Madrid, una Historia de bigotes (XIII): Cuando desertamos de Europa

Carlos IV vino a suponer para la dinastía de los Borbones lo que Felipe III a la de los Austrias: una bajada de nivel en casi todos los ámbitos. Su reinado se desarrolló bajo el temor de que pudiera contagiarse a España la revolución que estalló en Francia al poco de llegar Carlos IV al trono, y se daba la paradoja de que precisamente, los avances sociales conseguidos gracias a la Corona durante el reinado de Carlos III fueran vistos como una amenaza por el equipo de ministros de su hijo.

 José I, primer y único rey español de la dinastía Bonaparte. Se le criticó a muerte, pero sus reformas fueron herederas directas de las de Carlos III y precursoras de otras que tuvieron que hacer ya los liberales españoles, también a costa de mucha sangre. Retrato pintado por Josée Flaugier en 1809.
José I, primer y único rey español de la dinastía Bonaparte. Se le criticó a muerte, pero sus reformas fueron herederas directas de las de Carlos III y precursoras de otras que tuvieron que hacer ya los liberales españoles, también a costa de mucha sangre. Retrato pintado por Josée Flaugier en 1809.

El mayor acceso a la cultura que se había conseguido para las clases populares hacía posible que muchos segmentos de población que unas décadas atrás eran analfabetos, ahora pudieran leer la Gaceta de Madrid y enterarse con pelos y señales de cómo los franceses estaban derrocando a la monarquía de la que descendían los titulares de la española. Este miedo al contagio revolucionario marcó, como decimos, la estancia en Palacio de Carlos IV, y puso fin a una época de luces que discurrió entre 1715 (final de la guerra de Sucesión) y 1788 (muerte de Carlos III). Hubo iniciativas de este siglo XVIII hispano que continúan siendo modernas incluso vistas a día de hoy: por ejemplo, bajo el reinado de Carlos III se había dado el primer título de doctor a una mujer, Isidra de Guzmán y Lacerda, en la universidad de Alcalá de Henares, y se había fomentado la integración de este sexo en el mundo del trabajo, admitiendo féminas en Reales Fábricas como la de tapices o la de tabacos. Una Real Cédula de 14 de agosto de 1768 establecía «casas de enseñanza» para niñas, y otra del 11 de mayo de 1783 ordenaba la instalación de escuelas gratuitas en Madrid con maestras «honestas e instruidas». Para que se volvieran a dar en España semejantes garantías legales a la igualdad de sexos, hubo que esperar a algunos periodos del siglo XX.

Parte de la actividad cultural siguió en marcha, como fue el caso del Observatorio Astronómico del Retiro, edificado en esos años, o de la obra de literatos como Moratín, pero se estableció un férreo cordón sanitario para que no se filtraran ideas republicanas a España, y como suele ocurrir en estos casos, aparte del republicanismo se purgaron otras cosas. En 1795 fue arrestado el marino Alessandro Malaspina, que había navegado por casi todas las posesiones del imperio español para estudiarlas no solamente en lo político sino en lo científico, trayendo a España un legado de documentación impresionante sobre botánica, zoología y antropología. Un Estado capaz de esta felonía mereció sin duda las salvajadas que vinieron en las cuatro décadas siguientes. Con respecto a la labor científica de la expedición de Malaspina, quedó sumida en el silencio, recordada tan solo en algunos ambientes intelectuales, y no su memoria no fue rehabilitada plenamente… hasta la década de 1990.

En 1792 una devota católica llamada Isabel Tintero construyó el primer edificio de la iglesia de la Virgen de la Paloma, que desde entonces ha sido una de las imágenes religiosas más veneradas en Madrid. El edificio actual de ese templo es ya mucho más reciente, de 1912.

En 1798 fue creado el cuerpo de los serenos, vigilantes nocturnos de las calles, que permanecería en activo hasta el siglo XX.

Mientras tanto, la Francia revolucionaria evolucionaba desde una república a una dictadura militar, y finalmente hacia un Imperio Francés liderado por el general Napoleón Bonaparte. En pocos años, España pasó de Trafalgar (aliada de Francia contra Inglaterra) a Bailén (aliada de Inglaterra contra el nuevo emperador francés).

El ejército napoleónico tomó posiciones en España como paso previo a una expedición francesa de castigo contra Portugal, tradicional aliado de los ingleses, pero pronto fueron hechos prisioneros los dos reyes de España que se habían sucedido en muy poco tiempo, pues Fernando VII había conseguido finalmente desbancar a su padre del trono. Fernando era en origen pronapoleónico, para desbancar a Carlos, pero luego supo cambiar hábilmente de chaqueta y presentarse como más-españolista-que nadie. Traicionó la obra de los Bonaparte como luego traicionaría a tantos de su propio país.

En la primavera de 1808 la guerra en la Península Ibérica fue tan inevitable como en la mayor parte de naciones fronterizas con Francia.

Como sucedió con la guerra de Sucesión de 1700-1715, y en otras posteriores, en la contienda de 1808-1814 se solaparon una guerra internacional (entre Inglaterra y Francia por la supremacía de Europa) y una guerra interior (entre la España arcaica y la España aperturista). La propaganda posterior a la guerra presentó el conflicto como una «Guerra de Independencia» en la que todos los españoles al unísono, militares y civiles, nobles y labradores, combatieron para expulsar del suelo patrio a un invasor extranjero, pero lo cierto es que gran parte de la clase política y militar española era partidaria de que entrara en España Napoleón I para que regenerase el país frente a los lastres que había supuesto el reinado de Carlos IV. En el fondo se buscaba una regeneración muy similar a la de un siglo antes: si los Habsburgo de 1700 eran incapaces de sacar adelante el reino, llamemos a un Borbón. Si los Borbones de 1808 eran incapaces de sacar adelante el reino y de ponerlo a la altura de sus vecinos, llamemos a un Bonaparte. Gran fama alcanzaron los sucesos del 2 de mayo de 1808, en los que tres militares (Daoiz, Velarde y Ruiz) sublevaron contra Napoleón el Parque de Monteleón, un arsenal de artillería situado en lo que entonces eran las afueras de Madrid por el norte, y facilitaron que la población civil se uniera al levantamiento.

Este alzamiento, que produjo combates sangrientos, en los que con frecuencia se llegó al cuerpo a cuerpo, fue iniciado por agentes secretos y provocadores, los mismos que poco tiempo antes habían forzado en Aranjuez la abdicación de Carlos en favor de Fernando. A favor del golpe se posicionaron las clases sociales bajas, el clero, parte de la nobleza y la tropa, pero la intelectualidad y los oficiales eran más escépticos: el sentimiento patriótico impulsaba a apoyar la causa de una dinastía española frente a una dinastía francesa (que ni siquiera era de origen aristocrático-hereditario, sino que había llegado al poder por méritos propios), pero todo el que tuviera dos dedos de frente sabía que apoyar a la dinastía española, en ese momento histórico concreto, era contribuir a perpetuar los errores de Carlos IV, mientras que los Bonaparte, pese a su nula vinculación sentimental con España, podían ser la opción más beneficiosa para el progreso de los españoles.

La represión efectuada por los franceses contra los sublevados de Madrid fue durísima, y no hizo sino complicar las cosas. El 3 de mayo fueron fusilados muchos de ellos en los extrarradios de la capital, como ha inmortalizado el pincel del pintor aragonés Francisco de Goya, que desarrolló su obra artística entre el reinado de Carlos IV y el del nuevo rey traido por los franceses, José I, hermano del Emperador, que entró en Madrid el 20 de julio de 1808. Esta política de Napoleón de colocar a familiares suyos como gobernantes de los países que iba poniendo bajo su bota no era infrecuente.

José I tuvo que salir de Madrid al poco tiempo, dado que el ejército español había tenido tiempo de reorganizarse y de infligir una gran derrota a los franceses en la población de Bailén, llave estratégica para el control de Andalucía. El 4 de diciembre de 1808 entró en Madrid el ejército del propio Napoleón para restablecer en el trono a José, tras sufrir la ciudad un intenso bombardeo con cañones desde varios puntos cardinales, pero especialmente desde el norte, desde lo que en la actualidad son las calles de Santa Engracia o de Bravo Murillo. José I fue un rey que duró muy poco en el trono español, pero que en ese tiempo tuvo ocasión de satisfacer algunas de las reivindicaciones de los sectores más progresistas de la sociedad. En 1809 fue abolida la Inquisición, y se trazó un importante plan de reforma urbanística de Madrid en el que destacaba la apertura de nuevas plazas sobre los solares de conventos que serían demolidos, pues también se inició la desamortización de bienes eclesiásticos que luego proseguirían los posteriores gobiernos. También comenzaron las obras de reforma del entorno del Palacio Real, para que no fuese tan brusco el paso del moderno edificio a la piña de casitas bajas del casco viejo. De no haber sido por los avatares de la guerra, estaba prevista incluso la construcción del Viaducto sobre la calle de Segovia, para unir la zona del Palacio con San Francisco el Grande, obra que tuvo que esperar más de medio siglo para hacerse realidad.

En 1809 se redactó un proyecto para crear una especie de provincia de Madrid, el llamado «Departamento del Manzanares», que en 1810 fue reemplazado por el de la «Prefectura de Madrid». El nuevo mapa administrativo de España previsto por los Bonaparte quedó enseguida en agua de borrajas debido a que había que atender necesidades mucho más urgentes a causa del conflicto.

Aquella guerra hizo que pasara a la lengua de Shakespeare una palabra española: guerrilla, pues junto al ejército regular español, y al ejército inglés de Lord Wellington combatían a los franceses de Bonaparte multitud de grupos de irregulares. El 12 de agosto de 1812 las tropas de Wellington llegaron a Madrid, e hicieron en la ciudad tanto destrozo o más que las de Napoleón, siendo de destacar la destrucción de la fábrica de porcelanas del Retiro, que desapareció con el pretexto de que en ella se habían guarecido 2000 franceses, pero de la que se sospecha que se la hizo desaparecer a propósito para que no hiciera competencia a las factorías de igual tipo controladas por Inglaterra.

Los años 1812 y 1813 se caracterizaron por sucesivas tomas de Madrid por los distintos ejércitos combatientes, y el 13 de mayo de 1814 llegó el rey Fernando VII, libre ya de su cautiverio por los franceses. Fernando VII fue recibido como un libertador, y la nueva Puerta de Toledo, que se había comenzado a construir como un monumento a José I, acabó siendo conmemorativa del nuevo Borbón. Los temores de los que habían apoyado a Bonaparte seis años antes no eran en vano: se trataba de un involucionista todavía más peligroso que su padre Carlos IV. Fernando VII no solamente purgó y mandó al exilio a los españoles que habían trabajado para José I, sino a la parte más liberal de los españoles que habían luchado por devolverle el trono. Estos liberales habían ensayado durante la guerra uno de los primeros intentos de régimen medianamente democrático en España, el de la Constitución de 1812, que era antibonapartista pero que a la vez compartía con los bonapartistas algunos gestos de modernidad. Al exilio tuvieron que marchar Juan Meléndez Valdés, Leandro Fernández de Moratín (director de la Biblioteca Real), José Antonio Conde (director de la Biblioteca de El Escorial), Juan Antonio Llorente (sacerdote crítico con la Inquisición), y Domingo Badía, espía de España en los países musulmanes con el nombre de Alí-Bey, entre otros.

El reinado de Fernando VII se prolongó hasta 1833, y en él coexistieron periodos de relativa tolerancia con el constitucionalismo, con otros de tiranía absolutista pura y dura, épocas de tranquilidad con otras de guerra civil pura y dura entre los absolutistas y los liberales. Cuando el rey vio peligrar su trono en 1823, no dudó, él que basaba su legitimidad en ser el vencedor de Napoleón, en volver a traer otro ejército francés, los Cien Mil hijos de San Luis, para restablecer sus prerrogativas, apoyado por los políticos más inmovilistas de la Europa del momento.

Pocas cosas nuevas trajo este rey a la capital de España, salvo la terminación de la antedicha puerta de Toledo, de la construcción (hacia 1816) de la «Fuentecilla» situada muy cerca de allí calle de Toledo arriba y de los ensayos de alumbrado con gas, para los que se construyó la Real Fábrica de Gas en la parte trasera del Palacio y una instalación de demostración en la Puerta del Sol, montada por el profesor de química José Roura. La zona situada entre Palacio y las casas de la ciudad vio iniciarse alguna tímida tentativa de continuación de lo iniciado por los franceses, pero el lugar tuvo un aspecto de zona fantasmal hasta bien entrada la década de 1840. El 11 de noviembre de 1829 Fernando VII contrajo matrimonio con su cuarta mujer, María Cristina, que tendría un importante papel en la política posterior, y en 1831 se trasladó la Cárcel de Villa (hasta entonces en la Plaza de la Villa) al «saladero», edificio de la Plaza de Santa Bárbara que se había construido en los años de Carlos III como matadero de ganado. La otra prisión de Madrid era la de Corte, situada en la plaza de Santa Cruz en el edificio que ahora es Ministerio de Asuntos Exteriores.

El 29 de septiembre de 1833 murió Fernando VII, que había pasado de ser «el deseado» a uno de los líderes más aborrecidos de la historia de España. El 24 de octubre de ese mismo año fue proclamada reina una niña de tres años de edad con el nombre de Isabel II.

Juan Pedro Esteve García
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