Sonia Martínez, 1963-1994.

Sonia Martínez

De la mano de una joven estrella de cine y TV damos hoy un vistazo crítico al Madrid de la década de 1980. Según algunos, un epicentro de vanguardias culturales. Según otros, un pozo de degradación. En realidad, elementos de ambas cosas y de otras muchas. Metrópoli en la que en muy poco tiempo, una persona podía saltar a la fama o acabar cargando con fallos estructurales de todo un país.

Desde el Pirulí de la M-30 se divisa un país lleno de ilusiones de cambio. Da sus últimos coletazos el “Alcázar”, diario nostálgico de los patrioterismos trompeteros. Extinguido está ya el “Triunfo”, semanario de los intelectuales que habían traído los nuevos aires. Acrobáticos cambios de chaqueta de un ámbito a otro, y mientras, la gente opta por una tercera vía, la de pasarlo lo mejor posible bailando con los Ultravox, y riendo con los nuevos humoristas. Romeu y los pinceles de “El Jueves” rivalizan con los históricos Mingote y Forges.

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Anne Barcat, madrileña de corazón

El pasado viernes, 4 de noviembre, estuvimos invitados a la fiesta que Anne Barcat celebró para festejar sus cincuenta años de vida madrileña. Para quien no la conozca, Anne es una de las primeras damas de la historiografía madrileña -como algún compañero bloguero la ha definido- , un personaje popular y querido por muchos de los que nos movemos por la Madroñosfera, esa colección de bitácoras, páginas de Facebook y cuentas de Twitter que hablan de Madrid.

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Antonio González Velázquez, un pintor en el Madrid de los primeros Borbones

Paleta de pintor

Este pintor madrileño de lienzos y de frescos vivió entre 1723 y 1793, un paso muy largo por este mundo para los estándares de aquella época. Se crio y vivió con los últimos estertores del Barroco, coexistió con el neoclasicismo y presenció los primeros indicios de lo que iban a ser las convulsiones culturales y sociales del siglo posterior al suyo.

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El Sastre Utrilla o La Elegancia de Madrid

Como en cualquier otra época, en el Madrid de Isabel II vestir bien era sinónimo de distinción y de clase. Sastres como Ortet, Picón, Bartelet o Álvarez se encargaban de dar un toque de elegancia a todo aquel que requiriese un traje confeccionado en sus talleres. Pero hubo uno que destacó por encima de todos y se convirtió en un punto de referencia inevitable para cualquier figurín deseoso de aparentar una buena posición en la sociedad de aquellos años: Juan Utrilla, el sastre de referencia del Madrid de entonces. Su fama traspasó los muros matritenses y las fronteras de España, llegando su nombre hasta Londres y París, los eternos emporios de la moda, a los que acudía en su continua búsqueda de telas e indicios con los que innovar y mantener su privilegiada clientela.

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