.
La comparación de los datos que nos ofrecen la Historia y la Arqueología ha permitido ubicar con bastante fiabilidad la aparición de Madrid a mediados del siglo IX de la era cristiana, bajo poder de los árabes, aunque no es de descartar la hipótesis de que ese asentamiento islámico, que está perfectamente documentado y comprobado por vestigios físicos, pudiera haberse fijado en un lugar que hubiesen poblado antes los visigodos, pueblo germánico que gobernó la mayor parte de Hispania entre la etapa de decadencia del imperio romano y la llegada de los árabes. La presencia de los visigodos está comprobada, como la de los romanos, en las cercanías de Madrid, con cementerios que se han encontrado cerca de los pueblos de Vicálvaro y de Daganzo de Arriba, pero, de la misma manera que en el caso de los romanos, no disponemos de pruebas concluyentes de asentamientos en lo que fue el pequeño recinto del Madrid fundacional. También nos encontramos, como en la leyenda de Ocno Bianor, con injerencias de carácter político en el relato de la aparición de Madrid, pues en el contexto de las guerras que dividieron España entre cristianos y musulmanes entre los siglos VII y XV, era más conveniente buscar unos antepasados visigodos, que practicaban la religión cristiana (primero la herejía arriana y luego la línea oficialista del Papa), que unos antepasados de la religión rival.
Mahoma, fundador del Islam, murió en el año 622 de la era cristiana, y su religión, que toma elementos de los otros dos grandes monoteísmos, la fé de Moisés y la de Cristo, a los que se añaden otros nuevos, pronto se convirtió en la mayoritaria en Arabia. Desde el 660 la dinastía de los Omeyas fue predicando el nuevo credo por innumerables paises, y se rompió la unidad religiosa que existió en el Mediterráneo desde el tiempo de los romanos. Desde el siglo IV, el cristianismo había ido sustituyendo a los viejos dioses del panteón romano, pero se seguía manteniendo la unidad de culto, y de idioma, tanto en la orilla europea como en la orilla africana. A partir de la expansión del Islam, en una orilla quedaron el griego y el latín, y en otra, el árabe.
Volviendo a Hispania, en el año 710 murió Witiza, rey de los visigodos, y se desencadenó una guerra civil entre el nuevo rey, Rodrigo, y los hijos de Witiza. La monarquía de los antiguos pueblos germánicos no se regía por procedimientos hereditarios como ocurre en las actuales desde aproximadamente el siglo IX, sino que era electiva, al estilo de cuando se elige un Papa al morir el anterior. Unas veces podía salir de rey el hijo del anterior, pero no de manera automática, sino por votación, lo que era a menudo causa de rivalidades y vendettas de este tipo. Al coincidir esta guerra hispánica con la expansión de los musulmanes por el norte de África, la familia de Witiza pactó la entrada de tropas árabes en el reino visigodo para combatir a Rodrigo. Así pues, en ese mismo año 710, Tarif ibn Maluk realizó un primer ataque (del que viene el nombre de la actual ciudad de Tarifa, en la provincia de Cádiz) y el 27 de abril de 711 se produjo el desembarco de 7000 soldados al mando de Tarik ben Ziyad, en un punto que desde entonces se conoce como Gibraltar (Yebel Tarik, o «la montaña de Tarik»). El 11 de noviembre de 711 se rendía Toledo, capital de la España visigoda, y la guerra inicial se fue diluyendo dentro de la invasión de la península ibérica por el Islam. Entre los años 716 y 719 el gobernador Al-Hurr consiguió la renuncia definitiva de los witizanos a todo poder político en el nuevo orden de cosas. Conservarían una destacada posición socioeconómica como vencedores de los partidarios de Rodrigo, pero todo resto del régimen visigodo como tal quedó extinguido.
Los visigodos eran solamente una parte de la población de la Hispania anterior al Islam, puesto que gran parte de los habitantes seguían siendo los hispanorromanos que había antes de que cayera el Imperio. Se daba el caso incluso de que cada grupo étnico conservaba tradiciones y legislaciones propias, aunque les unía a todos la religión cristiana y el idioma latino. Núcleos inconformistas de unos y de otros, que no aceptaron la nueva dominación musulmana, formaron algunos centros de resistencia en el norte de España, de los que con el tiempo derivarían muchas de las actuales identidades regionales, pero para que los cristianos volvieran a tierras del actual Madrid todavía faltaba mucho tiempo.
Los musulmanes invasores tampoco eran un bloque homogéneo. La cúpula militar y política estaba formada por árabes o por sirios, y la tropa la componían bereberes del norte de África, a los que por proceder de la antigua provincia romana de Mauritania (más al norte que la actual república de Mauritania) los resistentes cristianos enseguida llamaron «moros». Con el tiempo, se acabó llamando «moros» a todos los musulmanes, fuesen norteafricanos, sirios o árabes. En el año 755 se produjo una guerra civil dentro del mundo musulmán, que por entonces obedecía a una autoridad única, el Califa, monarca con poderes enormes. Los abbasíes desplazaron a los Omeyas, y en el año 756 estos Omeyas se refugiaron en territorio español, creando el emirato de Córdoba. El primer emir de Córdoba fue Abderrahmán I, y desde entonces han fracasado todos los intentos de reunir a los pueblos islámicos bajo una misma bandera. El último que lo intentó, en el siglo XX, fue el egipcio Nasser con su República Árabe Unida (RAU) que solamente pudo abarcar Egipto y Siria.
La ciudad de Toledo, donde seguía habiendo gran número de habitantes de origen visigodo o hispanorromano, era vista por el poder cordobés como foco de posibles rebeliones, y los cordobeses no se equivocaban: hubo una insurrección en el año 797 y otra entre los años 852 y 858, que costó enormes esfuerzos sofocar al Emirato, y en la que del lado de los rebeldes intervinieron soldados enviados por Ordoño I, rey cristiano de Asturias, primero de los nuevos estados que se habían fundado en el norte. Es por esos años cuando aparece en el mapa del centro de España algo llamado Mayrit, o Madrid, con gran probabilidad una guarnición militar que por un lado sirviera a los emires para prevenir futuras acometidas de los cristianos del norte, pero por otro sirviera también para acantonar tropas cerca de Toledo, pero no en Toledo, para que no pudieran ser capturadas por sorpresa por nuevas rebeliones.
Las crónicas nos cuentan que el emir Mohamed I reinó entre los años 852 y 886, y que a lo largo de su mandato reedifica Talamanca del Jarama, crea o reedifica Peñahorada (probablemente uno de los varios emplazamientos que ha tenido Alcalá de Henares a lo largo de su historia) y fortifica Madrid, de lo que se deduce que probablemente ya existiera algún núcleo de casas, pero sin valor militar y sin trascendencia en la vida oficial del Emirato cordobés. El Mayrit oficial surge, según Christine Mazzoli-Guintard, en algún momento anterior al año 865, pero no mucho más tarde.
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