Libro Nuestra Señora de la Flor de Lis

Nuestra Señora de la Flor de Lis: la más acabada Madona del románico madrileño.  

En esta ocasión presentamos una pintura al fresco que, originalmente, formó parte de la decoración interior del ábside románico del demolido templo de Santa María la Real, o de la Almudena.

La Virgen de la Flor de Lis recientemente restaurada.
La Virgen de la Flor de Lis recientemente restaurada. Fotografía por Cristóbal Coleto García.

Tenemos confirmación documental y arqueológica de que el ábside original de Santa María era de configuración monumental urbana, ya que, aparte de constituirse en forma de semicírculo, se dotaba del correspondiente presbiterio o anteábside, y se construyó utilizando sillares bien escuadados, y su exterior, posiblemente estaría segmentado por semicolumnas coronadas de capiteles con figuraciones zoomórficas y antropomórficas, que podrían representar virtudes, pecados, escenas guerreras, etc, como tantos ejemplos aún subsistentes desde la sierra de Guadarrama hasta el Cantábrico. En 1998, y con motivo de las obras de peatonalización de la pequeña calle de la Almudena, se efectuó la preceptiva cata arqueológica, descubriéndose la cimentación de la cabecera cuadrangular barroca construida en 1638, previa demolición del ábside románico, así como la base de lo que sería el camarín que alojaba la imagen de Santa María de la Almudena. Entre la mampostería utilizada en la cimentación aparecieron un par de capiteles y una cenefa de taqueado jaqués, que actualmente pueden contemplarse en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares.

Retornando a la pintura al fresco con el que iniciamos el presente texto hay que indicar que fue descubierta en el año 1623, al decidirse, por iniciativa de la reina Isabel de Borbón, esposa del monarca entonces reinante, Felipe IV, colocar la imagen de Santa María de la Almudena en el altar mayor de la iglesia de Santa María la Real. Según los autores para ello hubo que retirar “unos tablero”, posiblemente el retablo que entonces ocupaba dicho ámbito, y del que o descartamos que se erigiera en estilo gótico. En ese momento, se descubrió la existencia de la pintura. Lógicamente, en aquella época se consideró que la pintura databa de la época de la reconquista de Madrid a los musulmanes bajo el reinado de Alfonso VI de Castilla y León (1040-1109) en el año 1085, momento en que el reino taifa de Toledo capituló ante el referido monarca para integrarse en Castilla; por supuesto, Madrid también fue incorporada.

Entre la comunidad mozárabe madrileña existía el vago recuerdo de la existencia de una antiquísima imagen de María que, con carácter previo a la conquista islámica de esta área en el año 712, fue ocultada, junto con los ornamentos y libros sagrados que existieran en ese momento para evitar que fuera profanados. No obstante, habían transcurrido más de 370 años bajo dominio agareno y se había olvidado de todo punto el lugar exacto en el que la imagen de la Madre de Dios había sido ocultada. Lo único que podían concretar es que fue en la muralla madrileña.

Esa memoria histórica se encuentra, sin duda, impregnada del barniz de la leyenda, que fue perpetuada por los escritores y cronista de Madrid en el siglo XVII.

En 1638, pues, ante la inminencia de la demolición del ábside románico, para construir una cabecera cuadrada con el correspondiente camarín que albergaría, en barroco retablo, la imagen de la Patrona de la Villa, la antigua pintura con la imagen de la Virgen de la Flor de Lis, fue recortada del muro del ábside eclesial, trasladándose a los pies del templo.

Al derribarse el viejo templo, en 1868, en pleno período revolucionario conocido como “la Gloriosa”, la pintura medieval de la Virgen fue trasladada al convento de religiosas cistercienses del Santísimo Sacramento, hasta su traslado definitivo a la maravillosa cripta neorrománica de la Catedral de la Almudena, en el año 1911.

Postal mostrando la Cripta de la Catedral de la Almudena. Tarjeta Postal. Hauser y Menet , 1905. Fuente: Biblioteca Nacional de España.

Actualmente, la pintura se encuentra cobijada en un gran nicho con arco de medio punto compuesto por dovelas de grandes sillares, y enmarcada por un edículo-retablo de estilo neogótico y realizado en mármol. Se compone de mesa de altar, y predela de dos bandas escalonadas con decoración geométrica en cuyo centro se encuentra el sagrario, en cuya puerta metálica figura el “agnus Dei”. Seguidamente, el retablo se continúa en un único cuerpo con una calle flanqueada en sus extremos por un par de columnas de fuste delgado y capiteles de hojas de acanto, sobre retrocolumnas, que sustentan cuerpo de torre con ventana ojival y tejado apiramidado rematado por flores de lis. El remate del retablo se efectúa mediante frontón trilobulado de progenie gótica, con tímpano decorado con hojas de parra y racimos de uva en disposición geométrica y simétrica. El frontón culmina con sendas representaciones de almenas y de tejados.

Entrando a detallar la imagen en sí, y en relación a la técnica empleada, comprobamos que fue pintada al fresco sobre una capa de yeso de unos 10 cm. de grosor. Mide 1,53 m. de altura por 0,90 m. de ancho. Aparece la Virgen María con el Niño, en característica representación de “theotokos” –palabra compuesta griega que alude a la “madre de Dios”- sentada, vestida con túnica verde, y cubierta por manto blanco con forro encarnado. Luce en el cuello un joyel compuesto por fino cordel rojo que sujeta medallón de oro, circunvalado de puntas rematadas por perlas. Muestra un rostro ovalado, nariz alargada, y unos ojos grises ligeramente rasgados con los párpados superiores ligeramente cerrados. Este aspecto la relaciona estilísticamente con la pintura bizantina y la románica. Su mano derecha sujeta delicadamente entre los dedos índice y pulgar la flor que le da nombre. En su regazo, y sobre su pierna izquierda aparece representado el Niño Jesús. Vestido con tunicela verdosa, realiza el acto de bendición con su mano derecha, muy próxima a la de su madre, denotando también este gesto el vínculo de amor materno-filial. En su mano izquierda, y apoyado sobre su muslo derecho, muestra un orbe coronado con la cruz. En pinturas y tallas románicas de los siglos XI y XII se muestra al Niño Jesús portando un evangeliario, y este elemento –el orbe- contribuye a datar de manera algo más precisa la época de realización de la pintura. El globo terráqueo u orbe, aparte de simbolizar el poder político de un monarca, en concreto un emperador, también simboliza la universalidad o catolicismo del cristianismo en todo el mundo conocido. No debemos olvidar que en la historia del reino de Castilla el monarca Alfonso X el Sabio (1221-1284), aspiró legítimamente, como hijo de Beatriz de Suabia, hija del Rey de los Alemanes, Felipe de Suabia, al trono del Sacro Imperio Romano Germánico. Y no fueron intentos efímeros; ya le fue ofrecida la oportunidad de presentar su candidatura al trono imperial por una embajada procedente de la república de Pisa, en el año 1256, a la muerte del rey de romanos Guillermo de Holanda, y no cejaría en su intento, conocido como “fecho del imperio”, hasta el año 1275, en que renunció a sus aspiraciones imperiales ante el papa Gregorio X.

Este orbe, que podríamos considerar “imperial”, y algún otro elemento, como el marco arquitectónico en el que se representa a María y el Niño, bajo un arco de medio punto polilobulado, o angrelado, sustentado por dos columnas dotadas de capiteles dóricos, adornados de banda de cardinas, y la Virgen sentada en una balaustrada o barandilla dotada de estrechos y alargados arcos de medio punto, son característicos de un estilo artístico tardorrománico e, incluso, ya plenamente gótico; todo el conjunto acreditaría la datación de la pintura en la segunda mitad del siglo XIII.

Un último dato adicional para atribuir la realización de esta pintura a un período tardío de la época románica, es la pérdida parcial del hieratismo de las figuras representadas. En tanto la Virgen María matiene su expresión de mirada al frente, hierática, mostrando a su Hijo como Dios, el Niño levanta la cabeza alzando la mirada hacia su madre, y con la mano derecha parece realizar tanto un gesto un tanto ambiguo: por una parte de bendición, característico de la majestad del Dios encarnado; y por otra, parece querer agarrar la flor de lis que sujeta delicadamente su Madre, gesto travieso e inocente que realizaría cualquier niño. Tenemos la manifestación divina y la humana. Los sentimientos y la expresividad vencerán a la solemnidad, al hieratismo y a la majestad divina en el inminente gótico.

El conjunto de la pintura ha sido restaurado recientemente. Se han eliminados los repintes efectuados al óleo en el siglo XVII, y ahora muestra un aspecto mucho más próximo al que tuvo primitivamente, con mayor luminosidad, y la supresión de los claroscuros característicos del barroco.

La Virgen muestra plenamente su rostro ovalado y alargada nariz, habiendo sido desprovistas sus mejillas de artificiosas encarnaduras. Su manto blanco muestra un notable cambio, habiendo desaparecido los recargados pliegues y dobleces, estrictamente barrocos, que le caracterizaban anteriormente, mostrando un sereno plegado sobre su regazo. El Niño Jesús ha variado completamente su rostro, extrañamente dulce y redondeado antes de su restauración cual si fuese un querubín, mostrando tras la eliminación de los repintes un rostro y expresividad absolutamente comparables a los de su Madre, tanto en el trazo de los ojos, cejas, y alargada nariz, como en la incipiente sonrisa. Se han suprimido, asimismo, los puños bordados de la camisa que asomaban bajo las mangas de la túnica, y el inusitado zapatito del pie derecho; los pies, ahora, aparecen cubiertos por su larga túnica, que también ha sido notablemente “adelgazada” en la zona de atrás, si bien no ha aparecido el brazo izquierdo de la Virgen que los especialistas suponían que aparecería sosteniendo al divino infante.

Os ofrecemos las dos imágenes de la misma pintura para que podáis comparar y obtener vuestras propias conclusiones.

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La primera -tomada de la página web de la Cripta de la Almudena- se corresponde con el aspecto que mostraba la pintura desde el siglo XVII, previo a la finalización de su restauración, hace alrededor de mes medio; y la segunda imagen -fotografía de Cristóbal Coleto García- muestra el aspecto que presenta actualmente NUESTRA SEÑORA DE LA FLOR DE LIS, tras la maravillosa labor de restauración efectuada, mostrándose el icono luminoso, auténtico y emocionante en su autenticidad primigenia. Así luciría probablemente en el viejo presbiterio románico de SANTA MARÍA LA MAYOR, O DE LA ALMUDENA, desde la época del monarca Alfonso X el Sabio. Como poco, un viaje al pasado en la pintura del medievo románico de nuestra Villa, de la que escasos ejemplos más se conservan en el resto de la provincia.


Para saber más sobre la Cripta de la Almudena no te pierdas el reportaje que sobre ella hemos publicado en el número 35 de nuestra revista. Puedes leerlo y/o descargarlo aquí.

Julio Real González

Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. Anne Barcat

    Tengo mucho interés en saber qué empresa de restauración de obras de arte se ha encargado de restaurar la Virgen de la Flor de Lis de la cripta de La Almudena. Gracias si me podéis ayudar.
    Anne

    1. Julio Real

      Hola Anne. De momento no puedo facilitarte ese dato porque lo desconozco. En cuanto averigüe algo te lo comunico «ipso facto».
      Julio Real.

  2. Anne Barcat

    Gracias, Julio. Acabo de perder mi larga respuesta, lo siento. No me preocupan los cambios de supuestos añadidos barrocos en los ropajes sino los cambios en los rostros de la virgen y del niño que se han vuelto «ausentes» e inexpresivos para los que miran la imagen. Tengo muchas fotos con refeljos de cuando la imagen tenía cristal y marco y otras del 17 de junio 2019 con una enorme diferencia. Tal vez pueda hablar con Jesús Junquera con quien intercambié hace años sobre el arrianismo de los visigodos hasta Recaredo, la Theotokos del Concilio de Efeso y la leyenda de la virgen de la Almudena en la muralla árabe… pero no tengo su contacto.
    Un abrazo
    Anne

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