Como en cualquier otra época, en el Madrid de Isabel II vestir bien era sinónimo de distinción y de clase. Sastres como Ortet, Picón, Bartelet o Álvarez se encargaban de dar un toque de elegancia a todo aquel que requiriese un traje confeccionado en sus talleres. Pero hubo uno que destacó por encima de todos y se convirtió en un punto de referencia inevitable para cualquier figurín deseoso de aparentar una buena posición en la sociedad de aquellos años: Juan Utrilla, el sastre de referencia del Madrid de entonces. Su fama traspasó los muros matritenses y las fronteras de España, llegando su nombre hasta Londres y París, los eternos emporios de la moda, a los que acudía en su continua búsqueda de telas e indicios con los que innovar y mantener su privilegiada clientela.