Madrid, una Historia de bigotes (XVI): La capital de la Restauración

Alfonso XII llegó al trono de España casi a la par que el doctor Velasco abrió no lejos del Retiro su Museo Antropológico, luego propiedad del Estado desde 1882. El nuevo rey llega a ser rey a raíz de una cadena de sucesos entre los que hay que destacar la irrupción de militares en el Congreso -en una estampa precursora de la de 1981-, el pronunciamiento de Sagunto y el ambiente de descontento de los años anteriores.

La estación de las Delicias, construida en 1879 para el ferrocarril de Ciudad Real y Badajoz, fue la primera de Madrid en contar con un edificio monumental de carácter definitivo. Las de Atocha y Príncipe Pío, aun perteneciendo a compañías más importantes, empezaron en la década de 1850 con instalaciones provisionales y no tendrían sus terminales de primer nivel hasta los años 1890. Ilustración: Revista de Obras Públicas.
La estación de las Delicias, construida en 1879 para el ferrocarril de Ciudad Real y Badajoz, fue la primera de Madrid en contar con un edificio monumental de carácter definitivo. Las de Atocha y Príncipe Pío, aun perteneciendo a compañías más importantes, empezaron en la década de 1850 con instalaciones provisionales y no tendrían sus terminales de primer nivel hasta los años 1890. Ilustración: Revista de Obras Públicas.

A lo largo del siglo XIX y del XX, los españoles esperaron una y otra vez al «hombre de orden» que deshiciera los entuertos que había dejado el hombre de orden anterior, y Alfonso XII fue uno de los que despertaron más ilusiones en su etapa inicial. Una vez desmantelado el régimen de la Primera República, se afrontó la fase definitiva de la Tercera Guerra Carlista, contra los reductos que la monarquía rival mantenía en el País Vasco y Navarra. Esta guerra también fue ganada, y el rey Alfonso aclamado con vítores como «el pacificador». Estamos en la era de la Restauración.

Alfonso XII implantó la Constitución de 1876 y contrajo matrimonio, al poco de llegar al poder, con María de las Mercedes, hija del duque de Montpensier. Este matrimonio produjo un verdadero escándalo en la Corte al ser este Montpensier un conspirador que en 1870 había intentado postularse como rey aprovechando el vacío de poder que se había producido a la caída de Isabel II. Pero la nueva reina enseguida supo ganarse el afecto de los madrileños, que le perdonaron el ser hija de quien era, y dedicó su corto reinado -murió enseguida, víctima de la tuberculosis- a deshacer uno de los entuertos históricos de la capital, el de las relaciones ciudad-obispado y el hecho de que la principal urbe de un país conocido universalmente por sus bellas catedrales no contara con una. Probablemente Felipe II puso la capital en Madrid para evitarse roces con el arzobispado de Toledo, pero en 1518 ya hubo una iniciativa de Carlos I para dar a Madrid el honor de un obispado propio. Esta iniciativa fue apoyada incluso por el Papado, con una bula de León X, y no consiguió prosperar a causa de la feroz oposición de la sede toledana, que no quería perder poder sobre un importante número de feligreses. Con Felipe III había vuelto a pasar lo mismo: bula de Clemente VIII apoyando la idea del poder civil español, pero oposición del arzobispo de Toledo. La capital de un imperio transoceánico era un bocado demasiado suculento para que este arzobispado dejara perder una feligresía que había crecido en cantidad… y en calidad, al albergar al rey y a todo su acompañamiento funcionarial y militar.

Así continuaron las cosas hasta que la reina Mercedes desbloqueó el problema pidiendo que la iglesia de Santa María, demolida en 1869, renaciera como la gran iglesia monumental que pedía el nuevo Madrid, pues la monarquía restaurada había heredado muchos de los sueños previos de ampliación y ensanche de Madrid, tanto de la etapa final de Isabel II (Plan Castro) como de los años caóticos del amadeísmo y de la República. La nueva iglesia debería construirse en un emplazamiento algo diferente, frente al Palacio Real en vez de en la esquina de Mayor con Bailén, y el proyecto fue adjudicado al arquitecto Francisco de Cubas y González-Montes, marqués de Cubas, que vivió entre 1827 y 1899 y que fue también el autor de otro templo notorio del Madrid de esos años, la nueva reencarnación de la iglesia de Santa Cruz, de 1902, con su inconfundible torre de ladrillo rojo.

El 4 de abril de 1883 fue puesta la primera piedra del nuevo templo, y poco después, en 1885, el Papa León XIII creó la diócesis de Madrid-Alcalá independiente de la de Toledo, por lo que el marqués de Cubas reelaboró el proyecto para que fuera de dimensiones todavía mayores. Este proyecto era de estética neogótica, impresionante para la vista, pero discordante con la estética del Palacio Real, por lo que enseguida surgieron las polémicas. Pese al apoyo de la casa real, el gran volumen de obra a realizar hizo que los trabajos discurrieran a un ritmo muy pausado, y a la muerte del marqués se encargaron de continuarlos Miguel Olavarría y Enrique María Repullés y Vargas. El 31 de mayo de 1911 se abrió al culto la primera fase del templo, la cripta, y los años posteriores transcurrieron empalmando fases de paralización con otras de lentitud, como veremos posteriormente. El sueño de Mercedes tardó muchos más años de lo previsto en hacerse realidad de piedra.

A la repentina muerte de Mercedes sucedió la del propio rey en 1885, aunque su segunda mujer, María Cristina de Austria, le había dado un hijo póstumo, Alfonso XIII, que nació rey el 17 de mayo de 1886, pero que requirió de una regencia de su madre hasta que se le declarara mayor de edad. A lo largo del decenio aproximado que estuvo Alfonso XII en el trono, Madrid continuó creciendo a lo largo de las retículas de calles proyectadas por el Plan Castro, y si en el reinado de Isabel II se afrontó el tema de ensanchar la ciudad para los vivos, bajo los años de Alfonso XII la ciudad tuvo que expandirse para dar espacio a los muertos: los pequeños y medianos camposantos que habían surgido desde principios del siglo XIX se habían quedado pequeños, y en 1884 se abrió la primera fase del cementerio de la Almudena, para cuya construcción Madrid incorporó terrenos que hasta entonces habían pertenecido al municipio de Vicálvaro. Fue un antecedente de las anexiones que vendrían en el siglo siguiente.

El andamiaje de estabilidad que había traído la Restauración corría peligro de caerse a la muerte de Alfonso XII, y de sumir a España en una nueva algarabía caótica. Así se tuvo que llegar al Pacto de El Pardo, por el que los jefes de los dos grandes partidos políticos alfonsinos, el conservador y el liberal, sacrificaron los aspectos democráticos del régimen para poder salvar los aspectos estabilizadores. En las elecciones españolas de esa época el sufragio era censitario (solamente podían votar los inscritos en un censo determinado por la riqueza o méritos académicos o culturales), y desde 1890 sería universal masculino (las mujeres no votarían en España hasta los años 30 del siglo XX, y hubo naciones que se retrasaron todavía más). Pero tanto las votaciones censitarias como las universales terminaron siendo una mera farsa para que los conservadores de Antonio Cánovas del Castillo y los liberales de Práxedes Mateo Sagasta se turnaran en el poder, y no hubiera posibilidad de que se colaran mucho en el hemiciclo los herederos de la fracasada República, o los carlistas, o los nacientes regionalismos periféricos, o los promotores de otras alternativas, como el Partido Socialista, que se fundó en 1879 para organizar en España a los seguidores de las doctrinas de Karl Marx. La pugna Marx-Bakunin también se acabaría notando en nuestro país, y hubo gentes que optaron por montar disidencias desde fuera del sistema, y el anarquismo también hizo su aparición como actor político, unas veces de forma pacífica, otras veces de forma violenta.

De Cánovas a Sagasta, y de Sagasta a Cánovas. Cada determinados años, se movilizaba toda una maquinaria de picaresca gubernamental que abarcaba multitud de escalones, desde el ministro de la Gobernación hasta alcaldes y satrapillas de pueblo, para falsear el resultado de las elecciones, o sabotear el desarrollo del propio proceso electoral, y con ello conseguir la victoria «legítima» de los candidatos predesignados desde el poder. El altísimo grado de analfabetismo del país (66 por 100 la media nacional) no hacía sino facilitar la manipulación de enormes masas de población, sobre todo en el medio rural. En las grandes ciudades, el poder de influencia de los caciques era menor, y gracias a ello, en la política se fueron haciendo pequeños huecos los inconformistas. En Barcelona crecieron poco a poco los localismos tipo Lliga Regionalista, y en Madrid los republicanos o los socialistas. Este final del siglo XIX es además de gran efervescencia cultural, y a los intelectuales propios de la urbe se unen otros venidos de provincias periféricas, como el asturiano Clarín.

Madrid es una ciudad de enormes contrastes: en 1891 se empezó a construir el Madrid Moderno, colonia de casas situada en las inmediaciones de las Ventas, con una arquitectura de influencias modernistas y columnitas de hierro que rompía con casi todo lo construido hasta entonces en la ciudad. Tres años más tarde se crea la Compañía Madrileña de Urbanización (CMU), que el 16 de julio de dicho año inicia las obras de la Ciudad Lineal, no situada (todavía) en el término municipal de la capital, pero sí en los de varios ayuntamientos lindantes, como el de Canillas. La Ciudad Lineal, según su inventor, el urbanista Arturo Soria, es una calle que puede crecer por ambos extremos de manera indefinida, y la que se instala a las puertas de Madrid va de Chamartín a la carretera de Aragón, siguiendo en parte el trazado del Camino de la Cuerda, que va por la divisoria entre los valles del Abroñigal y el Jarama, por lo que hay excelentes vistas hacia ambas vertientes, y gran ventilación. Esto de la ventilación es fundamental para el proyecto, pues lo que se busca son viviendas salubres e higiénicas que contrasten con las casas viejas que se apiñan en la parte vieja de las ciudades decimonónicas. Arturo Soria, tachado de visionario, pudo ver realizado en gran parte su sueño, y la Ciudad Lineal, con sus chalets que estaban dirigidos a las clases pudientes, pero también a los obreros, queda pronto unida a puntos estratégicos de la capital (como las Ventas o los Cuatro Caminos) por medio de líneas de tranvía. La CMU pasa a ser, además de una empresa inmobiliaria, una empresa tranviaria que se une a las varias que funcionan en la provincia. Los tranvías de Madrid son de vía normal (1 metro y 445 milímetros de ancho como estos de la CMU) o de vía estrecha (1 metro justo). Por el sur, habrá tranvías que alcancen poblaciones como los Carabancheles e incluso Leganés, y por el norte, El Pardo o Colmenar Viejo, aunque esta última línea era más bien una especie de ferrocarril vecinal destinado a traer piedra para las grandes obras de la CMU, aunque también llevaba viajeros.

Del Madrid Moderno se conservan gran parte de las casas, muchas de las cuales tienen nombre propio, mientras que otras han sido reconstruidas, con desigual fortuna. Algo parecido le ha pasado a la Ciudad Lineal, donde se ha dejado crecer edificios que rompen con la estética original, aunque el lugar sigue siendo de los más cotizados de todo Madrid.

Madrid es una ciudad de enormes contrastes: Mientras estos urbanistas de vanguardia construyen sus colonias de casas, se estrena La Verbena de la Paloma, que se supone retrato arquetípico del Madrid «de toda la vida». Uno de los templos de este casticismo, el teatro Variedades, en la calle de la Magdalena, había sufrido un importante incendio en 1888.

En 1891 finalizaron las obras del nuevo edificio del Banco de España, obra de Eduardo Adaro, que por entonces solamente ocupaba una parte de su manzana. A lo largo del siglo XX fue «comiéndose» otros edificios colindantes, y entre 1929 y 1935, una de las ampliaciones dotó al Banco de una importante cámara de seguridad instalada en el subsuelo para custodiar las reservas de oro de la nación. Otro edificio destacable de esa época es la nueva sede del ministerio de Fomento (1897), frente a la estación de Atocha. Este edificio es obra de Ricardo Velázquez Bosco, y en la actualidad alberga otro ministerio, el de Agricultura. Velázquez Bosco es autor también del edificio de la Escuela de Ingenieros de Minas de la calle Ríos Rosas.

En 1898 se produjo una gran conmoción nacional por la pérdida de Cuba, Filipinas y otros archipiélagos menores en la guerra contra una nación de ultramar, los Estados Unidos de América, que desde entonces dejaron de ser una «potencia emergente» para pasar a ser una potencia con todas las de la ley. La guerra de 1898, en la que los políticos tanto españoles como americanos tuvieron que ceder a los deseos belicistas espoleados por la prensa más demagógica de cada bando, fue bautizada enseguida como «desastre», aunque probablemente el verdadero desastre colonial español había ocurrido no entonces, sino tres cuartos de siglo antes, cuando se había emancipado de España el gran bloque de territorios de la América continental. El colonialismo español probablemente no haya sido ni mejor ni peor que el británico, el portugués o el belga, pero en lo que sí ha fracasado casi siempre España no ha sido en las colonizaciones, sino en las descolonizaciones, que de manera chapucera han roto los vínculos colonia-metrópoli lejos de alternativas como la Commonwealth británica que ha mantenido unidos a casi todos los pueblos de habla inglesa.

La derrota militar de 1898 puso en evidencia muchas de las corruptelas del régimen de la Restauración, y puso en funcionamiento corrientes de pensamiento que buscaban la «regeneración» del reino. Poco antes del “desastre” empezó a publicarse la revista Germinal, en la que buscarían esos nuevos aires literatos de todas las tendencias, desde reformistas a marxistas y anarquizantes, como el bohemio Alejandro Sawa, que inspiró el personaje de Max Estrella en la novela Luces de Bohemia de Ramón María del Valle-Inclán, el segundo gran contemplador del Madrid finisecular después de Galdós.

Siglo nuevo, el XX, uno de los llamados a ser trascendentales en la historia del mundo. En el XIX que acaba de morir, la población de Madrid ha pasado de 160.000 a 540.000 habitantes. En 1920 ya tendrá 750.000, y antes de que acabe este siglo XX tendrá que alcanzar cifras de varios millones. El Laboratorio Municipal, institución que existe desde 1877, estrena nueva sede en la calle de Bailén.

Para cuando se produjo en 1902 la mayoría de edad de Alfonso XIII, ya había algunas iniciativas desde dentro del propio régimen para acabar con los fraudes electorales, como era el caso de Francisco Silvela, miembro del partido conservador enfrentado a Romero Robledo, el «gran muñidor electoral», o como Canalejas, presidente de gobierno por los liberales que también intentó modernizar el sistema, pero que fue asesinado en 1912 por un pistolero anarquista. El propio rey se había salvado por los pelos de otro atentado de estos fanáticos, esta vez con bomba, en la calle Mayor, el 31 de mayo de 1906.

Deslumbra por entonces la figura del arquitecto Antonio Palacios y Ramilo, de origen gallego. Entre 1904 y 1918 construye el Palacio de la Dirección de Correos y Comunicaciones de la plaza de Cibeles (actual sede del Ayuntamiento), y en 1919 colabora con la apertura de la primera línea del Metro (Sol-Cuatro Caminos) dotando a las estaciones y a sus accesos de una estética muy característica.

Se retranquean calles para intentar hacerlas más anchas, aunque posteriores alcaldes suspenderán los planes y para la posteridad quedarán casas con la fachada metida varios metros para atrás, formando unas curiosas mini-plazas. En 1912 se funda la Unión Eléctrica Madrileña, por fusión de otras dos empresas, para atender las necesidades energéticas de la ciudad. Estas dos sociedades previas eran la Compañía General Madrileña y la Sociedad de Gasificación Industrial.

En 1916 pasó por Madrid el revolucionario Trotski, al que la policía francesa tenía fichado como “anarquista peligroso” pero que proponía unos métodos de acción política divergentes del anarquismo. Un año después iba a ser uno de los que pusieran en funcionamiento el estado soviético en Rusia, y según uno de los policías que le interrogaron aquí traía unas ideas “demasiado avanzadas para España”. Pasó un corto tiempo en la Cárcel Modelo y fue deportado de nuestro país por el puerto de Cádiz. Cuando en 1917 Lenin, Trotski y otros ponen en marcha la revolución rusa y hacen caer una de las monarquías más poderosas del mundo, la de los Romanov, los ecos de ese estallido se sienten en Madrid en forma de insurrecciones obreras y huelgas cada vez más rotundas.

La fase final de los años 10 es de conflictividad social, admiración por el fenómeno soviético y nuevos brotes del anarquismo. Los intentos de cambio por medios civilizados fueron fracasando uno tras otro, y nuevos escándalos o derrotas militares (el nuevo campo de batalla para España era el protectorado de Marruecos) descompusieron definitivamente todo el andamiaje constitucional de 1876, que se derrumbó estrepitosamente en 1923.

Edificio representativo de estos últimos años del régimen de la Restauración en su estado puro es el Teatro Calderón, obra de Eduardo Sánchez Esnarriaga, abierto en 1917.

En 1923 Ortega y Gasset saca el primer número de la Revista de Occidente. Para que viva Madrid, hacen falta al día 228 toneladas de pan, 142.000 litros de leche y 488.000 huevos.

La población de Madrid se reparte unos años más tarde (1928) de esta manera entre los diferentes distritos:

Centro: 48.246 habitantes.
Hospicio: 55.287 habitantes.
Chamberí: 100.635 habitantes.
Buenavista: 108.310 habitantes.
Congreso: 80.392 habitantes.
Hospital: 82.706 habitantes.
Inclusa: 78.131 habitantes.
Latina: 85.046 habitantes.
Palacio: 70.703 habitantes.
Universidad: 99.889 habitantes.

Y sigue creciendo. El coronel Marcelo Usera se casó con la hija de un terrateniente del sur del municipio, con posesiones entre las carreteras de Toledo y Andalucía, no lejos de la linde con el ayuntamiento de Villaverde. De ahí surge el actual barrio de Usera, cuyas calles fueron bautizadas a menudo con nombres de empleados o familiares del coronel.

En 1923 otro militar, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de Estado, y finiquitó el régimen de la Restauración. Alfonso XIII siguió siendo rey hasta 1930, pero ya con un ordenamiento político y legal muy diferente al heredado del siglo XIX.

Juan Pedro Esteve García
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