Madrid, una Historia de bigotes (X): La corte decadente de los últimos Austrias

Don Cleofás, desde esta picota de las nubes, que es el lugar más eminente de Madrid, mal año para Menipo en los diálogos de Luciano, te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española.

Luis Vélez de Guevara. El diablo Cojuelo (1641)

Vista general del Palacio del Buen Retiro, mirando desde el oeste hacia el este. A partir de la posición de la antigua Puerta de Alcalá, a la izquierda del cuadro de José Leonardo de Chavacier, puede deducirse la gran extensión del complejo de edificios y espacios de la Corona que había en el siglo XVII y que desapareció con la urbanización del espacio entre el Paseo del Prado y el actual parque en el siglo XIX.
Vista general del Palacio del Buen Retiro, mirando desde el oeste hacia el este. A partir de la posición de la antigua Puerta de Alcalá, a la izquierda del cuadro de José Leonardo de Chavacier, puede deducirse la gran extensión del complejo de edificios y espacios de la Corona que había en el siglo XVII y que desapareció con la urbanización del espacio entre el Paseo del Prado y el actual parque en el siglo XIX.

Cuando llegó el siglo XVII, algunos restos del pasado medieval estorbaban en medio del trasiego que iban alcanzando las calles de Madrid (estimación de 20.000 habitantes variable según autores). Entre los años 1569 y 1570 fueron demolidas, por ejemplo, dos puertas de anteriores trazados de las murallas, la de Santa María y la de Guadalajara. Felipe II murió en el año 1588, y con él acabó la etapa dorada del reinado de los Habsburgo. Su sucesor, Felipe III, tuvo que enfrentarse a una nueva nación emergente, Holanda, con vocación de rival transoceánico como lo había sido Inglaterra en el período anterior. Pero el tercero de los Felipes ya no mostró las luces de su padre o su abuelo, y enseguida tuvo que delegar poderes en manos de los validos, especie de primeros ministros, mientras fue derrochando los recursos del Estado en sus ocios particulares. En 1601 este rey emprendió la aventura de trasladar la capitalidad de la monarquía a la ciudad de Valladolid, decisión que implicó la salida de Madrid de miles de personas para seguir manteniendo en funcionamiento la maquinaria del Imperio a orillas del Pisuerga. Alfredo Alvar Ezquerra opina que en esta idea pesó mucho la intención de reactivar la maltrecha economía de Castilla la Vieja, mientras que otros autores creen que el rey fue influido por su valido el duque de Lerma, que a su vez estaba creando una verdadera mini-Corte paralela en Lerma, población al sur de Burgos y no excesivamente lejos de Valladolid.

La Plaza Mayor es hoy en día uno de los estándares de "lo madrileño" y supuso una de las principales aportaciones de los Habsburgo a la capital de España.
La Plaza Mayor es hoy en día uno de los estándares de «lo madrileño» y supuso una de las principales aportaciones de los Habsburgo a la capital de España.

El experimento solo duró unos pocos años y las instituciones del Imperio volvieron enseguida -1606- a Madrid. Un año antes, en la villa del Manzanares se había impreso la primera edición de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, autor que sería posteriormente valorado como el “standard” de la lengua castellana y que también publicaría en Madrid sus Novelas Ejemplares (1613) y Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1616). El Ayuntamiento se seguía reuniendo, como desde largo tiempo antes, en una sala situada encima del pórtico de la iglesia parroquial de San Salvador (1), y en 1619 ya tenían sus sesiones en unas casas que fueron de don Juan de Acuña en una inmediata plaza que también se llamaba de San Salvador y que ahora es la Plaza de la Villa. De ahí ya no se movieron los ediles madrileños hasta el reciente traslado a la Cibeles en tiempos del alcalde Ruiz-Gallardón.

En los primeros años del siglo XVII se mandó construir el Palacio de Uceda, por parte de Cristóbal Gómez de Sandoval y María Padilla, duques de Uceda. El duque era hijo del valido, del otro duque, del de Lerma, y con el tiempo llegó a ser él también valido de Su Majestad. El palacio fue edificado en el tramo más occidental de la Calle Mayor, sobre el solar de casas de nobles de la época como los Vozmediano o los Porras. El proyecto del edificio salió de la cabeza de Juan Gómez de Mora, uno de los principales arquitectos de ese siglo, y en la actualidad lo conocemos como Palacio de los Consejos o como «Capitanía», pues desde 1747 es propiedad del Estado para albergar los Consejos de Indias y de Castilla, y en la actualidad alberga la Capitanía General del Ejército y el Consejo de Estado.

Juan Gómez de Mora era sobrino de otro arquitecto llamado Francisco de Mora, y este a su vez discípulo de Juan de Herrera. Entre otras obras destacables de Juan Gómez de Mora hay que citar el monasterio de la Encarnación, el convento (luego cuartel) de San Gil, y una de las fachadas del Alcázar.

El 21 de agosto de 1622 un asesinato de primera magnitud conmocionó a la ciudad. En la calle Mayor es abatido -unos dicen que a golpes, otros que a tiros- Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana y cartero mayor del reino (el equivalente al actual director general de Telecomunicaciones). Era una de las lenguas más afiladas del país, y sus versos satíricos no dejaban títere con cabeza entre otros miembros de la clase dirigente. Incluso si no hubiera tenido ambiciones políticas, habría pasado a la Historia de todas maneras como un gran poeta, pero se granjeó demasiados enemigos y se cree que anduvo en amores con la reina, lo que no debió de hacer excesiva gracia a don Felipe IV, uno de los principales sospechosos de haber ordenado el crimen. Ese mismo año, mientras tanto, se daba comienzo a las obras del edificio definitivo de la iglesia de los Jesuitas en la calle de Toledo, tras la demolición del primitivo en 1603. Como era costumbre en esta orden religiosa, el proyecto lo redactaron arquitectos pertenecientes a la propia Compañía, y el templo se puso bajo la protección de los santos Pedro y Pablo, teniendo al lado los Estudios Reales, donde se impartió enseñanza desde 1625 a muchos de los que acabaron siendo los grandes cerebros del siglo XVII. Las obras de esta iglesia finalizaron hacia 1650-51, y en la actualidad la conocemos (desde el siglo XVIII) como iglesia de San Isidro, al haberse llevado allí los restos del santo.

Pero la principal aportación de Felipe III a Madrid fue la construcción de la Plaza Mayor, desde entonces uno de los lugares clave del mapa matritense. Este lugar estaba en origen al este del casco urbano propiamente dicho, y a finales de la Edad Media era conocido como Plaza del Arrabal, con un importante mercado que allí se instalaba en determinados días. Felipe III ordenó en 1617 la demolición de los edificios que había en la zona, salvo la denominada Casa de la Panadería, de 1590, que fue integrada en el diseño de la plaza nueva. Las obras duraron hasta 1619, incluyendo grandes muros de contención en la zona de la calle de Cuchilleros, para salvar el desnivel, y una vez terminadas, resultó un espacio capaz de albergar 50.000 espectadores en festejos especiales. Esta capacidad fue demostrada el 15 de mayo de 1620 con motivo de los actos de celebración de la beatificación de San Isidro Labrador. Enseguida vinieron usos algo más siniestros para la plaza, como el primer auto de fé de la Inquisición, que llegó el 21 de enero de 1624, para juzgar a un hombre que se había hecho pasar por sacerdote sin serlo. Fue condenado a muerte y quemado junto a la puerta de Alcalá.

La Plaza Mayor era algo diferente a la actual, pues tres incendios ocurridos el 7 de julio de 1631, el 20 de agosto de 1672 y el 16 de agosto de 1790 obligaron a efectuar las respectivas reconstrucciones. En ella ha habido corridas de toros, épocas en que se han instalado jardines y arbolado, y épocas en que se ha vuelto a convertir en un espacio diáfano. Su aspecto actual es de finales de los años 60 del siglo XX, momento en que fue construido un aparcamiento y varios túneles para automóviles bajo su subsuelo, con lo que se ha convertido en un espacio totalmente peatonal.

A partir de 1648, año de la Paz de Westfalia, la política de los Habsburgo pasa a ser ya defensiva. Para entonces la población de Madrid era de unas 125.000 personas.

Retrato ecuestre de Felipe IV, pintado por Velázquez hacia 1635 y conservado en el Museo del Prado. El pintor lo concibió para decorar uno de los salones del palacio del Buen Retiro, y en la época borbónica pasó ya a la colección del Palacio Real de la actual calle de Bailén.
Retrato ecuestre de Felipe IV, pintado por Velázquez hacia 1635 y conservado en el Museo del Prado. El pintor lo concibió para decorar uno de los salones del palacio del Buen Retiro, y en la época borbónica pasó ya a la colección del Palacio Real de la actual calle de Bailén.

Felipe IV, sucesor de Felipe III, continuó en gran parte con las actitudes del anterior rey, y amplificó sus defectos. Grandes fastos y festejos eran preparados en la Corte con cargo a las arcas públicas para mantener atontadas a las masas, mientras las tareas de gobierno eran dejadas en manos de ambiciosos validos como el conde-duque de Olivares. Madrid debe al reinado de este penúltimo Habsburgo la construcción del complejo del Buen Retiro, o del Retiro a secas: un gran palacio con jardines situado al este de lo que entonces era la ciudad y que lindaba por su extremo más oriental con el campo, pues ya no había más casas hasta llegar a las del cercano pueblo de Vicálvaro. El Retiro es ahora fundamentalmente un parque, como herencia de los jardines regios, mientras que los edificios sufrieron grandes destrucciones en la guerra de 1808-1814 y de ellos solo queda algún resto, como el Salón de Reinos o el Casón. La zona más cercana al viejo Madrid quedó también muy desfigurada con la apertura y urbanización de la calle de Alfonso XII y aledañas a partir de la década de 1870.

La otra herencia de don Felipe IV es la construcción de la Real Cerca, último cinturón de murallas de los que llegó a tener la ciudad. La muralla se hizo con una intención más fiscal que militar, pues la artillería de la época era capaz de derribar sin problemas sus piedras y ladrillos, mucho menos imponentes que los de la era de la Castilla medieval. Ahora simplemente se trataba de que nadie entrara o saliera de la ciudad salvo por las puertas y portillos marcados al efecto, donde se cobraban impuestos a los que pasaran determinadas mercancías. La propia obra se había financiado gracias a la imposición de una tasa sobre el vino. Esta cerca, como le ocurrió a los edificios del Retiro, también sufrió en sus piedras los enormes cambios de dos siglos más tarde y fue derribada casi en su totalidad, salvo algunos restos que quedan en las inmediaciones de la Puerta de Toledo u otros lugares.

Paseaban por la Villa gentes como Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), que vivía en una casa de la calle Mayor que fue salvada de la demolición en 1859 por iniciativa de Mesonero Romanos.

En 1665 se inició el que iba a ser el último reinado de la dinastía austríaca, el de Carlos II. Este rey nació con importantes taras genéticas, y a pesar de los intentos de los mejores médicos de Europa para hacerlo medianamente apto para las responsabilidades que debería desempeñar de adulto, todo esfuerzo fue inútil. La dinastía que había llegado siglo y medio antes, y que había puesto a España en lo más alto del mapa geopolítico mundial, pagaba definitivamente el precio de la consanguinidad y el empobrecimiento de genes. El rey había iniciado su mandato siendo menor de edad, por lo que se implantó una regencia hasta 1675 a cargo de la reina madre doña Mariana, 30 años más joven que el difunto Felipe IV. Como en los reinados anteriores, no tardaron en aparecer los validos bajo unos nombres o bajo otros, siendo los principales el padre Everardo Nithard, Juan José de Austria (hijo del anterior rey y de la actriz de teatro María Calderón), el duque de Medinaceli y el duque de Oropesa.

Aspecto que podía tener la Puerta del Sol en el reinado de Carlos II. El dibujo es de Nao, del siglo XIX, pero tiene toda la pinta de ser una recreación del realizado por Pieter van der Aa en 1707
Aspecto que podía tener la Puerta del Sol en el reinado de Carlos II. El dibujo es de Nao, del siglo XIX, pero tiene toda la pinta de ser una recreación del realizado por Pieter van der Aa en 1707

De ellos, Juan José de Austria fue quizá el que tenía mayores intenciones de dar un golpe de timón y frenar la decadencia del país. Por decreto del 29 de enero de 1679 creó la Real Junta de Comercio y Moneda (que persistiría con los Borbones) para regular el desarrollo económico, y también impulsó el viaje de españoles al norte de Europa para aprender las nuevas técnicas de producción y las llamadas «ciencias útiles». De igual manera, técnicos extranjeros fueron llamados a España para montar fábricas e instruir a los nuestros: en San Martín de Valdeiglesias se instalaron unos talleres de vidrio dirigidos por un flamenco, y en Segovia se instaló una factoría de papel a cargo de otra persona de la misma nacionalidad. Era la época de los llamados novatores, gentes que incluso perteneciendo al mundo católico oficialista, pedían la llegada de ideas más cientifistas mientras no chocaran con la escolástica tradicional.

Y aquí tenemos el original realizado por Pieter van der Aa en 1707, en plena Guerra de Sucesión, no muchos años más tarde de la muerte del "Hechizado"
Y aquí tenemos el original realizado por Pieter van der Aa en 1707, en plena Guerra de Sucesión, no muchos años más tarde de la muerte del «Hechizado»

Juan José murió en 1679, y para entonces ya estaba claro que el rey Carlos iba a morir sin descendencia, dado su precario estado de salud. Por la corte empezaban a pulular lo que ahora llamaríamos lobbies, concretamente dos. Uno, formando grupos de opinión favorables a que continuara en el futuro el reinado de los Habsburgo en la persona de algún otro miembro de la aristocracia europea que sustituyera a la rama europea que se iba a extinguir. El otro grupo de presión era favorable a hacer tabla rasa y empezar desde cero, y poner en el trono de España a un rey francés de la casa de Borbón, pues los progresos que estaba haciendo Francia eran notorios y se creía que podían ser trasplantados a nuestro suelo para poner fin al atraso cultural de España, donde el integrismo religioso empezaba a pedir cosas tan absurdas como la prohibición del teatro por “pecaminoso”, de igual manera que se criticaría al cine a principios del siglo XX o al Internet a principios del XXI.

Desde 1686 hasta 1714 esta fue la «cuestión nacional» por excelencia en el debate político: Austrias versus Borbones. Salvo destellos de luz como este de Juan José de Austria, los años del reinado de Carlos II transcurrieron entre los movimientos de fichas en la Corte para ir instalando personajes de ambos lobbies en puestos claves del Estado, y un ambiente de pesimismo generalizado. Entre 1673 y 1685 una gran epidemia, probablemente de tifus, había atacado Madrid y casi todas las ciudades importantes en un radio de doscientos kilómetros a la redonda. En 1679 se tomaron precauciones para evitar la llegada de otra infección similar, que arrasó Andalucía. En 1668 fue reconocida definitivamente la independencia de Portugal, pero para entonces toda la franja oeste de España había quedado enormemente empobrecida por el conflicto fronterizo.

Los madrileños trataban de sobrevivir como podían. Entre los días 26 y 28 de septiembre de 1680 se desbordó el Manzanares, y hubo que cerrar al tráfico el Puente de Toledo (que todavía no era el actual). De los arquitectos de esos años, no podemos olvidar a Fray Lorenzo de San Nicolás, perteneciente a la orden de los agustinos recoletos o calzados, al que se deben la iglesia del convento de San Plácido y la iglesia de la orden de Calatrava en la calle de Alcalá.

A la muerte de Carlos II, la guerra nacional e internacional fue inevitable.

NOTAS

(1) Derribada por ruina a mediados del siglo XIX.

Juan Pedro Esteve García
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