“Desde los baldíos de Santo Domingo y Leganitos, un viento duro sopla briznas de nieve y sacude los bordes de la capa hasta enredar las piernas y obligar a la mano enguantada a sujetar el ala de la negra chistera y entornar los ojos que apenas ven el suelo empedrado, tan conocido, según entra en la calle Angosta de San Bernardo y entonces le parece que una voz de mujer grita muy lejos «¡Mariano, ven, Mariano!», pero es el zumbar del viento en los oídos”
El jueves, 27 de junio de 2019 tuve el honor de ser invitado, por la embajada de la República de Bulgaria en España, al acto de entrega de la condecoración de la Orden de los Santos Cirilo y Metodio al escritor y erudito D. Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919), – la cual fue recogida por su hija Adriana – por su labor en la traducción y difusión de la Historia y la cultura búlgaras en España, amable invitación que se hizo a propósito de la publicación en La Gatera de la Villa de un especial sobre Bulgaria en el patrimonio histórico-artístico de Madrid, el cual tuve el honor de coordinar y en el que me cupo el placer de incluir un artículo sobre su presencia de este país balcánico en los fondos museísticos de la capital; así, acudí al evento representando a la revista, a sus amables directores y a todos aquellos colaboradores que participaron y no pudieron asistir. Eché de menos a la entrañable poetisa y antigua profesora de la UCM, Zhivka Baltadzhieva, a la joven poetisa Antonia Ivanova Angelova, a la viajera y antigua becaria del ICEX en Sofía, Gema Otero y a quien, sin sus generosas y diligentes gestiones, hubiera sido imposible sacar adelante el especial, Katia Doseva.
Allí estuvieron la Sra. Consejera de Asuntos Políticos, Violina Petková, quien abriera el especial de La Gatera de la Villa con un merecido canto a su país y nos invitó a conocerlo mejor, y a quien, no puedo dejar de proclamarlo, agradezco su viva amabilidad y limpio entusiasmo para con la tarea de estrechar relaciones culturales y humanas entre nuestros dos pueblos. Aprovecho también estas líneas para dar la bienvenida a nuestra ciudad a Dña. Desislava Petrova, Primera Secretaria de la Embajada y nueva consejera de Asuntos Culturales. Ambas, Dña. Violina y Dña. Desislava, acogieron con mucho cariño el especial que les llevé en formato físico como regalo.
También estuvo presente, si bien, a través de sus hondas palabras, Diliana Ivanova Kovátcheva, la cual nos recordó la amistad que se forjó entre el homenajeado y Dmitar Dímov, uno de los escritores más notables y conocidos de la Literatura búlgara, y cuyo paso por Madrid es conmemorado a través de una placa situada en la Plaza de la Lealtad. Reproduciendo las palabras de Neli Dospevska, esposa de Dímov, recuerda que su marido y Zúñiga “se habían visto por primera vez en la primavera de 1943, en una cafetería madrileña, hoy inexistente, que tenía como nombre «La granja El henar»”. El madrileño, a su vez, afirmaría, con motivo de la inauguración de la placa conmemorativa, que Dímov “Siempre añoró regresar, y este deseo insatisfecho queda en parte compensado al aparecer su nombre en esta placa con la que el Ayuntamiento madrileño quiere honrar y recordar a un gran escritor búlgaro visitante de la capital, del que se cuenta que incluso en el mismo momento de su muerte hablaba con fervor de España y de Madrid”.
El texto de Diliana, firmado en la ciudad de la Alhambra, termina con la emoción con la que lo escribió: «La condecoración con la que hoy Bulgaria reconoce la labor cultural y humana de Juan Eduardo Zúñiga es también un reconocimiento agradecido de su amigo Dimítar Dímov que misteriosamente vuelve a estar con nosotros en Madrid para cumplir su deseo de regresar a Madrid y abrazar a su amigo entrañable”.
Realmente, Dímov también vive en las páginas de un escritor, Juan Eduardo Zúñiga, que hace de Madrid un marco fundamental de buena parte de su obra literaria. Y es que, como indicó la profesora Kovátcheva en el artículo que, sobre el escritor de Lovech, escribió para el especial de La Gatera de la Villa, uno de los personajes de La tierra será un paraíso recibe el nombre, precisamente, de Dr. Dímov.
Y es a partir de la trilogía sobre la Guerra Civil española en Madrid donde descubrimos que, además del erudito que escribió algunas de las primeras monografías en español sobre las historias nacionales de Bulgaria, Hungría y Rumanía y del traductor y divulgador de literaturas como la búlgara o la rusa, Zúñiga es un narrador singular (Premio Nacional de las Letras Españolas en 2016), un narrador que concede a Madrid un especial protagonismo.
El, no en vano, madrileño de la quinta de 1919, nada menos, es conocido por su trilogía sobre la Guerra Civil, Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003), y celebrado por otras obras como El coral y las aguas (1962), Brillan monedas oxidadas (2010) o Fábulas irónicas (2018); sin embargo, no debemos olvidar que Juan Eduardo, además de estudiar Bellas Artes y de especializarse en literaturas eslavas al cursar Filosofía y Letras, también lo hizo en el siglo XIX español, lo cual, va a proyectarse sobre una de sus obras literarias más sugerentes para los apasionados de Madrid: Flores de plomo ( 1999).
Flores de plomo nos sitúa en el Madrid de Mariano José de Larra y nos empuja a un paseo perturbador por las calles de la Villa en la trágica noche de Carnaval del lunes, 13 de febrero de 1837:
“Desde los baldíos de Santo Domingo y Leganitos, un viento duro sopla briznas de nieve y sacude los bordes de la capa hasta enredar las piernas y obligar a la mano enguantada a sujetar el ala de la negra chistera y entornar los ojos que apenas ven el suelo empedrado, tan conocido, según entra en la calle Angosta de San Bernardo y entonces le parece que una voz de mujer grita muy lejos «¡Mariano, ven, Mariano!», pero es el zumbar del viento en los oídos, […]”
A continuación, se menciona a “don Ramón de Mesonero Romanos que alza su mano para tenderla y estrechar la otra, breve y huidiza”. Pero el encuentro entre el cronista y el periodista concluye: “Se pone de pie porque la entrevista ha terminado y debe regresar a su casa de la calle de Santa Clara para esperar la llegada de Dolores. Tendrá que despedirse brevemente del ilustre cronista, recogerá su capa y la chistera en el vestíbulo y bajará a tientas la escalera y saldrá al frío de las calles oscuras, cruzará ante la iglesia de San Luis, pasará a la calle de los Hermanos Preciados y, por el arco de Capellanes, a Celenque, donde encontrará un grupo disfrazado, […] Al entrar en la plaza de Santiago tendrá enfrente la fachada del templo y se preguntará por quién doblan las campanas, por qué las oyó, tan lejos, cuando estaba en casa de don Ramón […]».
Termina Flores de plomo en otra época, la del escritor Felipe Trigo, y otro escenario, la Ciudad Lineal, cuando “El camino del Coto que cruzaba los terrenos del extrarradio donde se había construido aquel barrio de chalets aún era utilizado por los carros que traían vino de Aranda o leña” . El chalet del médico y escritor, del que se conservan numerosos testimonios gráficos, y que se levantaba en la actual calle Arturo Soria, 28, sería testigo de otra trágica decisión que hermanaría en el suicidio a Trigo y al “Pobrecito hablador”.
Además de ser un epígono del regeneracionismo y del placer estético que supone leer Flores de plomo , el relato de Juan Eduardo Zúñiga logra suscitar una intensa evocación de dos distintos marcos, temporal y espacial, de nuestro Madrid.
Para el que escribe estas líneas, fue un auténtico placer poder asistir al homenaje a un intelectual que aúna pasiones que comparto: Madrid y los países del Este. Espero que, todos los que participaron e hicieron posible este especial, podamos reunirnos un día para brindar por Madrid, por Sofía y por todos aquellos que contribuyen a un más profundo conocimiento mutuo… y lo haremos con una copa de vino de Madrid y otra de vino de Bulgaria, por supuesto.
A continuación, en atención a la afectuosa acogida que nos dispensó la embajada, así como todo el personal que sirve en la legación, reproducimos el discurso con el cual, el Excmo. Sr. Ivan Kondov, embajador de la República de Bulgaria en España, leyó al inicio del acto.
«Excelentísimos Señores y Señoras,
Estimados amigos,
Querida Adriana,
Bienvenidos todos a este acto tan emotivo.
Tener una vida digna es todo un reto en los tiempos ajetreados en los que nos ha tocado vivir. Pero vivir todo un siglo con dignidad, integridad y compromiso social es cosa de bien pocos.
El Sr. Juan Eduardo Zúñiga es uno de esos pocos y los búlgaros nos sentimos especialmente privilegiados y orgullosos de que esta gran personalidad sea también un gran amigo de Bulgaria.
Personas como él definen épocas y marcan pautas dado que en tiempos de división y confrontación supieron tejer vínculos de unión entre los hombres y los pueblos, ensancharon horizontes y tendieron puentes.
D. Juan Eduardo es un hombre multifacético y es imposible resumir su larga vida y prolífera obra en unos pocos minutos. Es escritor, eslavista, traductor y crítico literario, pero, como es de suponer, a mí me gustaría hacer especial hincapié en su estrecha y duradera relación con Bulgaria, el motivo por el cual estamos reunidos hoy aquí.
D. Juan Eduardo fue el primer español en traducir y editar obras de autores búlgaros en España.
Estudió Bellas Artes, Filosofía y Letras, especializándose en literatura eslava y, sobre todo, en ruso y búlgaro, lo que le brindó la oportunidad de conocer las obras de los escritores y poetas más famosos de estos dos países.
La primera traducción de D. Juan Eduardo del búlgaro al español, realizada junto con el traductor búlgaro Todor Neykov, fue El segador, una novela corta de Yordán Yovkov, uno de los escritores más queridos y conmovedores de la literatura búlgara. Corría el año 1944.
Tan solo un año más tarde salió su ensayo La historia y la política de Bulgaria.
En 1949, otra vez en colaboración con Todor Neykov, salió la traducción de Bajo el yugo, obra capital del patriarca de la literatura búlgara Ivan Vazov. Más tarde la traducción fue publicada también en Sofía y en Cuba.
Le siguió la antología poética de Peyo Yavorov Viento de medianoche.
En su larga y fructífera vida conoció y se hizo amigo de personalidades tan ilustres como Todor Neykov, figura clave del hispanismo en Bulgaria, o Dimitar Dimov, uno de los autores más emblemáticos de nuestra literatura. En gran medida gracias a la iniciativa y al esfuerzo de D. Juan Eduardo debemos el hecho de que en 1987 el Ayuntamiento de Madrid colocara una placa en honor al escritor Dimitar Dimov en el corazón mismo de Madrid, acto al que por cierto, asistió mi padre que por aquel entonces trabajaba como agregado de cultura y prensa en esta Embajada, así como algunos de los aquí presentes.
Más recientemente, en 1990, salió su libro de viajes Sofia, dedicado a la capital búlgara, que fue parte de la edición Capitales europeas.
En resumen, podemos afirmar que D. Juan Eduardo es uno de los primeros y más importantes bulgaristas en España que con su labor ha contribuido enormemente a la divulgación de la literatura búlgara en España. Lo hizo, además, en los difíciles años del franquismo.
Por todo ello, por sus grandes méritos y significante aportación en las esferas de la cultura, la literatura, la educación y las artes y, no en último lugar, con motivo del centenario de su nacimiento, es para mí es un gran honor y placer entregar a través de su hija, Dña. Adriana Zúñiga, la condecoración búlgara de Santos Cirilo y Metodio – I grado, concedida por el presidente de la República de Bulgaria el Excmo. Sr. Rumen Radev, al destacado escritor y traductor eslavista y gran amigo de Bulgaria Sr. D. Juan Eduardo Zúñiga.
Y ahora le doy la palabra al Sr. Eftim Stankov, destacado hispanista y traductor, que tuvo la oportunidad de conocer a D. Juan Eduardo personalmente.
Gracias por su atención.»
Todas las fotografías del acto han sido proporciondas por la Embajada de Bulgaria.
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