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La Semana Santa madrileña en el siglo XVII

La obligada reclusión domiciliaria decretada por el estado de alarma que estamos atravesando como medida de prevención para luchar contra el coronavirus COVID-19, ha supuesto, como no podía ser de otra manera, la suspensión de  los actos en torno a la Semana Santa, así como los desfiles procesionales, siendo la catedral de Santa María la Real de la Almudena la que acogerá a puerta cerrada las principales celebraciones litúrgicas.

Carlos II, por Juan Carreño de Miranda
Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

Nosotros os invitamos a burlar nuestro confinamiento sin necesidad de abandonar el domicilio, viajando con la imaginación para remontarnos varios siglos atrás en el tiempo, al Madrid barroco del último de los Austrias, Carlos II, aquel infortunado monarca que lleva por sobrenombre el Hechizado. Y allí -con la ayuda del relato de cuatro testigos de diferente procedencia, extracción social e incluso religión- conoceremos cómo transcurría la Semana Santa en el Madrid de Calderón de la Barca, de Gómez de Mora, de Texeira… Asistiremos al paso de los disciplinantes azotándose por las calles, contemplaremos las procesiones con sus pesados pasos e incluso seremos testigos de cómo Su Católica Majestad lava los pies a los pobres.

¿Nos acompañáis? Pues abrochaos bien los cinturones que nuestro viaje al pasado arranca en

Tres, dos, uno…

¡Bienvenidos al siglo XVII!

Las Tarascas de Madrid y Tribunal espantoso, de Francisco Santos

Las tarascas de Madrid y tribunal espantoso
Las tarascas de Madrid y tribunal espantoso : passos del hombre perdido y relación del espíritu malo (1694). Francisco Santos.
Fuente: bibliotecavirtualmadrid.org

Comenzamos con el madrileño Francisco Santos (1623-1698), escritor satírico de corte costumbrista que sirvió además como Guardia Real durante los reinados de Felipe IV y Carlos II. Entre su producción literaria destacan «Día y noche de Madrid y Discurso de lo más notable que en él pasa» (1663) y «Periquillo el de las gallineras» (1668). En su obra «Las tarascas de Madrid y Tribunal espantoso» (1665) encontramos una narración satírica de cuanto acontece durante la Semana Santa en Madrid:

«[…] Lunes […] Dícenle a lo que van y todos tres guían en casa del mayordomo; preguntan por él, res­ponde la mujer con rostro desabrido (como conoce que van a gastar por muchos cami­nos); óyelos el mayordomo y sale a recibirlos con agasajo […]

— ¿Qué túnicas nos tiene vuesa merced? Que yo me encargo de traerle veinte y cuatro amigos, gente honrada y mozos de buen talle.

A lo que responde el mayordomo:

— Amigos míos, iremos a buscar las mejores que se hallaren.

— Mire vuesa merced —dice otro— que han de ser nuevas y muy al uso, porque si no tienen una vara de cola que arrastre y muy ajustadas al cuerpo, no es cosa para la gente que es.

Otro dice:

—También es menester que los capirotes sean de a dos varas y cuarta de alto y los car­tones dobles, por que si llueve no se pasen con la brevedad que sencillos.

El primero vuelve a preguntar si las hachas son de a cuatro pábilos; responde el paciente mayordomo que sí. A lo que dice uno:

—Pues para que vuesa merced saque su cuadrilla muy lucida es menester que nos dé guantes, colonias y ceñidores, y que vamos luego a prevenirlo todo, porque ya se sabe que quien se descuida en tales ocasiones halla lo peor; y no será razón que llevemos túnicas que quien las viere se ría de nosotros y no sean cosa para sacarle de empeño […]

¡A la procesión, alumbrantes o penitentes de luz, o tarascas, que ya ha amanecido el cuarto día del mundo, el Miércoles Santo, día de procesión! […] Sale esta cuadrilla y toman por nombre (para conocerse) Perejil. Van caminando en busca del estandarte o pendón, sin perdonar en el camino los que se ofrecen con licor […] Sale otra cuadrilla de la casa de otro mayordomo; de poca gente, pero el cetrero va muy adornado, pues lleva un corte de puntas de Flandes en el sombrero, otro corte de puntas a la espalda (hecha una rosa), otro corte en la daga y en la mano una varilla (que parece de paranza de jilgueros) con una cruz dorada al remate. […] Sale otra cuadrilla con demasiada ostentación, en que van cuarenta hombres o tarascas; guíanlos dos cetreros o mayordomos, todos con túnicas nuevas, ceñidores de seda y capirotes muy altos; y me espanto el que no usen en el remate dél un lazo, que con eso parecía mayo de aldea. […] Siguen a estas referidas otras muchas, y cada uno toma su nombre, como va dicho, y por la calle van dando voces, ¡Perejil! ¡Anís! ¡Piñones! y otros trastos a este tono, sin respetar el tiempo santo en que están […]».

Anónimo.

En el Libro de Gobierno de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte del año 1669 figura el siguiente texto que abunda en la misma línea que critica Francisco Santos:

«Señora:

Movido del mayor servicio de Dios, suplico á V. M. mande poner remedio en los abusos que hay en las procesiones de Semana Santa. En primer lugar, los mayordomos de las cuadrillas van vestidos con mucha profanidad y con túnicas muy pomposas y aprensadas, con mangas abiertas y afolladas, con contramangas blancas, y asimismo los penitentes van algunos muy indecentes, y no habiendo de tener las túnicas de mayordomos más de cuatro varas de vuelo y las de los penitentes tres, unos y otros las llevan á todo vuelo, y van en la procesión los de cada cuadrilla con una seña muy indigna de pronunciarse, llamándose unos á otros, como van cubiertas las caras, con la tal seña á voces, en medio de las procesiones, que causa grande escándalo, y más el de ir quitando á las mujeres los abanicos, quemándoles los mantos y otras travesuras no decentes. Y los disciplinantes también van con enaguas muy anchas y muy profanas, todo lo cual pide remedio para el mayor servicio de Dios Nuestro Señor, por cuanto los penitentes también suelen llevar botas de vino y se ponen á beber en la procesión, y de aquí resultan muchas desgracias, por privarse algunos de sentido.»

Marie Catherine le Jumel de Barneville, condesa d’Aulnoy

Condesa de D'Aulnoy
Marie Catherine le Jumel de Barneville, baronesa D’ Aulnoy Grabado por Pierre-François Basan. Fuente: Wikipedia

Perteneciente a una familia noble normanda, Marie Catherine (1651-1705) contrajo matrimonio en 1666 con François de la Motte, Barón d’Aulnoy, por lo que realmente ella era baronesa y no condesa, como parece ser que gustaba de autodenominarse. En 1669 su marido fue acusado de traición por pronunciarse en contra de los impuestos reales, a resultas de lo cual el barón pasó tres años encerrado en la Bastilla, hasta que se decretó su inocencia y fue puesto en libertad. Parece ser que había sido víctima de una conjura en la que estarían implicadas la madre de Marie Catherine y ella misma, por lo que ambas decidieron que lo más prudente era poner tierra por medio. Algunas fuentes indican que se refugió en Inglaterra, para pasar supuestamente en 1675 a España, donde permaneció hasta que en 1685 Luis XIV le otorgó el perdón real por servicios prestados a la corona, servicios que algunos biógrafos relacionan con el espionaje.

La condesa fue una gran literata, siendo su salón literario en la rue Saint-Benoît uno de los más afamados de París. Entre su producción se cuentan varios relatos y cuentos así como dos libros de memorias:

  • Memoires de la cour d’Espagne, Relation du voyage d’Espagne (1690 ó 1691)
  • Memoires de la cour d’Angleterre (1695)

 De la «Relación de viaje a España», al que algunos estudiosos acusan de ser meramente producto de la fabulación de la condesa, entresacamos los siguientes párrafos referentes a la Semana Santa:

«No deja nadie durante la Semana Santa de visitar las estaciones, sobre todo desde el miércoles hasta el viernes […] Me ha parecido muy desagradable el espectáculo que ofrecen los disciplinantes […] Los disciplinantes visten una túnica muy delgada que los cubre desde la cabeza hasta los pies, formando pequeños pliegues y tan amplia que para cada túnica se emplean 40 o 50 varas de tela; llevan sobre la cabeza una caperuza muy alta, por delante de la cual pende una tira de lienzo que cubre la cara y en su parte superior tiene dos agujeros dispuestos para que vea por ellos el disciplinante, que lleva guantes y zapatos blancos y muchas cintas en las mangas de la túnica, que tiene dos aberturas por donde asoman los desnudos hombros. Generalmente llevan también enlazada en las disciplinas una cinta que a cada penitente regala su amante y ellos la lucen como un señalado favor […]  Cuando los disciplinantes en su camino tropiezan con una señora hermosa, suelen pararse a su lado y sacudirse de modo que al saltar su Sangre caiga sobre los vestidos de la dama. Esto es una notable atención, y la señora, muy agradecida, les da las gracias […] También hay verdaderos penitentes que inspiran verdadera compasión; la túnica sólo les cubre desde la cintura y llevan arrollada en el  desnudo cuerpo y en los brazos una cuerda de esparto, cuyas vueltas oprimen de tal modo la carne que toda la piel se pone amoratada y sanguinolenta. En la espalda llevan siete espadas metidas cuero adentro, produciéndoles nuevas y más dolorosas heridas a cada paso que dan, y como además llevan los pies desnudos y las piedras de la calle son puntiagudas, se caen con frecuencia los infelices. Otros no llevan espadas, cargando sobre sus hombros una pesadísima cruz […]

Procesión de disciplinantes. Goya
«Procesión de disciplinantes», de Goya (1812-1819).
Pintado entre 1812-1819, el óleo de Goya nos muestra la penitencia de los disciplinantes de una manera muy similar a la descrita por la Condesa d’ Aulnoy.
Fuente: De Francisco de Goya – The Yorck Project (2002) 10.000 Meisterwerke der Malerei (DVD-ROM), distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH. ISBN: 3936122202. Dominio público

Desde el domingo de Ramos hasta el domingo de Pascua no se puede salir á la calle sin tropezar con penitentes de todas clases, y el día de Viernes Santo se reunen todos formando parte de la única procesión que recorre las calles de la Villa, y á la cual asisten todas las parroquias y todas las órdenes. En aquel día vístense más las damas que en el de sus bodas; asómanse á los balcones, adornados con ricos tapices y colgaduras, y apíñanse á veces más de cien en una sola casa. La procesión sale á las cuatro, y á las ocho muchas veces no ha terminado aun; imposible me sería las innumerables personas que vi en ella, empezando por el Rey, D. Juan de Austria, los Cardenales, los Embajadores, los Grandes, los cortesanos, y todo el mundo de la Corte y de la Villa. Cada uno lleva un cirio en la mano, y, acompañándole, muchos de sus criados con antorchas; todos los estandartes y todas las cruces van cubiertos con una gasa negra; multitud de tambores, también enlutados, redoblan tristemente; las trompetas repiten ecos lastimeros. La Guardia real, compuesta por cuatro compañías de diferentes naciones, á saber, Españoles, Borgoñones, Alemanes y de la Lancilla, llevan sus armas enlutadas y abatidas hasta el suelo. Hay grupos de imágenes que representan los misterios de la vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Las figuras son bastante malas y están mal vestidas; pero son tan pesadas que á veces no bastan cien hombres para llevar una peana sobre la cual se ostenta un misterio, y el número de peanas es muy crecido, porque cada parroquia tiene bastantes y salen todas. Recuerdo que uno de tales misterios representa la huida á Egipto; la Virgen va montada sobre un pollino muy bien enjaezado, cuyos arreos están cuajados de bellísimas perlas». 

Abd al-Wahhab al Gassani, embajador del sultán marroquí Moulay Ismail

Mohammed ibn abd al-Wahab al-Ghassani (?-1707), natural de Fez, ejerció como secretario personal del sultán marroquí Moulay Ismail. En 1690 fue enviado a España como embajador con la misión de rescatar a 500 cautivos musulmanes que habían sido capturados por marinos españoles.

De aquella estancia en nuestro país al Gassani nos ha dejado unas memorias,  «Viaje a España de un embajador Marroquí», donde describe y recoge sus impresiones sobre la sociedad española del momento. Entre sus páginas se encuentra la descripción de la Semana Santa madrileña de 1691, unos ritos que chocaron fuertemente con su religiosidad islámica.

Plano de Madrid del XVII por Mallet

El Madrid que conoció Abd al-Wahhab al Gassani.
Grabado coloreado a mano en plancha de cobre hacia 1695. Procede de la obra Description de L’Uninverse, de Alain Manesson Mallet.Fuente: www.grabadoslaurenceshand.com
 

«La fiesta de Ramos recuerda el día en que el Mesías entró en Jerusalén, según el evangelio que los cristianos tienen en las manos y donde está escrito que, cuando el Mesías entró en la ciudad sagrada, todos los hijos de Israel salieron a su encuentro, después de haber hecho una alfombra en el camino y las calles con ramas de palmeras y hojas de los árboles. Es este mismo día en que unos de entre ellos buscaban un testimonio para acusarle, arrestarle y darle muerte y que una gran multitud le aclamaba, según lo que relata su evangelio; por lo cual no pudieron arrestarle ni maltratarle por la numerosa muchedumbre que tenía fe en él. Los cristianos celebran este día una fiesta: se reúnen en la iglesia, predican y relatan su historia y lo que le ocurrió; sacan afuera la cruz y la pasean por las calles. Cada uno de los asistentes tiene en la mano una rama de palmera o una rama de olivo o de cualquier otro árbol fresco y flexible, tal como el mirto u otra planta parecida; luego vuelven a colocar la cruz en su sitio.

El día de Ramos, he visto al rey entrar en una iglesia situada en su palacio y allí escuchar todo tipo de palabras impías (¡Que Dios nos preserve de oírlas!), que le eran recitadas así como a los otros asistentes por el sacerdote encargado de la administración de la iglesia. Después de la ceremonia, el rey salió con todos los sacerdotes, los monjes, el arzobispo cuyo cargo corresponde al del muftí [1] y el nuncio, que es el vicario del papa. Los monjes estaban vestidos con ricos ropajes incrustados de pedrerías. Cada uno tenía en la mano una rama de palmera. Llevaban ante ellos una cruz de plata sobre la cual había una imagen cubierta con una tela de seda. Les precedía una tropa de pequeños monjes que se manifestaban cantando y tocando a la perfección instrumentos de música y otros objetos parecidos. Los religiosos tenían papeles que leían salmodiando. Detrás de ellos llegaban sus superiores, a los que seguían los más altos personajes de la corte. El rey llegaba el último, teniendo en la mano una rama de palmera que se había plantado con flores. Después de haber paseado la cruz alrededor del palacio real, la llevaron nuevamente a su sitio en la iglesia. La misma ceremonia se celebra en cada iglesia. Se encuentra durante este día y los siguientes a todos los cristianos llevando cada uno una rama de palmera o un ramo de olivo o de cualquier otro árbol en la mano.

En esta ocasión, cuando el rey asistió a la fiesta de Ramos y que su mujer no se presentaba, alguien vino de parte del rey rogándonos excusarle de que ella no había salido ni venido: una indisposición le había impedido abandonar sus aposentos, hecho de lo que fuimos informados. Las excusas nos fueron presentadas por un (oficial) que el rey designó a este efecto.

Al día siguiente, todos se reúnen del mismo modo en las iglesias, predican y relatan lo que pasó al Mesías después del día de Ramos, cuando unos hijos de Israel se agitaban en contra suya y conspiraban hasta lograr arrestarle y darle muerte.

El día cuarenta y cuatro [2] es la fiesta de la ruptura del ayuno, la que se llama la Pascua. Este día, el rey hace traer una comida preparada para los indigentes e, invitando a trece hombres entre los pobres, les hace entrar en su palacio y acomodarse en sus asientos. El arzobispo o muftí y el nuncio, vicario del papa, llegan y asisten al rey quien, con sus propias manos, presenta la comida a los mencionados pobres y se ocupa de ofrecerles los platos, de cambiarlos y de retirarlos como lo hace un servidor para su amo, de tal manera que presenta a cada uno de los trece pobres treinta platos de alimentos, sin carne, sabiéndose que, durante los días de la cuaresma, los cristianos no la comen. Aunque este día sea día de la ruptura del ayuno está incluido entre los seis que se añaden a los cuarenta, como lo explicamos anteriormente. El rey solamente les ofrece para comer pescado de toda especie y completa el número de los treinta platos de muchas frutas frescas y secas, a fin de alimentarles a todos. Él mismo les sirve el agua y el vino. Cuando han acabado de comer, el superior de la iglesia llega; tiene en las manos un lebrillo; el nuncio, vicario del papa, trae el agua, y el rey lava los pies de estos pobres y los seca con paños preparados para la circunstancia. En cuanto ha terminado de secarlos, besa el pie de cada uno de ellos y le da una prenda de vestir y unas monedas. Tras lo cual ellos se van, llevando consigo todo lo que el rey les ha entregado, así como los restos de manjares de los platos en los cuales les fueron servidos. Se les ve luego vender todo esto en las calles, donde la muchedumbre se precipita, creyendo que es comida bendita.

La reina y la madre del rey hacen lo mismo; cada una alimenta a trece mujeres pobres y les da una comida semejante a la que el rey había ofrecido a los hombres. Este lavado de los pies es, en su creencia, según lo escrito en su evangelio, una obra pía y un ritual religioso [3] practicado a imitación de lo que hizo el Mesías el día de la Pascua, es decir que, cuando llegó la Pascua, él deseó romper el ayuno: «¿Dónde quieres que preparemos la Pascua para comer?» le preguntaron sus discípulos. «Id, les respondió indicándoles un lugar, hasta que venga a vuestro encuentro un hombre portando una tinaja de agua. Seguidle hasta el sitio donde entrará y decid al propietario de la casa: «El maestro desea comer la Pascua en tu casa.» Se marcharon entonces y encontraron al hombre portador de la tinaja de agua; siguiéndole en el lugar indicado, dijeron al propietario de la casa: «El maestro te dice: Prepara la Pascua para que la coma en tu casa». En consecuencia este hombre preparó la Pascua y el Mesías llegó con sus discípulos que eran trece [4]. Comió la pascua con ellos y, cuando hubo terminado de comer, se puso de pie, tomó un paño con el cual se ciño la cintura y se puso a lavar los pies de sus discípulos, uno tras otro. Cuando llegó el turno de Samân es-safa (Simón-Pedro), éste le dijo: «¡Tú, lavarme los pies!» El Mesías le respondió: «Lo que yo hago, no lo entiendes ahora, pero lo entenderás más tarde.» Simón le replicó: «Jamás me lavarás los pies. – En verdad, yo te lo digo, respondió el Mesías, si no te los lavo, no serás uno de los míos.» Entonces Simón dijo: «O mi señor, tú no me lavarás solamente los pies, sino también las manos y la cabeza.» El Mesías siguió diciendo: «Si yo, vuestro señor, os he lavado los pies, con más razón tendréis que lavaros los pies los unos a los otros. Os lo he dado como ejemplo, pues como os he hecho también tendréis que hacer.»
Tal es el motivo por el cual el rey lava los pies de estos pobres. De la misma manera, lo hacen los notables, los grandes y todas las personas que, por la consideración y la fortuna, ocupan un alto rango.

Así recoge Tintoretto la escena de Jesús lavando los pies a los discípulos en su obra El lavatorio.
Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

(Los cristianos) aseguran que el Mesías, mientras celebraba la Pascua con sus discípulos, les dijo: «Uno de vosotros me entregará esta noche.» Cada uno entre ellos se puso a protestar, defendiendo su inocencia bajo juramento. Sin embargo entre los trece discípulos había un hombre llamado Judas el Iscariote, que, según creen ellos, habría sido uno de sus seguidores: el diablo le dio la idea de conspirar con los judíos y los que se encarnizaban contra el Mesías, y por el precio de treinta monedas de plata, se los entregó por la noche en que (su maestro) estaba orando en el jardín. Este Judas acompañaba a los guardias cuando llegaron para arrestarle.

Durante el tiempo en que el rey da de comer a los pobres el día de Pascua y cuando estos se marchan, todos los cristianos, los sacerdotes y los monjes, los dignatarios y el bajo clérigo se conglomeran, sacan todas las cruces e imágenes que tienen y adoran y las pasean por todas las calles de la ciudad. Ellos llevan un número incalculable de cirios encendidos en pleno día. Nadie puede abstenerse de llevar cirios y de andar delante de las cruces y las imágenes. Andan así de una iglesia a otra, manifestando de este modo su aflicción y su devoción. Según lo que pretenden, el crucificado fue tratado como lo representan. En consecuencia, pasean su imagen que le muestra de pie en un jardín y en acto de oración: un ángel ha bajado del cielo a su lado sosteniendo en su mano la copa de la muerte hacia la cual él tiende la mano para asirla. Luego pasean otra imagen acompañada de una tropa de guardias: es la representación, aseguran ellos, de cómo le prendieron. Después viene la figura del Mesías que acaba de ser flagelado y lleva las marcas de los latigazos en su espalda. Le pasean también llevando su cruz sobre el hombro. Lo llevan crucificado y más tarde colocado en un sepulcro después de ser bajado de la cruz. Entre los cristianos, los hay que imitan al crucificado; tienen el rostro cubierto, supuestamente a fin de no ser reconocidos; pero uno de sus servidores o de sus amigos anda detrás de ellos en el temor de que caigan desmayados bajo los numerosos latigazos que se aplican ellos mismos en la espalda. Se ve su sangre correr sobre sus pies. Otros se crucifican: las manos y la cabeza atados a una columna de hierro, pasean en este estado por las calles el día de la procesión con la cara cubierta para guardar el anonimato.

Al día siguiente, los españoles sacan de nuevo la imagen del crucificado, en el mismo momento en que acaba de ser colocado en la cruz, le pasean luego bajado de la cruz y también sepultado. Leen al mismo tiempo salmodias llenas de tristeza. Le vuelven a esconder de nuevo en la iglesia [5]. Dan la vuelta con antorchas y cirios, cuelgan cortinas negras en la iglesia, cierran sus puertas, ya no tocan las campanas y no sube nadie ya en carro ni a caballo durante los días que dura la procesión. Todos estos días, cada cual, sea grande o del común de los mortales, va a pie. Se cuenta que Juan de Austria, hermano del rey del que se hablé anteriormente, es el que prohibió salir de otro modo que a pie durante los días de procesión.

Cuando llega el tercer día de Pascua, a las doce, se abren las iglesias, se encienden las antorchas y los cirios, se arrancan las colgaduras negras que se sustituyen por otras de colores diferentes y tocan las campanas. Todos se entregan a la alegría e imprimen pequeños papeles que muestran figuras que pretenden ser las de los ángeles; entre las figuras, escriben letras con caracteres caldeos formando la palabra aleluya, que significa «¡alégrense, alégrense!». En el momento en que las campanas se ponen en movimiento, lanzan en medio de la muchedumbre estos papelitos, los atrapan y se los distribuyen, gritando de alegría y de felicidad. Se creen que han comprado la elevación del Mesías, después de creer que fue crucificado, sepultado y levantado del sepulcro al cielo».

Apéndices

Las cuadrillas

En la época de la que estamos hablando eran ocho las cuadrillas las que portaban los pasos que  procesionaban en Semana Santa en Madrid:

  • El Lavatorio, que era llevado por el gremio de los estereros.
  • La Oración del Huerto, por los porteros de la Villa y Ayuntamiento.
  • Jesús con la Cruz a Cuestas, por el gremio de los zurradores de badanas.
  • La Crucifixión era portada por los maestros herradores.
  • El Descendimiento, por los maestros de coches.
  • El Santo Sepulcro, por el gremio de tratantes del Rastro y tenerías.
  • El Cristo de la Piedad, por el gremio de representantes.
  • Nuestra Señora de las Angustias, por el de espaderos y doradores.

El Cristo yacente de Becerra

De aquellas grandes tallas barrocas, que portaban centenares de hombres y de las que nos hablan los textos ninguna queda. Las desamortizaciones y las guerras se las llevaron por delante. Las que hoy procesionan son, casi sin excepción, de factura bastante reciente, lo que le ha hecho a alguno llevarse la equivocada idea de que en Madrid las procesiones de Semana Santa son un invento moderno.

No obstante, existen algunas imágenes que presentan varios siglos de antigüedad, siendo la talla más antigua que procesiona por Madrid en Semana Santa el Cristo yacente de Gaspar de Becerra, de mediados del siglo XVI, que la tarde del Jueves Santo lo hace por el templo y el claustro público del Monasterio de las Descalzas Reales.

Vista del Cristo Yacente Eucarístico, esculpido por Gaspar Becerra hacia 1564, en su Capilla del Monasterio de las Descalzas Reales, de Madrid. Fuente: http://artevalladolid.blogspot.com.es/
Vista del Cristo Yacente Eucarístico, esculpido por Gaspar Becerra hacia 1564, en su Capilla del Monasterio de las Descalzas Reales, de Madrid. Fuente: http://artevalladolid.blogspot.com.es/

Notas al pie

1 Líder espiritual y jurisprudente musulmán (Nota de la traductora del texto francés al español)

2 Se cuentan los días a partir del principio de la cuaresma. (Nota de la traductora del texto francés al español)

3 Lavatorio de los pies del Jueves Santo. Juan 13:1-20. (Nota de la traductora del texto francés al
español)

4 La tradición cristiana cuenta doce apóstoles y no trece, incluyendo a Judas Iscariote y Jesús les lava los pies a todos en la cena antes de profetizar que uno de ellos le traicionará. (Nota de la traductora del texto francés al español)

5 En estas procesiones, el Cristo está representado por unas estatuas de madera afectando las diversas posturas aquí descritas. El texto emplea la palabra sourab, que significa figura, imagen, cuadro, retrato. – Estas diversas representaciones, llamadas pasos en español, las mueven, por su gran peso, un importante número de hombres. (Nota de H. Sauvaire, traductor de la obra original en árabe al francés)

Bibliografía

«Carlos II y su Corte. Ensayo de reconstrucción biográfica», por Gabriel Maura Gamazo. Boletín Oficial del Estado Real Academia de la Historia. Madrid, 2018.

«Las tarascas de Madrid y tribunal espantoso», por Francisco Santos. Lemir 16 (2012) – Textos:: 205-352. Texto preparado por Enrique Suárez Figaredo. El libro está disponible en Parnaseo. Servidor Web de Literatura Española.

«Relación que hizo de su viaje por España la Condesa d’Aulnoy en 1679». Primera edición española. Tipográfica Franco-Española. Madrid, 1892. El libro está disponible en la página «Viajes y viajeros por España».

«España bajo la mirada de una francesa: la relación del viaje de España (1691) de Madame d’Aulnoy», por Melissa Guenther. Publicado en «Revista electrónica de teoría de la literatura y literatura comparada», 2, 127-136. Artículo en línea.

«Voyage en Espagne d’un ambassadeur marocain (1690-1691)», traducido del árabe al francés por H. Sauvaire, Cónsul de Francia jubilado, de la obra original de Abd al-Wahhab al Gassani. El libro se encuentra disponible en la biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Francia. La traducción del francés al español ha sido realizada por una amiga, natural también del país galo,  que desea conservar su nombre bajo  anonimato.

Entradas en la Wikipedia referidas a Madame d’Aulnoy y Abd al-Wahhab al Gassani.

Pablo Jesús Aguilera Concepción
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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Angela / Maribel

    Me encantan estos artículos Pablo, aprendes y nos entretienen en estos días tan largos y tediosos. Un beso grande.

    1. Pablo Jesús Aguilera Concepción

      Gracias por tu comentario, Ángela.
      Otro beso para ti y cuidate.

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