Ya don Manuel Azaña veía con escepticismo que en España pudiera asentarse un fascismo 100% equivalente al italiano o al alemán. Más bien veía que podría venir “una dictadura militar y eclesiástica de tipo tradicional”, con sables, casullas, desfiles castrenses y homenajes a la Virgen del Pilar. Un fascista de verdad, José Antonio Primo de Rivera, también temía que su Falange pudiera acabar convertida en mero “acompañamiento coreográfico” para que volvieran a tomar las riendas de España los mismos de siempre.
Nueva dictadura
Cuando llega a Madrid el nuevo gobierno español, sus ministros saludan brazo en alto, pues todavía tiene presencia muy significativa la Falange en el Estado. De manera similar a lo que pasó para los republicanos, entre los golpistas también había habido trifulcas fratricidas, y en 1937, cuando se unifican todas las fuerzas políticas de la derecha en aquel experimento bautizado como “Falange Española Tradicionalista y de las JONS” (FET-JONS), muchos falangistas rechazaron fusionarse con el tradicionalismo carlista. Se gritaban lemas como:
Muera, muera, el necio requeté, Viva, viva, Falange sin la T
Y en Salamanca la confrontación llegó a pasar de las palabras a los hechos. Manuel Hedilla, lider de la Falange tras la muerte de José Antonio, es encarcelado por estas disidencias. El fusilamiento de José Antonio por los republicanos fue extremadamente útil para Franco, pues por un lado le permitía disponer de un mártir al que explotar propagandísticamente hasta la saciedad, como un Cristo sacrificado por el bien del país, y por otro lado, le quitó de encima al principal rival que podría tener. Si la República hubiese querido ganar la guerra, lo que tendría que haber hecho habría sido soltar a José Antonio en paracaídas sobre Burgos, Salamanca u otra ciudad controlada por el “bando nacional”, para que así hubiesen sido dos gallos en el mismo gallinero.
Casi llegado al poder Franco, se encuentra con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que también le vendrá bien para quitarse militares o políticos críticos de encima. Franco tiene que pagar a Hitler la enorme ayuda que ha tenido de Alemania para ganar la guerra española. Por otra parte, tampoco le conviene mucho involucrar a España -que ha quedado ya bastante destrozada- en otro conflicto más. Además, dentro de las oligarquías tradicionales españolas hay gente que acepta la parte de “mano dura” del fascismo, como los campos de concentración o el partido único, pero que no acepta la parte de “reformas sociales” que trae este movimiento (seguros obreros, desplazamiento de las élites tradicionales de curas y latifundistas en favor de las nuevas burocracias estatales). Por ello, opta por un juego a varias bandas.
Para tener contenta a Alemania, se creará la División Azul en 1941, que irá a combatir a las tropas de Stalin en aquel intento suicida de Hitler de invadir la URSS. Muchos falangistas que pueden ser futuras “moscas cojoneras” si el régimen español toma otras derivas, serán enviados a pegar tiros a treinta grados bajo cero. Una preocupación menos para Franco.
Para tener contentos a los aliadófilos, Franco dice que el país es “no beligerante”. Si los falangistas quieren ir a matar comunistas a Rusia, no es una decisión del Estado español, sino de la Falange. Las tropas que van a Rusia son, por tanto, “voluntarias”. Con esto, Franco utilizó el mismo argumento que utilizó Mussolini cinco años antes para mandar tropas a España saltándose los recelos de las democracias occidentales.
La División Azul partió de Madrid por ferrocarril, con una estación de Príncipe Pío repleta de banderas nazis por todos lados. Muchos de ellos no volverían, o permanecerían encerrados en el Gulag hasta la muerte de Stalin. Cuando volvieron, fueron recibidos sobre el papel como héroes, pero a la vez, se habían convertido en personajes incómodos ante la nueva alineación proamericana del Caudillo.
Los temores de Azaña y de José Antonio se hicieron realidad. Lo que había entrado a gobernar España en 1939 no era un fascismo, sino una especie de versión de “serie-B”, un sucedáneo con añadidos bastante provincianos y cutres. Se censura la música, se prohíben ciertos bailes, se depura al profesorado de las escuelas para que no contagien estilos de vida “extranjerizantes” a los alumnos. En el diario Arriba del 16 de mayo de 1939, José Vicente Puente atacaba a las mujeres que habían militado en la izquierda, a las que calificaba de pedantes intelectuales, estudiantillas fracasadas, empleadas envidiosas de los jefes y lindezas por el estilo. En el ABC del 28 del mismo mes, el escritor Wenceslao Fernández Flórez se permitía hacer humoradas sobre el “olor marxista” y comparar a los vencidos con “chinches”. Los sueños joseantonianos de crear un nuevo hombre, una nueva sociedad… se iban destiñendo ante el retorno de los elementos más chuscos, clasistas y retrógrados de la nación. Mientras en Nueva York se alzaban futuristas edificios en su Exposición Mundial de 1939, la World´s Fair, anunciando como iba a ser el mundo de los años 50 y 60, aquí nos dio por llenar todos los barrios posibles de torres herrerianas y de escorialitos.
Se van llevando a vertederos los escombros de los edificios bombardeados y Madrid va recobrando cierta paz. En 1942 fue inaugurado el nuevo Mercado de Maravillas, entre la calle de Bravo Murillo y la plaza de la condesa de Gavia. Gran mercado, pero pocos alimentos hay para abastecerle. Durante toda la década de los 40, el hambre fue una constante, tanto por culpa de las destrucciones de la pasada guerra, como por la situación de guerra que hay ahora en la mayoría de los países extranjeros, como por las políticas falangistas que predican la “autarquía”.
Los años del hambre
Años muy duros para los madrileños los comprendidos entre 1939 y 1953. Escasez económica, miedo a la entrada en una nueva guerra, boicot por parte de los países vencedores. Aun así, se pudieron efectuar algunas obras de reforma de la ciudad.
Radio Nacional de España, que había sido una emisora de campaña puesta por los alemanes en Salamanca para emitir hacia Madrid en la guerra, pasa a ser la gran empresa de radiodifusión que hoy todavía es. Ahora la guerra era otra. Conforme los ejércitos del Reich iban perdiendo batallas, los dirigentes franquistas iban metiendo en el cajón del olvido algunos megalómanos proyectos de reconstrucción de la ciudad hechos bajo evidentes pautas hitlerianas. En estos proyectos llegan a participar arquitectos como Antonio Palacios, y son jaleados por escritores de la causa como Ernesto Giménez-Caballero. Pero la “realpolitik” se impone. Hay que ir asegurando pactos con las naciones que se van perfilando como futuras vencedoras.
Tiempo de sucedáneos. Ante la escasez de café, se fabrican sucedáneos a base de malta o achicoria. Ante la escasez de chocolate, se fabrican tabletas a base de vaya usted a saber qué. Ante la escasez de gasolina, los coches tienen que remolcar un pequeño aparato llamado “gasógeno”, que a partir de leña o de carbón genera un gas con el que hacer funcionar los motores, aunque sea con prestaciones muy reducidas. Circula tabaco, pero de calidad ínfima. La electricidad no llega a las casas a todas horas, sino que se interrumpe a menudo. La radio echa la culpa de todo, hasta de la escasez de agua, a “Inglaterra y las logias masónicas”. A partir de 1943-44, los malos siguen siendo los masones y los comunistas, pero por si acaso ya no se lanzan tantas invectivas contra los anglosajones.
La gran evasión contra este panorama tan tétrico es el cine, que por muy censurado o manipulado que lo traigan, afortunadamente es un arte que se encuentra en unos grandes momentos. Está también La Codorniz, revista humorística fundada por Miguel Mihura y que no se casará con nadie. Cuando tiene que dar palos al gobierno, los da, gracias a un humor muy inteligente que sabe saltarse las prescripciones de los censores -por lo general, algo cortos de miras-.
A pesar de los escasos recursos disponibles, se consigue terminar lo que quedaba por hacer de la Gran Vía, es decir, el trozo occidental, el más próximo a la Plaza de España, con el edificio de Los Sótanos y las callecitas transversales como la del Doctor Carracido. En origen, cada tramo de la Gran Vía tenía un nombre, pero ahora se pone a los tres juntos el nombre de Avenida de José Antonio. La gente la seguirá llamando, entonces y siempre, la Gran Vía, ya sean falangistas, monárquicos o apolíticos de nacimiento. Surge además, el chiste de los almacenes SEPU (Sociedad Española de Precios Únicos)
La Falange es como el SEPU, se entra por José Antonio, y se sale por Desengaño
La terminación de la Gran Vía implica, además, otra obra de importancia, cual es la modificación de la calle de la Princesa para su enlace con la nueva calle en la Plaza de España. Esta obra se realizará entre 1943 y 1948, y llevará al “recalce” de muchos edificios, en los que lo que hasta entonces era el sótano pasó a ser la planta baja, dado que el nivel de la calle se hizo descender varios metros.
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