La Caramba, la musa irreverente que hizo vibrar el Madrid del XVIII

Fue la mujer más admirada —y también más criticada— de los teatros madrileños del siglo XVIII. Cantante y bailarina, musa de sainetes y tonadillas, La Caramba fue mucho más que una artista: fue un fenómeno social que cruzó la escena para instalarse en la vida y la moda de la Villa y Corte.

La tonadilla: el espejo burlón de la sociedad del Madrid de la Ilustración

En el bullicioso Madrid del siglo XVIII, la tonadilla era mucho más que un simple interludio musical: era el espejo burlesco en el que la ciudad se miraba. Breves pero afiladas, estas piezas se colaban entre los actos teatrales para retratar, con humor punzante e ironía popular, las manías, habladurías y contradicciones de la vida cotidiana. Personajes reconocibles, tipos exagerados, melodías pegajosas y letras que olían a calle y a chisme reciente hacían que el público se riera… de los demás y de sí mismo.

Con el tiempo, la tonadilla escénica llegó a constituir un género en sí mismo, pasando de ser un intermedio musical a representarse como pieza independiente, con funciones propias en los teatros madrileños. Fue en este contexto que La Caramba, con su talento y personalidad, brilló como nadie.

Muestra del tipo de cartel que se fijaba en los lugares públicos y en los teatros de Madrid para anunciar el programa de cada nueva representación. El teatro disponía de impresos en los que se dejaba en blanco el nombre de la obra y la fecha y hora de la función para poder rellenarlos a mano. Fuente: Memoria de Madrid
Muestra del tipo de cartel que se fijaba en los lugares públicos y en los teatros de Madrid para anunciar el programa de cada nueva representación. El teatro disponía de impresos en los que se dejaba en blanco el nombre de la obra y la fecha y hora de la función para poder rellenarlos a mano.
Fuente: Memoria de Madrid

De Motril al Madrid de Carlos III

En 1776 llegaba a Madrid una joven de origen granadino, nacida en Motril el 9 de marzo de 1750. Se llamaba María Antonia Vallejo Fernández, aunque muy pronto toda la ciudad la conocería simplemente como La Caramba. Contratada como “Sobresaliente de música con obligación de alternar en las tonadillas con las demás partes  y también cantar en el sainete dos días a la semana” su debut tuvo lugar en el Teatro de la Cruz, dentro de la compañía de Manuel Martínez, uno de los empresarios más influyentes del momento, donde su talento vocal, su belleza y su fuerza escénica no tardaron en destacar.

¡Caramba!

Una de las claves del fulgurante ascenso de La Caramba fue su modo de bailar el fandango: con una mezcla de descaro y elegancia, de picardía y fuego que escandalizaba a los moralistas ilustrados. Ella misma decía que carambeaba el fandango, en referencia a su estilo único. Esa expresión, “¡caramba!”, exclamación entonces cargada de energía e insinuación, le dio su apodo artístico. Se dice que surgió a raíz de una tonadilla en la que ante el cortejo de un señorito ella respondía con gracia e intención: «Usted quiere…, ¡Caramba! ¡Caramba!»:

Un señorito muy petimetre

Se entró en mi casa cierta mañana

Y así me dijo al primer envite:

“Oiga usted: ¿quiere ser mi pareja?”

 Yo le respondí con mi sonete,

Con ni canto, ni baile y soflama:

¡Que chusco es usted, señorito!

Usted quiere… ¡Caramba! ¡Caramba!

¡Que si quieres, quieres, ea!

Vaya, vaya, vaya!

Retrato de la actriz María Antonia Fernández, La Caramba. Fuente: Memoria de Madrid
Retrato de la actriz María Antonia Fernández, La Caramba.
Fuente: Memoria de Madrid

Una influencer de su época

Fuera de los escenarios, María Antonia también se convirtió en un referente de estilo. Sus atuendos, siempre llamativos, y la soltura con que los llevaba, captaban tantas miradas como sus actuaciones. Uno de sus peinados más célebres —una gran moña de vivos colores colocada sobre la cofia— causó auténtico furor entre las madrileñas, que pronto empezaron a imitarlo. El adorno, bautizado con el nombre inevitable de «caramba», acabó por convertirse en símbolo de coquetería popular. Incluso Goya lo inmortalizó en el Capricho nº 55, Hasta la muerte, donde una dama de alta alcurnia aparece disfrazada de maja, luciendo un tocado inspirado en el que La Caramba había conquistado al público.

Capricho nº 55 "Hasta la muerte", de Goya
Capricho nº 55 «Hasta la muerte», de Goya.
Fuente: Taller del Prado

Sin embargo, el éxito y la popularidad de La Caramba no estuvieron exentos de polémica. Su estilo atrevido, su descaro en el escenario y su influencia sobre la moda irritaban a los sectores más conservadores, que la veían como una figura provocadora capaz de desafiar el decoro femenino y las convenciones sociales establecidas. De hecho, la duquesa de Alba y la condesa de Benavente la denunciaron por una tonadilla en la que se dieron por aludidas. Durante la obra, La Caramba aparecía acompañada de un vistoso volante decorado con plumas y talcos. La letra de la tonadilla insinuaba que ciertas damas de la alta sociedad madrileña buscaban con frecuencia la compañía de apuestos jóvenes, a quienes agasajaban generosamente. El contenido fue interpretado por algunos como una crítica directa a los devaneos de la aristocracia. La Condesa de Benavente, que se sintió aludida por la escena, reaccionó con gran enfado. Según fuentes de la época, llegó a enviar un recado al Corregidor exigiendo que la tonadilla no volviera a representarse. Aunque no dirigió sus reproches directamente contra el autor de la música y la letra, trasladó su malestar al Duque de Arcos, quien también respondió con dureza. Enfurecido, el duque mandó a un lacayo a buscar al empresario teatral Manuel Martínez, advirtiéndole —por medio del propio criado— que de haber tenido conocimiento previo de aquella canción, no habría dudado en impedir su representación “a palos, si fuera necesario”. Como consecuencia el autor de la obra, el compositor Pablo Esteve, pasó una temporada en prisión, mientras que La Caramba no sufrió castigo alguno, ya que alegó que se había limitado a interpretar y cantar la obra que se le había indicado.

No sólo la nobleza, intelectuales ilustrados mostraban una actitud crítica hacia su figura. Así, personajes de la talla de Jovellanos también dirigieron hacia ella mordaces críticas. El escritor y político gijonés escribía en su Sátira primera a Arnesto:

¿Y qué querrá decir que en algún verso,
encrespada la bilis, tire un rasgo
que el vulgo crea que señala a Alcinda,
la que olvidando su orgullosa suerte,
baja vestida al Prado, cual pudiera
una maja, con trueno y rascamoño
alta la ropa, erguida la caramba,
cubierta de un cendal más transparente
que su intención, a ojeadas y meneos
la turba de los tontos concitando?
¿Podrá sentir que un dedo malicioso,
apuntando este verso, la señale?
Ya la notoriedad es el más noble
atributo del vicio, y nuestras Julias,
más que ser malas, quieren parecerlo.

Con estos versos, Jovellanos acusaba a Alcinda —y por extensión a personajes como La Caramba— de ser una buscona que no solo transgredía las normas sociales, sino que además buscaba escandalizar con su actitud y vestimenta provocativa.

Del matrimonio frustrado al regreso triunfal

En 1781, María Antonia dio un giro inesperado a su vida que desconcertó a propios y extraños: el 11 de marzo contrajo matrimonio con Agustín Sauminque Bedó, un joven madrileño de buena familia, que aspiraba a alejarla del mundo del teatro. La unión no fue bien recibida ni por los numerosos admiradores de La Caramba ni por la familia del novio, pues en aquel tiempo las actrices no eran consideradas mujeres «respetables». Para poder casarse, María Antonia recurrió a una artimaña legal: mandó fabricar una cédula de defunción falsa para sus padres, aún vivos, modificando además sus nombres. Asumió su propia dote, teniendo lugar la ceremonia en la Iglesia de San Sebastián, en la calle Atocha, templo habitual de actores y artistas.

Pero aquel matrimonio apenas duró unas semanas. Por razones que nunca llegaron a saberse del todo, su retiro fue tan fugaz como sonado había sido. El 15 de abril La Caramba reaparecía en el Teatro del Príncipe ante un público entusiasta que la recibió con vítores. Su regreso fue tan celebrado que dio pie a nuevas tonadillas, muchas de ellas en tono burlesco, que convertían su efímero abandono del escenario en una comedia más para el repertorio madrileño.

De musa teatral a beata

En 1785, durante uno de sus habituales paseos por el Prado, una tormenta repentina sorprendió a María Antonia. Buscando refugio, cruzó el umbral del convento de San Antonio de Padua. Aquella acción, aparentemente simple, marcaría un punto de inflexión en su vida. En el interior del templo, un fraile capuchino pronunciaba un sermón sobre el arrepentimiento y la redención. Mientras las palabras del predicador resonaban en sus oídos, sus ojos se posaron en un cuadro de Luca Giordano que representaba a María Magdalena en actitud penitente.

Entonces, algo en su interior se quebró. La fuerza de aquellas palabras, unida a la imagen de la santa arrepentida, la conmovieron hasta lo más hondo. Algo se despertó en su interior, una llamada que ya no podría acallar.

La Magdalena penitente, de Luca Giordano ©Museo Nacional del Prado
La Magdalena penitente, de Luca Giordano ©Museo Nacional del Prado

Aquella misma noche, al regresar a casa, anunció a su madre su firme decisión de abandonar para siempre la vida artística: dejaba atrás los aplausos, las candilejas y la fama. Y cumplió su palabra. No volvió a pisar un teatro, ni a asistir a corridas de toros, ni a dejarse ver en los paseos del buen tono… Desde entonces, se recogió en su hogar, adoptando una existencia austera y devota, por lo que pronto comenzó a ser conocida como “la beata María Antonia”. Prematuramente envejecida, pobremente vestida y consumida, sin rastro de aquellas gracias que antaño exhibiera con desparpajo sobre el escenario, se la veía deambular de iglesia en iglesia como un alma en penitencia.

Retrato de la beata María Antonia, antaño la Caramba.
Retrato de la beata María Antonia, antaño conocida como la Caramba.

Un adiós prematuro

Con tan solo 36 años, el 10 de junio de 1787, María Antonia fallecía en su domicilio de la calle Amor de Dios, en el corazón de ese Madrid que tanto la amó y escandalizó. Fue enterrada en la capilla de la Novena de la iglesia de San Sebastián, conocida como la capilla de los cómicos.

Artista brillante, icono de moda, figura controvertida, siempre a contracorriente entre los aplausos del teatro y las críticas de los sectores más conservadores, La Caramba encarnó como pocas el alma festiva, rebelde y luminosa del Madrid ilustrado.

Tonadillas, zarzuelas y coplas: el legado sonoro de una artista

En este enlace el lector puede acceder a una recopilación de tonadillas escritas para Miguel Garrido y María Antonia Fernández La Caramba por los maestros Pablo Esteve (1730 – 1794), Blas de Laserna (1751 – 1816), Fernando Ferandiere (1740 – 1816), Antonio Rosales (1740 – 1801).

La figura de La Caramba no quedó relegada al olvido tras cesar los aplausos del siglo XVIII, sino que, cruzando los siglos, siguió inspirando a nuevas generaciones de artistas. El 10 de abril de 1942 el telón del Teatro de la Zarzuela se alzaba para estrenar  La Caramba, con música de Federico Moreno Torroba y libreto de Luis Fernández Ardavín, inspirado en su vida. Veinte años más tarde, su nombre volvía a sonar con fuerza en la voz profunda de Concha Piquer, que en 1963 grababa la copla La Caramba, de Rafael de León y Antonio Quiroga. Así, María Antonia volvía a los escenarios, esta vez convertida en mito, una figura que había trascendido su época.

Bibliografía

• González Ruiz, Nicolás. La Caramba: vida alegre y muerte ejemplar de una tonadillera del siglo XVIII. Madrid: Ediciones Morata, 1944.

Fuentes en línea

El antes y el después de la famosa tonadillera «La Caramba». El Almanaque. Sección: Pliegos de cordel, tradición oral, romancero. Disponible en: www.elalmanaque.com (consultado en junio de 2025).

María Antonia Vallejo Fernández, La Caramba. Publicado en Coral Armiz. Disponible en: https://www.coralarmiz.com/Motril/caramba.htm (consultado en junio de 2025).

Pablo Jesús Aguilera Concepción
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