Madrid, una Historia de bigotes (XIX): Bajo las bombas

Todavía a día de hoy se suele criticar a los cineastas con el argumento de que hacen demasiadas películas sobre la Guerra Civil Española. ¿Qué otro acontecimiento de nuestra historia puede ser más trasladable al Séptimo Arte?. Un país que llevaba más de un siglo desempeñando un papel muy periférico y muy secundario en Europa, de un día para otro pasó a ser, allá por 1936, el foco de la atención mundial, como lo fue Vietnam en 1970 o lo fue Irak en 1991 y 2003, o Siria en 2015. Nadie con dos dedos de frente en los Estados Unidos critica a sus directores de cine por hacer tantas películas sobre su guerra civil de 1861, pues ahí están muchos de los cimientos de la América de hoy, tanto con sus virtudes como con sus defectos. En Madrid todo el mundo sabe perfectamente que, entre 1936 y 1939, “hubo una guerra”, pero muchos de los detalles de aquel asedio darían, incluso hoy, materia para seguir sacando de ellos películas, novelas y cualesquiera otras manifestaciones artísticas.

Antecedentes: El Frente Popular.

Cartel editado por la Junta de Defensa de Madrid para enfatizar la unión de las primitivas milicias de los inicios de la guerra en el nuevo Ejército Popular. Sin embargo, la República estuvo siempre lastrada por el espíritu de vendettas y recelos entre sus diferentes partidos y organizaciones.
Cartel editado por la Junta de Defensa de Madrid para enfatizar la unión de las primitivas milicias de los inicios de la guerra en el nuevo Ejército Popular. Sin embargo, la República estuvo siempre lastrada por el espíritu de vendettas y recelos entre sus diferentes partidos y organizaciones.

En varios países de la Europa de los años 30 se llamó a la colaboración de los distintos partidos de la izquierda para solventar las rencillas surgidas de la escisión de la IIIª Internacional, y crear bloques que en los procesos electorales pudieran vencer a los partidos de derechas, entre los que el fascismo iba siendo una opción cada vez más apoyada. En España, el Frente Popular ganó las elecciones del 16 de febrero de 1936, y pudo gobernar con cierta tranquilidad durante unos meses. Fue elegido Manuel Azaña, jefe de gobierno del primer bienio, como nuevo jefe del Estado Español.

España en guerra.

El 18 de julio de 1936 se produjo en España un golpe de estado, cosa que en principio no extrañó a nadie, pues desde el siglo anterior llevábamos unos cuantos. Contra la propia Segunda República ya había habido tentativas fracasadas, como la de Sanjurjo, y de hecho, desde la victoria del Frente Popular en las elecciones de principios de aquel año, todo el mundo daba por hecho que los sectores más extremos de las fuerzas conservadoras iban a tratar de frenar como fuera el que viniera otro período izquierdista como había sido el bienio 1931-33. Sin embargo, el cuartelazo de 1936 ya no iba a ser lo mismo que el de Primo en 1923, u otros tantos de las décadas anteriores, y la guerra de 1936 no iba a ser un mero calco de las de carlistas contra liberales, pues con el tradicional conflicto histórico de las dos Españas se iban a solapar las siguientes problemáticas:

-Rivalidad entre el Tercer Reich Alemán, por un lado, y la Unión Soviética, por otro, por ser la potencia hegemónica en Europa tanto a nivel militar como de liderazgo ideológico y cultural.

-Rivalidad dentro de la propia Unión Soviética entre los partidarios de Iosif Stalin por un lado, y muchos de los propios fundadores de la Unión veinte años antes, por otro. Stalin se impuso como líder indiscutible del comunismo, pero a costa de pasar por las armas, o enviar al destierro, a muchos comunistas de la primera ola. A España también se iban a trasladar estas purgas y disputas.

-Exterminación sin piedad del movimiento anarquista, que iba a ser perseguido en esta guerra española tanto desde un bando como desde otro.

-Rivalidad dentro de la derecha española, entre los partidarios del mantenimiento de las oligarquías tradicionales de reyes, curas y latifundistas y los partidarios de mimetizarse con las nuevas dictaduras de tipo fascista surgidas en Italia en 1922 y en Alemania en 1933.

La Guerra Civil Española fue el ensayo general para la Segunda Guerra Mundial, y a su vez, en algunos episodios de la Segunda Guerra Mundial hubo combatiendo fuerzas armadas de las dos Españas.

El plan original de los generales que dieron el golpe del 18 de julio, liderados por Emilio Mola, fue el de sublevaciones simultáneas de varias guarniciones en ciudades a lo largo y ancho de todo el país. Una vez fracasada la sublevación de Madrid, que estaba acaudillada por el general Fanjul en el Cuartel de la Montaña (situado en el actual emplazamiento del Templo de Debod) y que fue rápidamente sofocada por los republicanos, el plan de los golpistas pasó a ser el de que varios ejércitos procedentes de las provincias periféricas avanzaran sobre Madrid para poder tomar las sedes del poder político, destituir al gobierno del Frente Popular y constituirse en nuevo gobierno en cuestión de algunas semanas. Todavía no estaba muy claro si lo que se quería implantar era una continuidad de la República, pero con directrices de derechas, una restauración de la monarquía, o un régimen totalmente nuevo a imitación del de Hitler. El avance sobre Madrid desde el norte, de hecho, estaba compuesto por carlistas de Navarra, que de haber logrado su objetivo de alcanzar la capital vía Soria y la Sierra Norte, habrían tenido problemas para formar gobierno ante su notoria rivalidad con las otras fuerzas implicadas en el golpe, caso de los partidarios de la vuelta de la otra rama borbónica, la de Alfonso XIII, o caso de los falangistas, que no querían monarquías bajo ningún concepto, fueran de la dinastía que fueran. Lo cierto es que esos carlistas no consiguieron adentrarse más que algunos kilómetros en la zona de la Cordillera Central, aunque el temor a que pudieran prosperar avances desde ese lado llevó al gobierno de la República a fortificar, por si acaso, algunos puntos al norte de Hortaleza, donde en nuestros días se construye el futuro parque de Valdebebas.

Avance desde el suroeste.

Las tropas que consiguieron poner sitio a Madrid no vinieron por el norte o nordeste, sino que fueron las que se sublevaron contra la República en Andalucía y Extremadura. Adolf Hitler envió a los golpistas españoles varios aviones de transporte de tropas Junkers-52, trimotores, con los que se estableció un eficaz “puente aéreo” sobre el estrecho de Gibraltar para pasar miles de soldados, en pocos días, desde Marruecos a la Península Ibérica. Tras el particular reparto que hicieron de África las naciones europeas entre los siglos XIX y XX, Marruecos estaba dividido entre una zona de colonización española y otra francesa, y de la zona española salieron multitud de tropas con las que surtir el ejército golpista. A las pocas semanas del golpe del 18 de julio, los sublevados ya dominaban la Andalucía Occidental y buena parte de Extremadura, gracias al puente aéreo del Estrecho, a las acciones de guerra psicológica llevadas a cabo por la radio desde Sevilla por el general Queipo de Llano, y al apoyo conseguido por el ex-rey Alfonso XIII en su exilio italiano para que Mussolini hiciera lo mismo que Hitler y empezara a enviar aviones y personal.

La dictadura portuguesa de Oliveira Salazar, deseosa de vengarse de la República Española por el apoyo que había prestado Azaña a una fracasada tentativa de derrocarle, abrió enseguida el paso por su sistema de carreteras y ferrocarriles a las cadenas logísticas de suministro de los golpistas, con lo que se pudo ir asegurando su triunfo en toda la franja de España fronteriza con el país luso, desde Galicia hasta Huelva.

El avance desde Andalucía a Extremadura, de Extremadura a Toledo y de Toledo a la periferia de Madrid se hizo en poco más de tres meses. Aun así, analistas militares hay que afirman que podía haberse conseguido en todavía menos tiempo si se hubiese focalizado todo el ataque hacia Madrid en lugar de tomar la ciudad de Toledo, pero Francisco Franco -que el 1 de octubre se había autoproclamado como Generalísimo eclipsando el liderazgo de otros compañeros de armas- sabía que rescatando a los derechistas que se habían refugiado en el Alcázar de dicha ciudad obtendría un golpe de efecto propagandístico de enorme valor ante la prensa extranjera, y de enorme valor para consolidar su puesto de jefe de la rebelión, ante tentativas de otros jefes de las derechas que quisieran volver al modelo inicial de una junta militar o implantar modelos de jefatura de estado con menos predominio de los militares sobre los políticos.

En noviembre de 1936 el ejército golpista ya había ocupado algunas poblaciones del sur de Madrid, como Leganés, los Carabancheles, y especialmente Getafe, sede de una importante Base Aérea desde la que poder bombardear la capital ahorrando a los aviones desplazamientos más largos desde otros aeródromos. Ante la que parecía inminente pérdida de la ciudad, el gobierno español decidió trasladarse a Valencia, pues la mayor parte del Levante y de la Mancha eran zonas seguras, y de hecho permanecieron fieles a la Republica hasta el final de la guerra en el año 1939.

La Junta de Defensa.

La partida del gobierno se materializó el 7 de noviembre de 1936, y se encargó la resistencia de Madrid al general asturiano José Miaja y a una Junta de Defensa en la que destacó otro general, Vicente Rojo. Puede decirse que es entonces cuando la guerra pasa ya al término municipal de Madrid, pues por entonces Carabanchel Alto y Carabanchel Bajo eran todavía ayuntamientos independientes. Los acontecimientos de esos días convirtieron definitivamente las secuelas de un golpe militar en una guerra consolidada con visos de hacerse larga. El 8 de noviembre el ejército de Franco se adentra en la Casa de Campo con vistas a tomar el cauce del Manzanares, y al día siguiente se salta un nuevo peldaño en la internacionalización del conflicto español: llegan a Madrid las primeras tropas de las Brigadas Internacionales, reclutadas en multitud de países por gobiernos afines al Frente Popular o simplemente simpatizantes con la causa de la República. Para entonces la Unión Soviética ya estaba enviando también a España armamento y personal.

El 15 de noviembre de 1936 las primeras tropas franquistas consiguieron cruzar el río Manzanares e internarse en la Ciudad Universitaria. Los flamantes edificios académicos, algunos de ellos recién terminados de construir, iban a convertirse desde entonces en una jungla de hormigón. El complejo de edificios en el que tanto empeño habían puesto los gobiernos de Miguel Primo de Rivera y de la República para que fuera el criadero de nuevos españoles cultos y regenerados, inició su camino hacia la demolición por medios aéreos, terrestres e incluso subterráneos, pues a la guerra de trincheras siguió la de minas, en la que cada bando trataba de excavar lo que podía bajo las líneas del otro para socavar sus fortificaciones. Los primeros vados y pasarelas provisionales de los franquistas dieron paso a estructuras más estables, como el llamado “Puente del Generalísimo”, por el que se pudieron ir introduciendo más y más armas y soldados en la Ciudad Universitaria, que quedó para el resto de la guerra como el gran bastión de Franco en Madrid, junto con algunas zonas del Parque del Oeste. El 17 de noviembre algunas tropas consiguieron llegar hasta la Plaza de España, pero fueron expulsadas de allí enseguida y hasta 1939 los frentes terrestres de Madrid-capital quedaron bastante estabilizados. Aun así, se tendió una linea de fortificaciones republicanas desde el hospital de la Cruz Roja, -junto a Cuatro Caminos-, hasta la zona de la Plaza de España, por si se producían nuevas tentativas. Estas fortificaciones podían ser desde muros que cortaban el hipotético paso de vehículos por las calles (como ocurrió en Argüelles) a adaptaciones de estructuras existentes, como la Acequia de Riegos del Sur, o “canalillo”, que serpenteaba por la zona de la calle Guzmán el Bueno y que funcionaba como una gran trinchera.

Los bombardeos aéreos.

Una vez se vio que el avance sobre la ciudad por el oeste había quedado cortado en la zona de la Ciudad Universitaria y Parque del Oeste, los esfuerzos destinados a minar la moral de la Junta de Defensa y de la población civil se hicieron por la vía de los bombardeos indiscriminados sobre la ciudad. Hasta entonces, las guerras en Europa habían sido básicamente un asunto de militares contra militares, y las víctimas civiles eran casi siempre colaterales. La guerra de España introdujo las crueles vendettas contra la población civil que por desgracia se harían comunes en el resto del continente durante la década de 1940, abriendo el camino a salvajadas como la destrucción de Coventry por los nazis o la de Dresden por los británicos.

Muchos niños fueron evacuados a la España rural para evitarles sufrimientos. Algunos nunca volverían a reencontrarse con sus familias, o lo harían pasados muchos años o en países extraños. La Cibeles y otros monumentos fueron protegidos por unas curiosas estructuras de arena para defenderlas de las bombas. En el Museo del Prado, el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio y varios conservadores, empezaron a gestionar, a veces con riesgo físico para sus propias personas, la evacuación de las obras de arte a museos extranjeros. Gracias a estos héroes de la cultura, hoy en día podemos seguir admirando los mismos cuadros que había en el inventario de la pinacoteca antes de 1936.

Se improvisaron multitud de refugios antiaéreos para cobijar en lo posible a los madrileños, y con el mismo fin se habilitaron varias estaciones del Metro, aunque la escasa profundidad a la que discurrían algunas de las líneas de este ferrocarril subterráneo hacía que a veces alguna bomba consiguiera perforar el suelo y dejar los túneles a la vista, como llegó a ocurrir en la Puerta del Sol. Para entonces Madrid ya se había convertido en un nido internacional de espías, unos movidos por ideales políticos, otros meros oportunistas deseosos de vender información confidencial al mejor postor. Los pilotos de Franco, de Hitler o de Mussolini tenían instrucciones de no bombardear el barrio de Salamanca, en primer lugar para asegurar cierta paz a las sedes diplomáticas ubicadas en esa zona, pero también para tener tranquilas a ciertas oligarquías con las que habría que pactar cuando acabara el conflicto. Mientras tanto, personajes todavía más miserables que el propio Hitler se dedicaban a almacenar mercancías y bienes de consumo en oscuros sótanos, pues sabían que una vez acabara la guerra, su valor se habría multiplicado varias veces.

Los frentes se estancan en Madrid-ciudad. Cambios de posiciones en los municipios de los alrededores.

La intensidad de los combates en la Ciudad Universitaria en los últimos meses de 1936 fue de una crueldad inusitada. El Hospital Clínico, concebido para ser un lugar de sanación y de silencio, fue escenario de combates cuerpo a cuerpo, y de escaramuzas donde la frontera entre las dos Españas no era una línea trazada por el suelo, sino que tenía trazados en tres dimensiones a lo largo de las distintas plantas del edificio. Por los huecos de los ascensores no circulaban ascensores, sino granadas. El 19 de noviembre moría en la Universitaria el líder anarquista Buenaventura Durruti, en un episodio a día de hoy todavía no aclarado. ¿Le disparó por error uno de sus propios hombres? ¿Le disparó un soldado de Franco? ¿Le disparó un agente de los servicios secretos de Stalin, para quitar rivales al Partido Comunista en el control de la República?. Cualquiera de las tres hipótesis podía ser válida en un batiburrillo en el que aparte de los ejércitos propiamente dichos combatían multitud de milicias y de fuerzas irregulares armadas por los distintos partidos y sindicatos de la época.

Todas las destrucciones y sufrimientos de la Universitaria fueron de escasa utilidad militar tanto para la República como para Franco, y en diciembre de 1936 se había llegado a una situación similar a la de algunos frentes de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, en la que era imposible para cualquiera de los contendientes avanzar más de algunas decenas de metros. Tanto para unos como para otros, la batalla de la Universitaria fue una victoria puramente propagandística. Franco podía presumir ante sus aliados internacionales de tener un ejército que había conseguido conquistar parte de la ciudad de Madrid, y la República podía presumir ante sus aliados internacionales de tener un ejército que había conseguido conservar el grueso de la ciudad de Madrid. Sin embargo, la densidad de munición que se llegó a disparar fue tal que hasta hace muy pocos años, cuando el Consorcio Urbanístico de la Ciudad Universitaria hacía obras para cavar un sótano o adecentar una zona de arbolado, a menudo tenía que llamar a los artificieros del Ejército o de la Policía para notificar el hallazgo de un proyectil o bomba sin explotar.

A principios de 1937 la estrategia de los franquistas pasó por trasladar la guerra desde el casco urbano a los municipios de la periferia. De la guerra de trincheras y de edificios se pasó a la guerra de carreteras y de vías férreas. Ya que no se había podido tomar la ciudad de manera directa, se trataría de provocar su rendición cortando los suministros que le llegaban desde otros puntos de la España republicana. La opción de cortar a Madrid el suministro de agua era imposible, pues la República se había encargado de fortificar muchos recovecos del Valle del Lozoya para proteger los embalses y canales que bajaban desde ellos a Madrid. Las opciones que se aprobaron consistieron en tomar puntos de las carreteras de Madrid a Valencia y de Madrid a Zaragoza para romper la continuidad de dichas vías de comunicación en manos de los “rojos”, como se llamaba genéricamente a todos los componentes del bando con capital en Valencia.

La guerra iba a ser larga, muy larga. Mientras tanto, la República persistía en uno de los errores más graves que le fueron restando credibilidad, cual fue el de presentar su lucha como una continuación de la guerra española contra Napoleón I entre 1808 y 1814, cuando los valores europeístas de los profesores de la Institución Libre de Enseñanza en los que se habían forjado gran parte de los líderes que habían traído la República de 1931 estaban más próximos a los de la efímera monarquía afrancesada de José I que a la de Carlos IV o Fernando VII.

Guerra incivil entre republicanos

La etapa final de la Guerra Civil Española estuvo marcada por importantes desavenencias dentro de los partidos y organizaciones que participaron en el gobierno de la República. En Madrid, estas disputas acabaron derivando directamente a un enfrentamiento armado puro y duro, que puso a Franco en bandeja de plata su victoria final.

La guerra era, como habíamos comentado, un gran laboratorio para los grandes totalitarismos europeos. La URSS, por entonces, estaba atravesando un periodo de conflicto interno, pues Lev Trotski, uno de los pioneros de la revolución de 1917, se había enfrentado con Stalin, el todopoderoso “zar rojo”, al que -con más razón que un santo- acusaba de haber traicionado los ideales de aquella revolución para convertir al estado soviético en un imperialismo más. Trotski acabó exiliado en México (lo que no le salvó de acabar asesinado por un sicario de Stalin) y otros críticos con Stalin ni siquiera tuvieron la posibilidad de escapar de Rusia, pues fueron sometidos a juicios-farsa y ejecutados por “traidores”.

Con estas purgas, Stalin quedaba como amo absoluto de la Unión Soviética, y para completar la tarea de acabar con los disidentes, extendió las persecuciones a los demás países a través del servicio secreto NKVD (precursor del KGB). En España, las persecuciones comunistas se dirigieron contra un partido llamado POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) al que acusaban de simpatizar con Trotski, y contra el que lanzaron una enorme campaña mediática de desprestigio (les llamaban nada menos que colaboracionistas de Franco). El líder del POUM, Andreu Nin, fue secuestrado, torturado en Alcalá de Henares y asesinado el 23 de junio de 1937 en algún lugar a las afueras de esa ciudad. El paradero exacto de sus restos sigue siendo un misterio.

El bulo de que Nin había salido de España gracias a la ayuda de agentes nazis solo se lo creyeron los comunistas más recalcitrantes, y el crimen abrió una brecha, ya imposible de cerrar, entre el PCE y el resto de las organizaciones implicadas en la guerra. El enfrentamiento final se produjo casi dos años más tarde, en marzo de 1939, cuando la guerra estaba ya acabada y la República solamente controlaba las provincias de Cuenca, Albacete, Murcia, Almería, Alicante, Ciudad Real y algunas porciones de las de Madrid, Badajoz, Córdoba, Granada y Valencia. Parte de los líderes republicanos eran partidarios de parar la guerra para evitar más sufrimientos al país (caso de Azaña). Otros eran partidarios de continuar una resistencia numantina en las provincias del sureste, para empalmar con una Segunda Guerra Mundial que todos sabían inminente, lo que haría intervenir contra Franco a más países que la URSS. Este dilema se solapó con la división entre comunistas y no-comunistas, dando lugar a un golpe de estado el 5 de marzo.

El jefe de estos golpistas era el coronel Segismundo Casado, partidario de acabar con las injerencias soviéticas en la política española, personalizadas en Juan Negrín, último presidente de gobierno de la República. Negrín era un eminente médico, -maestro de Severo Ochoa-, y teóricamente pertenecía al PSOE, aunque en la práctica se le consideraba teledirigido por el PCE y el PCUS. El plan de Casado quería evitar como fuera la prolongación de la guerra, aunque ello tuviera que implicar una negociación con Franco.

Entre el 5 y el 13 de marzo de 1939 Madrid vivió, por tanto, una guerra con tres bandos: Los procomunistas de Negrín, los anticomunistas del Consejo Nacional de Defensa del coronel Casado y los franquistas que estaban esperando el desenlace de estos sucesos para ocupar de una vez la ciudad. Hubo combates en el paseo de Recoletos y en el de la Castellana, en la carretera de Aragón y en los bulevares. El CND pudo crear un bastión en el centro de Madrid y fue apoyado por la Fuerza Aérea y los anarquistas (deseosos de vengar las persecuciones a las que les había sometido el PCE en Barcelona). Se acabaron imponiendo los partidarios de Casado y los comunistas se rindieron. El 18 de marzo de 1939, lo que quedaba de la Segunda República española ordenó la supresión de las estrellas rojas de los uniformes de sus ejércitos.

Esta guerra madrileña fue muy corta, pero trajo unos 2000 muertos más que sumar a los del total de la guerra civil, y trajo rencores y divisiones a las izquierdas españolas, que no se terminaron de finiquitar hasta la época de la Transición democrática. Negrín fue expulsado del PSOE en 1946 por su actitud servil a la URSS, y no fue rehabilitado póstumamente nada menos que hasta 2008. Tanto Casado como Negrín creyeron que hacían lo mejor para España, y a ninguno de ellos corresponde la verdad absoluta ni la razón absoluta. Si se hubieran impuesto las tesis de Negrín, España habría tenido que sufrir otros seis años de guerra más, aunque el beneficio habría venido a largo plazo, pues el franquismo habría sido derrocado en 1945 (como sus protectores italianos y alemanes) y no habría perdurado hasta 1975. Casado también fue considerado por muchos como un “traidor”, pero había muchos que estaban con él y que preferían entregar España a otro ejército español (aunque fuera de derechas) que a un ejército extranjero.

Ya hemos “pasao”

En los últimos días de marzo de 1939 las tropas de Franco entraron en Madrid. Casi antes que los soldados, llegó el corresponsal de guerra Bobby Deglané, que por entonces era fotógrafo y autor de artículos, pero que estaba destinado a ser uno de los locutores de radio de más predicamento en la España franquista.

La guerra había terminado sobre el papel, por lo menos en las ciudades y en los valles. En las montañas, las guerrillas o maquis del PCE y de los anarquistas continuaron la lucha durante diez años más. Los montes que separan Ávila de Toledo, y las zonas próximas de la provincia de Madrid como San Martín de Valdeiglesias, fueron escenario de esta guerra de guerrillas, en la que se curtieron personajes de lo más variopinto, desde militantes políticos ultradisciplinados y ultraorganizados, a quijotes que hacían la guerra por su cuenta, como Adolfo Lucas Reguilón García, alias “Severo Eubel de la Paz”, -que llegó a hacer incursiones por la sierra de Guadarrama-. En tiempos recientes, el investigador británico David Baird ha sacado a la luz las conexiones de algunos maquis con la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de los Estados Unidos, precursora de la CIA. Esto parece absurdo visto con los ojos de hoy, pero no lo es tanto en la medida de que durante la presidencia de Roosevelt, el gobierno norteamericano no veía con muy buenos ojos a Franco. Luego ya fue cuando América se volvió a derechizar, y no solo apoyó a Franco, sino que la CIA optó directamente por colaborar con ex-nazis y personajes similares.

Mientras tanto, llegaban las primeras revanchas. La cantante y actriz Celia Gámez copaba las emisoras de radio de 1939 con esta canción, réplica al “No Pasarán” de la Pasionaria.

YA HEMOS “PASAO”

I

Era en aquel Madrid de hace dos años,
donde mandaban Prieto y don Lenín;
era en aquel Madrid de la cochambre,
de Largo Caballero y don Negrín.
Era en aquel Madrid de milicianos,
de hoces y martillos y soviet,
era en aquel Madrid de puño en alto,
donde gritaban todos a la vez:

No pasarán,
decían los marxistas.
No pasarán,
gritaban por las calles.
No pasarán,
se oía a todas horas,
por plazas y plazuelas,
con voces miserables.
No pasarán,
la burla fue, y el reto,
No pasarán,
pasquín de las paredes,
No pasarán,
gritaban por el “micro”,
chillaban en la Prensa,
y en todos los papeles.
No pasarán.

II

Este Madrid es hoy de yugo y flechas,
es sonriente, alegre y juvenil.
Este Madrid es hoy brazos en alto,
que signos de la paz llevan cual nuevo abril.
Este Madrid es hoy de la Falange,
siempre garboso y lleno de su fe.
A este Madrid, que cree en la Paloma,
hoy que ya es libre, así le cantaré:

Ya hemos “pasao”,
decíamos los facciosos.
Ya hemos “pasao”,
gritamos los rebeldes,
Ya hemos “pasao”,
y estamos en el Prado,
mirando frente a frente
a la “señá” Cibeles.
Ya hemos “pasao”,
y estamos en la Cava,
Ya hemos “pasao”,
con alma y corazón,
Ya hemos “pasao”,
y estamos esperando
“pa” ver caer la bola
de la Gobernación.

Como a Bobby Deglané, estas adhesiones inquebrantables le supusieron a doña Celia el asegurarse un destacado papel en el “establishment” mediático de las siguientes décadas.

Juan Pedro Esteve García
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