Madrid, una Historia de bigotes (XI): La Guerra de Sucesión

En 1699 se produjo en Madrid un importante motín contra la subida del precio del pan. La popularidad de los Habsburgo había caído muchos puntos. Los intentos de mantener al rey con vida habían salido ya del ámbito de la medicina para dar paso a todo tipo de curanderos, exorcistas y aprovechados, y finalmente, Carlos II murió el 1 de noviembre de 1700, para que poco después se iniciara una de las guerras que iban a marcar la historia de España en los siglos posteriores.

Felipe V, primero de los reyes españoles de la dinastía Borbón. Detalle de un retrato de Hyacinthe Rigaud
Felipe V, primero de los reyes españoles de la dinastía Borbón. Detalle de un retrato de Hyacinthe Rigaud

Estamos ante la Guerra de Sucesión, en la que se enfrentaron los pro-Habsburgo, que querían coronar al archiduque Carlos de Austria con el nombre de Carlos III, y los pro-Borbones, partidarios de Felipe V, desdendiente de Luis XVI de Francia. La guerra duró hasta 1714 en la España peninsular y un año más en las Baleares, supuso un enorme número de víctimas y de destrucciones, y causó odios y recelos entre los territorios de Castilla y los de Cataluña que todavía hoy siguen vigentes. Como otras tantas guerras españolas, la de 1700-1715 fue a la vez una guerra en la que se decidían cuestiones internas del país, y una guerra entre potencias extranjeras para atraernos a sus respectivas áreas de influencia.

El 14 de abril de 1701 entró en Madrid por primera vez el rey Felipe V de Borbón, para ser proclamado rey por las Cortes de Castilla el 8 de mayo, aunque se produjeron varias salidas y entradas de ambos candidatos de la ciudad según esta iba cayendo en manos de uno o de otro ejército. Desde la rendición de los Comuneros de 1521, de Madrid habían partido las órdenes para sostener guerras por medio mundo, pero la ciudad propiamente dicha no había vuelto a ser escenario de episodios bélicos. Ahora las destrucciones volvían a la urbe, que contaba con unos 80.000 habitantes.

En 1706 Madrid cayó en manos de ingleses y de portugueses, aliados de los austriacos contra el enemigo común francés, que a su vez tenía como aliados a los bávaros. Sin embargo, el 7 de agosto de ese mismo año se tiene noticia de que los pro-galos habían quemado en la Plaza Mayor el pendón utilizado por los pro-austriacos en los actos de proclamación de su archiduque, lo que indica lo rápido que la Villa cambiaba de manos. Fue una guerra colosal para las proporciones de la época, que produjo más de un millón de muertos y en la que llegó a haber un número similar de soldados vivos haciendo la guerra simultáneamente. En 1710 los dos reyes estuvieron cada uno un periodo residiendo en el Alcázar, y a partir de ese año don Felipe se fue consolidando como el futuro vencedor que sería. En 1713 se firmó el Tratado de Utrecht, por el que se repartieron entre varias de las naciones beligerantes algunas ciudades y territorios hasta entonces integrados en la monarquía hispánica. Por ejemplo, fue entonces cuando Gibraltar pasó a manos inglesas, -iniciándose otro problema todavía hoy vigente-, y cuando la corona de Aragón perdió sus conquistas anteriores en el Mediterráneo.

Los modelos de Estado de ambas monarquías eran radicalmente diferentes: los borbónicos eran partidarios de un país enormemente centralizado, a la manera de la Francia de Luis XVI, y los austriacos preferían el modelo de agregación de territorios bajo un mismo rey, pero cada uno conservando sus leyes, costumbres e incluso idiomas de la época medieval. Fue por ello, por ejemplo, que la mayor parte de los territorios aragoneses apoyaran al archiduque Carlos para reivindicarse frente a Castilla, mientras que una vez llegada la victoria de Felipe V en 1714-1715 se produjo la verdadera unificación de España (no la de los Reyes Católicos) con los «decretos de la nueva planta», tomando el idioma e instituciones castellanas como vertebradores de todos los reinos.

La guerra terminó en 1714 en la Península, y el 2 de julio de 1715 se rindieron las últimas tropas del archiduque en las Baleares. Fueron respetadas algunas peculiaridades vascas o navarras, pero Cataluña fue muy represaliada por su decidido apoyo a la causa austriaca, salvo excepciones como la ciudad de Cervera, que por su fe en el proyecto felipista fue recompensada con la creación de una universidad propia.

Tanto austriacos como borbónicos eran fieles seguidores de la religión católica, pero si los primeros eran partidarios de «dejar todo como estaba», con los segundos España se abrió a nuevos aires culturales. Era la época de la Ilustración, y frente a las atrasadas Universidades controladas por el clero, donde se impartían refritos cristianizados de las doctrinas de Aristóteles (muy útiles para explicar el mundo de la época de Aristóteles, pero no el del siglo XVIII), la nueva monarquía de Felipe, sin perder la fidelidad a la iglesia romana, heredó las inquietudes de determinados sectores críticos que ya estaban allí en los años de Carlos II y compatibilizó estas creencias católicas con las innovaciones del pensamiento científico y económico, dando paso a las Reales Academias, caso de la Real Academia de la Historia (RAH) impulsada por el rey a partir de una tertulia que se celebraba en casa de don Julián de Hermosilla, para expurgar el pasado de nuesta nación de mitos y de fabulaciones al estilo de la de Ocno Bianor. Otra de ellas es la Real Academia Española (RAE) destinada a fijar el idioma estándar con la redacción de un Diccionario entre 1726 y 1739 y una Ortografía en 1742 (la Gramática no se terminaría hasta 1771).

Ello no implicaba que no dejaran de aparecer corrientes culturales que predicaran una ruptura más grande con la religiosidad tradicional, y hacia 1729 el duque de Wharton fundó en la calle de San Bernardo la primera logia de la Masonería en nuestra ciudad.

Juan Pedro Esteve García
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