En la embajada de Bulgaria, homenajeando al madrileño y eslavista Juan Eduardo Zúñiga

Desde los baldíos de Santo Domingo y Leganitos, un viento duro sopla briznas de nieve y sacude los bordes de la capa hasta enredar las piernas y obligar a la mano enguantada a sujetar el ala de la negra chistera y entornar los ojos que apenas ven el suelo empedrado, tan conocido, según entra en la calle Angosta de San Bernardo y entonces le parece que una voz de mujer grita muy lejos «¡Mariano, ven, Mariano!», pero es el zumbar del viento en los oídos

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