“Ahora llevaba un tiempo deteniéndome en el pasadizo de San Ginés, en Arenal, sin más motivo que la nostalgia literaria, que no deja de ser una forma dulce de añoranza del pasado y del tiempo perdido” (La escapada, de Gonzalo Hidalgo Bayal).
En el número 2 del Pasadizo de San Ginés se encuentra la Librería San Ginés, un punto de encuentro ineludible para coleccionistas y amantes de las ediciones antiguas.
Pero el mundo ha cambiado, y Madrid con él. El libro físico ha cedido terreno, y el centro de la ciudad —lejos de proteger sus espacios singulares— se ha transformado en un parque temático para el turismo masivo: un escaparate globalizado con comercios estandarizados para el turista de paso.
La transformación ha alcanzado también a esta librería histórica. Su puesto callejero mantiene la estructura tradicional —la caseta adosada al muro de la iglesia, las mesas desmontables, los estantes de madera—, pero los libros antiguos, que antes definían su identidad, comparten ahora espacio con imanes, postales y suvenires. Peor aún: han pasado de ser el producto principal a servir como simple ambientación, un telón de fondo para un negocio que replica el modelo de cualquier tienda de recuerdos turísticos. La librería ha perdido su esencia original.
¿Qué clase de ciudad queremos ser? ¿Una que preserve sus espacios históricos mediante apoyos reales, subvenciones inteligentes y políticas culturales activas? ¿O una que se rinda al turismo masivo y convierta su identidad en mercancía desechable?
Todas las fotografías que ilustran este artículo han sido realizadas por Concha D’Olhaberriague, a quien también le debemos la cita.
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