Madrid, una Historia de bigotes (I): Paisajes que vieron los primeros habitantes

Iniciamos hoy, en este 2015 que se encuentra ya casi en el tiempo de descuento, en esta nueva andadura de la Gatera de la Villa por el ciberespacio una re-compilación de muchos de los artículos de nuestra anterior etapa, para ofrecer a nuestros lectores un breve paseo por la historia de la Villa y Corte, desde la presencia de los primeros humanos a mediados del siglo XX.

La primera estancia del ser humano en el territorio de lo que luego fue Madrid se pierde en la noche de los tiempos, y hay testimonios arqueológicos que la datan en el pasado más remoto. Antes incluso de que llegara el homo sapiens, este lugar de la Península Ibérica ya era un hervidero de vida.

Raedera. Herramienta primitiva de piedra. Imagen, José Manuel Benito Álvarez, Wikimedia Commons.
Raedera. Herramienta primitiva de piedra. Imagen, José Manuel Benito Álvarez, Wikimedia Commons.

Cerca quedaban las montañas de la Cordillera Central, que suministraban agua a través de un río, que hoy llamamos Manzanares, y en el tramo final del curso de este río se le iban uniendo otros arroyos, de mayor o menor importancia, con lo que se aseguraba que pudieran beber los animales, primero, y los humanos, después.

Antes de la aparición del hombre sobre la tierra, Madrid tuvo un paisaje similar al de las sabanas africanas, y un observador que hubiese estado allí se habría encontrado con animales no muy diferentes a los que hoy pueblan esas sabanas, elefantes incluidos. Otras de estas fieras eran de especies que hoy ya no existen en ningún país, como es el caso de los tigres de dientes de sable.

La presencia en el suelo y en el subsuelo de los esqueletos de grandes bestias del pasado llamó la atención del hombre de Madrid desde la época en que reinaban los Habsburgo, y se dice que una calle llamada del Colmillo lo fue así por haberse hallado al abrirla el colmillo de un animal de los que ya no eran habituales en las Castillas. Un «boom» de la Arqueología en Madrid se produjo en el siglo XIX al coincidir dos circunstancias: la consolidación de dicha Arqueología como disciplina científica y la realización de grandes obras públicas (ensanche de la ciudad con nuevas calles, construcción de canales y ferrocarriles, extracción de tierras y piedra en canteras) que permitieron sacar a la luz del sol los vestigios. A principios del siglo XXI hubo otra oportunidad de oro para indagar en los misterios de nuestro pasado, cual fue la excavación del gran túnel del by-pass sur, o reforma de la parte meridional de la autopista de circunvalación M-30. La tuneladora se convirtió en una verdadera máquina del tiempo, y si bien trituraba los posibles restos de animales más grandes, dejaba intactos los restos de la llamada microfauna, es decir, los esqueletos de antepasados de los actuales topos, ratas, ratones y similares. Camión tras camión, los escombros que iba sacando el gran monstruo mecánico de las entrañas de Legazpi y de Vallecas, iban siendo llevados a un vertedero controlado cercano a la carretera de Valencia, donde equipos de paleontólogos los cribaban hasta dar con los minúsculos huesecillos.

En otras obras públicas, como la modificación de la estación del Metro de la Vía Carpetana, han aparecido otros restos, caso de unas gigantescas tortugas.

Las mismas campañas de investigación y de excavación que se han ido sucedienddo en Madrid desde el siglo XIX han permitido ir estableciendo una cronología bastante precisa de la implantación de los primeros poblamientos humanos en Madrid. Como en el caso de los animales, los humanos frecuentaban el valle del Manzanares y las desembocaduras en él de sus arroyos afluentes, como el Abroñigal, que discurría desde las inmediaciones de Chamartín hasta las de Entrevías y que hoy se encuentra soterrado bajo el trazado de la M-30 en el tramo en que dicha autopista se llama Avenida de la Paz. En el período conocido como Paleolítico, los primeros madrileños tallaban en piedra toscas herramientas como bifaces, lascas, raederas y puntas de flecha. De este período han aparecido restos, por ejemplo, en las inmediaciones de Vallecas.

Entre los años 10000 al 5000 antes de Cristo se produce el paso al Neolítico, periodo en el que el hombre aprende a pulimentar la piedra y a abandonar la vida nómada para asentarse en poblados, de los que salen partidas de cazadores armados con arcos, o labradores que ensayan primitivas formas de agricultura. Durante siglos y siglos estuvo en explotación el complejo de Casa Montero, no lejos de Vicálvaro, una de las instalaciones mineras más antiguas de Europa, de donde se extraía el sílex para la fabricación de herramientas.

Hacia el año 2000 o 1500 antes de Cristo los protomadrileños aprenden a trabajar los metales. Primero el bronce, y luego el hierro. Ya puede hablarse de pequeñas sociedades con tornos de alfarero, cultos religiosos asociados al homenaje a los muertos y estructuras de convivencia más o menos jerarquizadas. Es la época en la que se da el salto de lo que llamamos Prehistoria a lo que llamamos Protohistoria.

Juan Pedro Esteve García
Últimas entradas de Juan Pedro Esteve García (ver todo)

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.