Estación de Metro de Chamberí.

Crónicas del Extrarradio (V): Camino del millón de madrileños.

En 1931, año de la proclamación de la Segunda República, Vallecas y Vicálvaro ya pedían abiertamente quedarse solo con sus cascos históricos de toda la vida, y que los barrios lindantes con Madrid, como el Puente de Vallecas, pasaran a integrarse en la capital de España.

Esta fórmula de la anexión parcial no era del todo nueva, pues de hecho, ya había sido probada en Vicálvaro al construirse mucho antes el Cementerio de la Almudena, en tierras hasta entonces pertenecientes al municipio vicalvareño, que pasaron a configurar un peculiar “mordisco” o entrante madrileño hacia el este. El primer Ayuntamiento de Madrid del régimen de 1931 redactó un Plan de Extensión del Ensanche, que fue aprobado por el Estado en enero de 1933.

Una de las "cuestiones palpitantes" del urbanismo madrileño en el siglo XIX fue el problema de los cementerios. Hasta el XVIII a los muertos se les sepultaba bajo el suelo de las iglesias, o en terrenos anexos a estas, lo que generaba enormes problemas sanitarios por la descomposición de los cadáveres. El rey Carlos III ya intentó vencer esta inercia de costumbres, y José I Bonaparte consiguió llevarla a la práctica poniendo en servicio los Cementerios Generales. Si el "Plan Castro" supuso el diseño de la futura ciudad para los vivos, en las últimas décadas del siglo XIX fue apareciendo la que se esperaba fuese la ciudad definitiva para los difuntos, el Cementerio de la Almudena, en un lugar que no interfería para nada con la retícula de calles futura, como sí interferían otros cementerios hoy desaparecidos. La construcción de este cementerio fue un precedente de las anexiones de municipios, pues supuso que Madrid pegara un verdadero "mordisco" al Término Municipal de Vicálvaro. Una visión del cementerio en sus primeros tiempos de existencia la tenemos en el nunca suficientemente bien ponderado plano de Facundo Cañada, verdadera radiografía de Madrid y sus extrarradios.
Una de las «cuestiones palpitantes» del urbanismo madrileño en el siglo XIX fue el problema de los cementerios. Hasta el XVIII a los muertos se les sepultaba bajo el suelo de las iglesias, o en terrenos anexos a estas, lo que generaba enormes problemas sanitarios por la descomposición de los cadáveres. El rey Carlos III ya intentó vencer esta inercia de costumbres, y José I Bonaparte consiguió llevarla a la práctica poniendo en servicio los Cementerios Generales.
Si el «Plan Castro» supuso el diseño de la futura ciudad para los vivos, en las últimas décadas del siglo XIX fue apareciendo la que se esperaba fuese la ciudad definitiva para los difuntos, el Cementerio de la Almudena, en un lugar que no interfería para nada con la retícula de calles futura, como sí interferían otros cementerios hoy desaparecidos. La construcción de este cementerio fue un precedente de las anexiones de municipios, pues supuso que Madrid pegara un verdadero «mordisco» al Término Municipal de Vicálvaro. Una visión del cementerio en sus primeros tiempos de existencia la tenemos en el nunca suficientemente bien ponderado plano de Facundo Cañada, verdadera radiografía de Madrid y sus extrarradios.

 

Para entonces, el ministro Indalecio Prieto, del bienio azañista, al que Madrid debe también el inicio de las obras de los Enlaces Ferroviarios a través del Monte de El Pardo y bajo el Paseo de la Castellana, crea el Gabinete Técnico de Accesos y Extrarradio de Madrid.

Se habla de anexiones, ya sean totales o parciales. La Ley Municipal de 1935, obra ya del bienio gilroblista o de la CEDA, da carácter especial a Madrid por ser la capital nacional, y se reconoce que puede ser objeto de una legislación especial todavía más generosa. Se renombran las Mancomunidades como Agrupaciones Intermunicipales y se empieza a hablar de convertir el cauce del Arroyo Abroñigal, que discurre de norte a sur desde Chamartín al Puente de Vallecas, en una moderna avenida para automóviles. Faltan cuarenta años para que los primeros tramos de la autopista M-30 sean una realidad, pero los primeros proyectos vienen de entonces.

 

La forma y dimensiones del "bocado" que se le pegó a Vicálvaro pueden verse claramente comparando ediciones consecutivas de la hoja 559 del Mapa Topográfico Nacional. He aquí el "antes"
La forma y dimensiones del «bocado» que se le pegó a Vicálvaro pueden verse claramente comparando ediciones consecutivas de la hoja 559 del Mapa Topográfico Nacional. He aquí el «antes».
Y aquí el "después"
Y aquí el «después».

 

Los años finales de la Segunda República, entre 1936 y 1939, están marcados por los bombardeos de la Guerra Civil y por las rivalidades entre las propias fuerzas políticas republicanas. El 2 de abril de 1937 se crea el Comité de Reforma, Reconstrucción y Saneamiento de Madrid (CRRSM), dependiente del Ministerio de Obras Públicas y presidido por el histórico dirigente Julián Besteiro. Este CRRSM se encarga de desescombrar las zonas atacadas por la aviación, pero también de elaborar diseños de lo que podría ser un futuro Madrid postbélico.

Besteiro estuvo trabajando en esos diseños, compilados en el Plan Regional de Madrid, incluso cuando sabía ya que la guerra se había inclinado definitivamente del lado de los franquistas.

Cuando se produce la entrada de estos en Madrid, se crea, el 27 de abril de 1939, la Comisión de Reconstrucción de Madrid, dependiente de la Dirección de Regiones Devastadas.

Esta Dirección edificó numerosas casas, e incluso pueblos enteros, para realojar a muchos de los miles de personas que habían quedado sin hogar durante el conflicto.

En 1940, la población de la ciudad de Madrid era de 1.088.647 habitantes, cantidad que iba a aumentar enseguida tanto por los procesos de migración desde la España rural, como por las anexiones de municipios, que iban a ser acometidas, tras años de discusiones, por el nuevo estado dictatorial.

(continuará)

Juan Pedro Esteve García
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