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Crónicas del Extrarradio (II): Origen del trazado de muchos barrios.

En el capítulo anterior habíamos dejado a la ciudad de Madrid en pleno derrocamiento de la reina Isabel II. Empezaba el “sexenio caótico”, que a nivel político iba a ser una decepción, pero a nivel urbanístico aceleraría muchas reformas.

El Plan Castro, aun siendo una herencia de la monarquía isabelina, fue asumido por las nuevas autoridades del gobierno provisional, que se puso a buscar un nuevo rey para España.

Esto acabó causando una guerra internacional, entre la Francia de Napoleón III y la Prusia que iba a vertebrar el nuevo Imperio Alemán, pues cada potencia aspiraba a usar España como zona de influencia. Al final no vino ningún rey francés ni alemán, sino uno italiano, Amadeo I de Saboya, que como le ocurrió al otro monarca efímero del siglo XIX español, José I Bonaparte, vino con muy buenas intenciones de modernizar el país pero se vio boicoteado por las inercias y cainismos de la política celtíbera. La mujer de Amadeo, por lo menos se preocupó de mejorar las condiciones de trabajo de las lavanderas de Madrid (las lavadoras eran ciencia-ficción, y la ropa se llevaba a lavar al Manzanares, y se tendía en sus orillas para secarla)

Tanto los años de este breve rey como los de la Primera República, que discurrieron en paralelo a otra guerra, la de los carlistas, sirvieron para que en Madrid se derribara (salvo algunos trocitos supervivientes cerca de la Puerta de Toledo) la Real Cerca de Felipe IV y muchos edificios que estaban ruinosos o semiabandonados por toda la ciudad. Era una época en la que ya existía la fotografía, por lo que ha quedado testimonio gráfico de cómo eran algunas de las zonas afectadas por las reformas, caso de la antigua iglesia de Santa María, una de las más antiguas de la Villa, que fue derribada para reordenar el cruce de la calle Mayor con la de Bailén. Esta iglesia es la precursora de lo que luego, con el tiempo, acabaría siendo la actual Catedral de la Almudena.

Las operaciones de reforma urbanística suelen ser traumáticas para los cascos viejos de las poblaciones. Para el caso de Madrid-centro, la caída de la monarquía isabelina en 1868 supuso el inicio real de muchos de los trabajos previstos en la década anterior por los gobiernos de Isabel II. Llegó el derribo de multitud de edificios, de casi todo lo que quedaba de las viejas murallas, y la apertura de nuevos viales. En la zona que aparece retratada en este fragmento del venerable plano de Teixeira, hubo más cambios en el último cuarto del siglo XIX que en los dos siglos anteriores, y casi solo nos resulta reconocible como superviviente el palacio de la esquina inferior derecha, que alberga el Consejo de Estado y la Capitanía Militar.
Las operaciones de reforma urbanística suelen ser traumáticas para los cascos viejos de las poblaciones. Para el caso de Madrid-centro, la caída de la monarquía isabelina en 1868 supuso el inicio real de muchos de los trabajos previstos en la década anterior por los gobiernos de Isabel II. Llegó el derribo de multitud de edificios, de casi todo lo que quedaba de las viejas murallas, y la apertura de nuevos viales. En la zona que aparece retratada en este fragmento del venerable plano de Teixeira, hubo más cambios en el último cuarto del siglo XIX que en los dos siglos anteriores, y casi solo nos resulta reconocible como superviviente el palacio de la esquina inferior derecha, que alberga el Consejo de Estado y la Capitanía Militar.

Para mitigar el paro, que ya entonces empezaba a ser una lacra para España, se empleó mucha mano de obra en tirar murallas, y en cavar acequias de riego, pues aunque el Canal de Isabel II se había terminado en 1858 para traer a los madrileños agua potable desde el Lozoya hasta los grifos de sus casas, es en esa época cuando se empieza a trabajar en la otra utilidad prevista para el Canal, la de derivar de él otros canales pequeños, o “canalillos”, que suministraran agua a la multitud de huertas que había en lo que ahora es la Prosperidad, el Parral, la Guindalera, López de Hoyos, el AZCA o Tetuán. Lo del “Plan E” no es un invento reciente, ni mucho menos, y estas obras que se hicieron en el periodo 1868-1876 fueron consolidadas ya en el reinado de Alfonso XII.

El nuevo rey, hijo de Isabel II, puso en marcha, entre 1875 y 1876, el régimen político de la Restauración, finalizó las guerras carlistas y trajo uno de los pocos periodos de relativa tranquilidad de la convulsa España decimonónica. La estabilidad permite que se vayan construyendo las retículas de calles previstas en el Plan Castro, con los nombres con los que las vamos conociendo en nuestros días, en distritos como los que ahora llamamos de Chamberí y de Salamanca (que no se corresponden exactamente con la primera noción geográfica de Chamberí ni con el barrio de Salamanca original).

El 26 de diciembre de 1876 llega la Ley de Ensanche de Poblaciones, y el 2 de octubre de 1877 la Ley Orgánica Municipal, que tiene una consecuencia importante para el futuro de Madrid: se facultaba a los municipios para crear asociaciones y comunidades entre ellos para obras públicas, vigilancia rural, etc… Esta ley fue aprovechada en 1910 para, por medio de la Mancomunidad de Madrid, coordinar la acción del Ayuntamiento de Madrid con los de los pueblos vecinos, de manera anticipatoria de lo que muchos, muchos años después iban a ser las incorporaciones de esos pueblos a la capital.

Un siglo más tarde de todo aquello, fueron los pueblos de los alrededores de Madrid los que sufrieron transformaciones y contrastes similares. Si en la Villa y Corte aparecieron el Viaduucto y la Catedral de la Almudena cambiando radicalmente el "skyline" del casco antiguo, en Fuencarral, varios kilómetros al norte, aparecieron enormes torres de pisos a pocos metros de las casas originales. Si prospera la llamada "Operación Chamartín", en las primeras décadas del siglo XXI se espera que aparezcan otras torres, de oficinas, que a su vez dejen empequeñecidas a las del siglo XX. Foto: Juan Pedro Esteve García, invierno 2015-2016.
Un siglo más tarde de todo aquello, fueron los pueblos de los alrededores de Madrid los que sufrieron transformaciones y contrastes similares. Si en la Villa y Corte aparecieron el Viaducto y la Catedral de la Almudena cambiando radicalmente el «skyline» del casco antiguo, en Fuencarral, varios kilómetros al norte, aparecieron enormes torres de pisos a pocos metros de las casas originales. Si prospera la llamada «Operación Chamartín», en las primeras décadas del siglo XXI se espera que aparezcan otras torres, de oficinas, que a su vez dejen empequeñecidas a las del siglo XX.
Foto: Juan Pedro Esteve García, invierno 2015-2016.

Con visión a menos años vista, pero con acierto, fue promulgada la Real Orden del 31 de agosto de 1888, que dispuso el estudio por el Ayuntamiento de Madrid de la ordenación viaria y de salubridad del Extrarradio, que como vimos en la entrega anterior era lo que quedaba entre el Foso del Ensanche y el lindero municipal.

Alfonso XII tuvo un reinado corto, y se casó con dos mujeres. La primera de estas reinas, María de las Mercedes, fue la que empezó a mover las gestiones para que Madrid, capital de un país mundialmente famoso por la belleza de sus catedrales, tuviera un gran templo católico digno de una gran urbe europea. Era un problema que venía ya incluso del reinado de los Austrias, pero la jerarquía episcopal había sido siempre reacia a que Madrid tuviera un obispo propio, que restara fieles y rentas al de Toledo. La cosa se fue desbloqueando, y el nuevo templo se ordenó construir, como sucesor del de Santa María recientemente derribado, en un lugar muy cercano, enfrente del Palacio Real.

Las obras de este templo de la Almudena, como es sabido, duraron hasta hace muy poco. La catedral no fue consagrada hasta el pontificado de Karol Wojtyla, más de un siglo después. Solo se construyó, del proyecto del Marqués de Cubas, la cripta, y la obra situada encima de ella es ya del siglo XX, con un estilo completamente distinto para armonizarla con el Palacio. Pero al menos Madrid consiguió tener obispo, y como catedral “provisional”, hasta que se terminaran las obras de la definitiva, funcionó muchos años la iglesia de San Isidro de la calle de Toledo, que había sido de los jesuitas hasta su deportación en tiempos de Carlos III.

(Continuará)

Juan Pedro Esteve García
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